Capítulo 1: EXPEDICIÓN

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— ¿Ha estado alguna vez en África, señor Warren? —Preguntó Sir Collins al tanto que daba un sorbo de su coñac.
—No, señor. Sería mi primera vez —Respondió con seguridad el norteamericano y se sentó en el sofá tras el gesto de Sir Collins.
—Pues debo advertirle que se trata de otro mundo. Un mundo impactante a nuestros ojos occidentalizados, señor Warren... Como verá, allí la desigualdad prima en un entorno casi apocalíptico para nuestra percepción; miseria, pobreza, hambruna, niños enfermos carcomidos por moscas a orillas del Nilo, padecimientos terribles, pero por sobre todo: mucha violencia. Desde la instauración del Jedive las cosas no van bien en Egipto, muchas tribus antiguas se han alzado en armas contra la ocupación...
—Perdón que lo interrumpa, Sir Collins, pero lo que describe no es tan distinto a lo que sucede de dónde provengo.
—Señor Warren, le pido que aguarde a verlo con sus ojos antes de emitir juicio alguno. Temo que el lejano oeste no es ni una pizca de salvaje comparado al África, pero eso ya lo comprobará usted mismo.
— ¿Puedo hacerle una pregunta personal, Sir Collins? —sorprendió instantáneamente el norteamericano al tanto que se acomodaba en el sofá.
—Adelante.
—Si le parece una región del mundo tan violenta y peligrosa como describe... ¿por qué dejó ir a su hija allí?
Sir Collins abrió los ojos como platos y se echó hacia atrás en su sillón individual. Apoyó su vaso de coñac en la mesilla a un costado y se cruzó de piernas mientras parecía pensar la respuesta.
—Es una gran pregunta, señor Warren. Entiendo que mi hija, Carrie, ha heredado por naturaleza mis genes aventureros y mi extensa curiosidad por la arqueología, pero por desgracia también la necedad de mi difunta esposa, además de su belleza, claro. La noche anterior a la que partió de aquí de Londres, mantuvimos una fuerte discusión que creímos, o al menos lo creí yo, había llegado a un común acuerdo. Acordamos que le dejaba realizar la expedición a Egipto con la única condición de que aceptara hacerlo bajo la custodia del señor Malcolm.
— ¿Quién es este tal señor Malcolm?
—Nuestro mayordomo. O al menos lo era. La cuestión es que el señor Malcolm la acompañó hasta Southampton dónde debían embarcarse rumbo a El Cairo. Bajo un ardid que hasta hoy no lo comprendo en su totalidad, Carrie embaucó al señor Malcolm con otro pasaje en otra embarcación distinta. Claro, el señor Malcolm, oriundo del África subsahariana, a duras penas sabe leer y escribir. Subió al barco creyendo que Carrie también lo hizo, o realmente lo hizo para luego desabordarlo, hecho que desconozco; sucede que el buque partió y el señor Malcolm, luego de acomodarse en su camarote, se dirigió al de mi hija. Fue en ese entonces cuando se llevó la grata sorpresa de no encontrar a mi hija en el camarote que ella le dijo que estaría, pues allí se encontró con una familia de portugueses. Mi mayordomo comenzó a buscarla por toda la embarcación, creyendo que había sido un error de pasaje y que Carrie estaba en algún sitio abordo. No fue hasta que revisaron la lista de pasajeros que el señor Malcolm se dio cuenta del engaño... Oiga, ¿de qué se ríe?
— Lo siento, es realmente una anécdota increíble... ¿Puedo preguntarle a dónde se dirigía el barco del Mayordomo?
—A Cartagena.
Warren lanzó otra risa nasal y se tapó los ojos con la palma de su mano. El ingenio de aquella mujer por librarse de la custodia impuesta por su padre había sido brillante. Embarcó al señor Malcolm rumbo a otro continente valiéndose de que jamás sabría que el boleto que portaba en su mano decía "Colombia" y no "Egipto", pues claro, no sabía leer.
—Sí. Carrie también heredó la astucia de su madre... —Lanzó el británico acariciándose el bigote.
—Hablando en serio, Sir Collins, ¿cómo sabe que su hija efectivamente se embarcó hacia El Cairo?
—Bueno, digamos que me tomé el trabajo de leer la lista de pasajeros de los buques que partieron rumbo a El Cairo ese día y encontré...
— ¿El nombre de ella?
—No. El nombre de Elizabeth Baker.
— ¿Y quién demonios es Elizabeth Baker?
—Era el nombre que le puso a su amiga imaginaria cuando era chica...
