Prólogo.

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Todo empezó perfecto, simplemente perfecto. Ese era nuestro día, el que por fin habíamos deseado los dos.

Todo el altar estaba vestido de unas preciosas rosas rojas, al igual que sus columnas. Los asientos eran de madera, simples pero bonitos.

Los invitados no paraban de mirarnos y sonreír. Sé que más de uno se estaría muriendo por dentro de la envidia y otros solo estarían pensando en lo bonito que es el enlace de dos personas o en lo que tienen que hacer mañana.

Estaba nerviosa, obvio ¡me casaba! Me sudaba la mano cuando mi padre me dirijía al altar donde se encontraba él...
El chico de mis sueños, un ser simpático, guapo, gracioso, amable, un poco creído...
Me miraba con esos ojos verdosos, mientras me sacaba su lengua jueguetona, pareciéndose a un niño chico.

Al fin llegó el habla del cura, empezó con el típico rollo de siempre que sí te acepto hasta el resto de mi vida, en la salud y en la enfermedad... Pero en ese momento me dio igual todo, me importo tres pepinos lo pesado que podría llegar a ser ese cura. Solo me importo una cosa.
Lo que me dijo él...

-Natalie. Mírame a los ojos y dime que me amas.

Y en ese momento me desperté.

Mirame a los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora