Durmió tan profundo que cuando sonó su despertador, tardó unos segundos en reconocer su propia habitación. Había olvidado bajar la persiana y la luz que entraba le molestaba bastante a los ojos, pero por lo demás, no se sentía especialmente resacoso. Nunca le había sentado bien madrugar, y cuando dormía del tirón su mente tardaba más en despertar del todo, por lo que no dio importancia a tener ciertas lagunas de la noche anterior... hasta que desbloqueó el móvil y vio la conversación con Albert aún abierta.
Los recuerdos llegaron de golpe, desordenados y envueltos en una especie de nebulosa, como si estuviera reconstruyendo un sueño que había estado a punto de olvidar por completo. Era consciente de haber tenido esa conversación, pero gracias al increíble efecto sedante del alcohol, la había vivido con la lejanía y pasividad de un espectador. Y ahora que volvía a ser persona, no daba crédito.
Tenía dos horas para desayunar, ducharse y prepararse para ir al Congreso, pero en el estado de incredulidad y espanto que se encontraba, hizo lo único que podía hacer: llamar a Errejón.
- Íñigo, necesito que vengas a mi casa antes de ir al Congreso – le dijo nada más oírle al otro lado. – De hecho, necesito que vengas ya. Cuanto antes.
- Pero que me estás contando, tío. Que no puedo, aún tengo cosas que hacer.
- Íñigo, va en serio.
- Y yo también voy en serio. Si nos vamos a ver luego en el Congreso.
- Tío, por favor, tienes que venir. Que anoche hice algo... raro.
El silencio que siguió a esas palabras era el equivalente al cerebro de Íñigo imaginando todos los escenarios catastróficos posibles, sin duda. Al fin volvió a hablar:
- Dime que no va a salir en la prensa.
- Hombre, pues espero que no.
La respuesta evidentemente no le tranquilizó, pero qué iba a hacer, tampoco iba a poner él la mano en el fuego por la integridad moral de su rival político Albert Rivera. Al menos aquello sirvió para convencer a Íñigo, que anunció resignado que iría lo más rápido posible y colgó. Pablo aprovechó esos momentos para prohibirse volver a mirar el móvil, ducharse rápidamente y cambiarse de ropa, porque sospechaba que como Íñigo le encontrara encima con las mismas pintas de anoche, perdería del todo la paciencia, pero mientras lo hacía no podía dejar de preguntarse cómo iba a mirar a Albert a la cara en el Congreso en menos de dos horas. Probablemente lo mejor fuera no hacerlo siquiera. Llegar cuanto antes a su escaño, no mirar nunca hacia la bancada de Ciudadanos y rezar para que Albert no saliera ese día a hablar en la tribuna. Y cavar un hoyo en el suelo para esconderse si se lo encontraba por los pasillos. Todo muy factible.
Íñigo llegó a su casa cuando él aún se estaba secando el pelo en un estado algo desquiciado.
- A ver, qué has hecho ahora – soltó como saludo. Pablo se preguntaba a veces si el resto de candidatos tendrían una confianza tan asquerosa con sus equipos.
- Estaba un poco borracho anoche, no me juzgues demasiado – replicó él, tendiéndole el móvil para ahorrarse las explicaciones. No era como si tuviera una muy coherente.
La conversación con Albert estaba ya abierta y el gesto de Íñigo se torció nada más ver la primera frase, pero a medida que iba leyendo, a ojos de Pablo su amigo se fue poniendo incluso verdoso. No habría sabido decir si estaba sorprendido o más bien horrorizado, al menos hasta que llegó a la parte de la foto de Pablo y apartó la mirada del móvil antes de verla.
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Los polos opuestos se atraen demasiado
RomanceEntre Pablo y Albert hay un pequeño problema que no tiene solución... o quizá sí.