Capítulo 2

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Había decidido tomar un taxi a casa a pesar de que el Central no quedaba muy lejos, pero Spinn había disfrutado de la parrillada al aire libre del ardiente verano como sólo un perro podía hacerlo y estaba cansada y aún convaleciente.

—Siento lo de los fuegos artificiales pequeña... —sumergió su cara en el suave pelaje matizado murmurándole —ha sido un tiempo extraño últimamente. Tu estabas ahí, claro, simplemente después no recordé el amor de esta gente por hacerlo todo grande, luminoso y ruidoso.

Su voz era suave y calmante en su idioma natal y la perra reaccionó a ello. El chofer lo miró extraño a través del cristal

—¿Señor? Me bajaré aquí.

El auto frenó. Sebastian pagó y sumó la propina haciendo equilibrio con su plato de sobras, toda la carne y salchichas para su perra. Era un guerrera y se merecía lo que quisiese.

Caminaron despacio las últimas calles, como cortando el aire caliente en la noche. La brisa del mar apenas se sentía. Eran pasadas las once y se obligó a pensar en alguna cosa. Necesitaba una: gran distracción para su cabeza, que no quería seguir los derroteros de esa emoción indefinible que desde hacía mucho iba por su estómago, sus pulmones y un poco más al centro del pecho.

Golpeó su cabeza contra el poste en el que Spinee desaguaba, Chris le había suplicado que pasaran el cuatro de julio juntos, y se había negado, como se había negado a visitarlo por su cumpleaños. No quería ser malo o cruel pero ese bendito sentimiento que lo colmaba de felicidad y reptaba con placer por su piel no iba a ninguna parte.

Sólo que aún no quería aceptarlo. Era lindo tener a alguien que te complementaba de una forma tan absoluta, aunque no pudieran darse el lujo de estar realmente juntos.

La perra lanzó un gemido cuando llegaron frente a su edificio y lo arrastró hasta la puerta de entrada, casi tirando las sobras, Sebastian se las arregló para manejar las llaves y seguir a Spinn hacia arriba.

Chris alzó la mirada cuando escuchó los ladridos del can. Sonrió al verla y más aún cuando vio aparecer al moreno en el otro extremo de la correa.

—¡Hola muñeca! — dijo acariciándola cuando un asombrado Sebastian soltó la correa y la perra lanzó carrera hacia él — ¿estabas cuidando bien de tu padre?

Un montón de cosas pasaron por su cabeza cuando vio al hombre barbado sentado como si no tuviera hogar, en la puerta de su apartamento —¿Chris, qué haces aquí?

Se adelantó porque Spinner parecía loca lamiendo la cara del rubio, pero ella enloqueció más y sus manitas se enganchaban en su cinturón pidiendo afecto de ambos al tiempo.

—Podría mentir y decir que vine por ella — dijo abrazando y acariciando el suave pelaje de Spinn — pero creo que mejor diré la verdad — quitó con delicadeza a la perrita y sin decir nada más, atrapó el rostro de Sebastian, estampándole un beso profundo.

De pronto el agobio de días desapareció, este era Chris, quien decía quererlo como suyo, y aunque Sebastian no estaba seguro, en ese momento nada importaba, volvió a soltar la correa de la perra para agarrarse a la camisa de cuadros del rubio, retorciendo sus dedos en el suave calor mientras abría su boca con abandono y se dejaba conquistar.

Chris tenía ese poder de hacerlo caer de rodillas con su presencia, de devastarlo con un beso. De reclamarlo con su necesidad y pasión. Su fortaleza lo centraba y olvidó toda la soledad de los últimos días mientras el hombre que succionaba su lengua y lo picaba con su barba le sacaba el aire al intentar levantarlo del suelo.

—Creo que tantos músculos ya son muy pesados para mí — Chris se separó y le sonrió, acariciándole la mejilla y desistiendo de su intento por cargarlo hasta cruzar la puerta del apartamento. —Seb... te extrañé demasiado en el almuerzo — confesó pegando su frente a la del otro actor — salí corriendo sin decir mucho a mi familia... que por cierto, se quedaron en mi casa haciendo los destrozos que sólo los Evans sabemos hacer.

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