El forajido norteamericano lanzó una risa escandalosa al tiempo que se palmeaba la rodilla de la gracia.
—Debo admitir Sir Collins —decía Warren entre risas—, es una historia que merece su novela. Su hija no solo mandó a otro continente a su mayordomo, sino que además usó un nombre fantasma para que luego usted no la rastreara. Su hija es una mente brillante, debería sentirse orgulloso de ella.
—Y créame que lo estoy, pero eso no quita que esto sea una situación seria, señor Warren, por favor tómelo con la mesura que el hecho implica.
—Pues bien que lo menciona, Sir Collins, porque allí va mi segunda pregunta: ¿cómo sabe que efectivamente su hija está en serio riesgo en Egipto? Pues por lo que usted me cuenta, podría tratarse de una muchacha que solo quiere escapar de su padre.
—Le responderé con la segunda parte de la historia. Cuando el señor Malcolm finalmente llegó a Cartagena, diez días después, de inmediato me envió una misiva explicándome lo sucedido...
—Perdón que lo interrumpa, pero... ¿no era que su Mayordomo no sabía leer ni escribir?
—Aprecio su interés por los detalles, señor Warren, pero el señor Malcolm le pidió a alguien que escriba por él...
—Bien. Continúe, por favor.
—Como le decía, claro que para esa fecha, Carrie ya hubo desembarcado en Egipto, por lo que decidí enviarle una carta a un viejo amigo, quien se trata del actual director del museo de antigüedades en El Cairo; le pedí que por favor buscara a mi hija en los lugares que frecuentábamos durante nuestros largos viajes a dicho país y que una vez que lo hiciera me notificara si la encontraba. Un mes después, recibí una carta de mi viejo amigo Mustafá, en la cual me informaba que lamentablemente su búsqueda no dio resultados y que además, durante las últimas semanas, habían acontecido varios ataques derviches a distintas expediciones británicas en el desierto, hecho por lo cual era probable suponer que mi hija fue víctima de una de las tantas. En fin, respondiendo estrictamente a su pregunta, señor Warren, todavía desconozco si mi hija fue víctima de un ataque derviche o simplemente anda vagando por el Sahara por el solo motivo de estar lejos de mí, pero en cualquiera de los dos casos, ella corre peligro.
—Entiendo... Entiendo. Ahora bien, suponiendo que su hija corre peligro en Egipto... ¿cómo hará usted para localizarla en tan vasto y riesgoso territorio?
—Bueno, justamente para eso está usted hoy aquí, pues no solo se encargará de nuestra seguridad en Egipto sino también de intentar dar con el rastro de mi hija... ¿Acaso no era usted un cazarecompensas del gobierno estadounidense?
—Así es, entre otras cosas. Aunque me resulta un tanto diferente buscar criminales a seguirle el rastro a una damisela huyendo de su padre.
—Ciertamente que lo es. Pero aun así, su nombre ha llegado a mi conocimiento gracias a los buenos comentarios sobre su capacidad profesional, su reputación le precede, señor Warren. Y por cierto, tiene mi palabra de que recibirá una cuantiosa suma de libras por su buen obrar...
— ¿Qué le parece si acordamos la paga una vez resuelto el asunto, Sir Collins?
—Me parece bien, señor Warren. El buque rumbo a Alejandría sale mañana temprano... teniendo en cuenta lo rápido que ha caído la noche, está usted libre de descansar aquí en mi casa, tengo un cuarto de huéspedes del que puede hacer uso.
—Le agradezco la gentileza, Sir Collins. Pero ya he rentado una hostería junto al puerto, sitio donde además dispongo de mis pertenencias, ¿qué le parece si nos encontramos mañana temprano en el dique?
—Fantástico —aseveró el británico y tras un palmazo se puso de pie para estrecharle la mano al norteamericano.
—Solo una última pregunta, Sir Collins...
—Diga.
— ¿Acaso lidia con algún viejo enemigo o alguna persona que le desea el mal?
— ¿Por qué lo pregunta?
—Digamos que me gusta trabajar con todas las hipótesis sobre el caso...
—Bueno... No que yo sepa, claro.
—Bien, le sugiero que esta noche se tome el trabajo de pensar en profundidad la pregunta. Trate de recordar si alguna vez ha herido los sentimientos de alguien, lo suficiente como para que guarden cierto rencor con usted —dijo el señor Warren tras colocarse el sobretodo.
—Le haré caso.
—Buenas noches, Sir Collins.
—Que descanse, señor Warren. 

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