II

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Tras más de cien años desde su inicio, las obras de construcción de la Basílica de la Sagrada Familia, prácticamente detenidas durante décadas, avanzaban a buen ritmo, con su nave central cerrada y las dos fachadas laterales prácticamente finalizadas en su totalidad.

Dos figuras observaban la Fachada de la Pasión desde el parque aledaño. Un hombre delgado y de mediana edad, con el cabello largo peinado hacia atrás, vestido completamente de negro, con una levita de terciopelo y guantes de piel que le daban aspecto vampírico. A su derecha se encontraba su acompañante; una chica joven, sólo un poco más baja que él, de aspecto estilizado, piel clara y pecosa, ojos azules, nariz fina y una larga cabellera ondulada, vestida de manera sencilla con una blusa y una falda larga, ambas de tonos anaranjados y que conjuntaban con el color cobrizo de su cabello.

– Me sorprendes – dijo la chica.

– ¿Por? – contestó el Doctor sin mirarla.

– Puedes viajar a cualquier lugar del tiempo y el espacio. Podrías viajar más allá de... ¿Cuándo estará acabada?

– Se prevé que en el año 2026.

– Eso no está tan lejos. ¿No te gustaría más verla completa, en todo su esplendor?

– Nunca me han gustado las historias finalizadas, Yenna... Prefiero ver las cosas cuando aún están discurriendo, cuando aún puedes intervenir en su desarrollo; luego ya no son más que anotaciones de cierre en tu libreta.

– ¿Puedes intervenir en el desarrollo de la Sagrada Familia?

– Bueno, en su momento conocí a Gaudí... Un tipo encantador, aunque algo obsesivo. No, no creo que consiguiera meterle ninguna idea en la cabeza; él ya tenía suficientemente claro lo que quería y hasta dónde podía llegar.

– Así pues, ¿este edificio es otra historia inacabada?

– Por ahora...

– ¿Y qué significado tienen esta clase de historias para ti?

– Esperanza – contestó el Doctor, después de una larga pausa.

Más tarde, sentada cómodamente en la terraza de uno de los bares de la zona, Yenna disfrutaba del sol y la suave brisa del ambiente mientras tomaba pequeños sorbos de su cerveza. A su lado, el Doctor ya había dado cuenta de su café y ahora miraba ensimismado el cigarro que sostenía en su mano derecha.

– ¿Qué hago yo fumando? – dijo el Doctor para sí mismo.

– ¿Perdona?

– ¿Me habías visto fumar alguna vez? No recuerdo haber fumado en mi vida, pero lo curioso es que... ¡Me gusta!

– Tampoco hace tanto que nos conocemos, Doctor; no sé lo que hacías antes.

Estaba en lo cierto. Se habían conocido unos meses atrás en la luna Limot, donde tuvieron un encontronazo con Daleks que provocó graves secuelas al Doctor cuando detuvo la detonación de una bomba de materia oscura. Después de aquello, Yenna se convirtió en la acompañante del Doctor.

– ¿Cómo te encuentras? – preguntó ella.

– Bien; bien, supongo... Tan confundido como ayer, posiblemente igual que mañana, pero sí... Creo que "bien" es una respuesta correcta a tu pregunta.

– Pero sigues preocupado por tu memoria y lo que crees que son cambios en tu personalidad...

– Lo segundo no es más que una reacción a lo primero; mi memoria lejana está más vívida que nunca, aunque totalmente desordenada, pero la cercana parece haberse desvanecido. Es como si alguien hubiera cogido todos mis recuerdos, los hubiera guardado en un cajón y lo hubiera echado barranco abajo; unos están rotos, otros fuera de lugar, otros probablemente perdidos para siempre...

– Cuando desactivaste esa bomba sufriste una gran exposición a dosis muy elevadas de materia oscura. Supongo que estas cosas necesitan tiempo.

– Tiempo... ¿Cuánto tiempo?

– Si lo supiera, ya te lo habría dicho, pero no soy científica.

– ¿Y en qué me convierte esto?

– Doctor... Los humanos olvidamos gran parte de nuestra existencia; puedo entender que los Señores del Tiempo tengáis una memoria prodigiosa y ahora te sientas extraño, pero no es algo tan anormal...

– Pero por lo general sabéis quiénes sois.

– ¿Y quién crees que eres?

– Esa es la gran pregunta, Yenna. ¿Quién soy yo ahora? No recuerdo nada de esta regeneración hasta el momento de conocerte, tengo algún recuerdo difuso de la anterior... ¡Ni siquiera sé qué regeneración soy! Sé que he sido un joven en el cuerpo de un anciano y un anciano en el cuerpo de un joven. He sido alto, bajo, delgado, de talle grueso, rubio, castaño, no recuerdo si pelirrojo... He sido un viejo gruñón, un dandi, un guerrero, un manipulador, a veces alocado, a veces pendenciero... He vestido elegante como un caballero y desarrapado como un viejo profesor, también como un camorrista, o de colores estrafalarios, o con un apio en la solapa de mi americana; he llevado sombreros extravagantes, bufandas imposibles y paraguas absurdos, recuerdo saber tocar la guitarra y la flauta mucho tiempo atrás, pero... ¿Quién soy yo ahora?

– Lo que has sido siempre, Doctor – replicó Yenna en tono dulce –. Un loco con una cabina.

– Eso ha sonado a psicoanálisis...

– ¿Me tomas por Freud?

– ¡El viejo e incorregible Sigmund! Él sí que estaba loco por psicoanalizarme... ¡Estaba convencido que el hecho de viajar en una cabina venía a significar algo así como el deseo irrefrenable de volver al útero de mi madre!

– ¡No! – dijo Yenna, incapaz de aguantar la risa.

– ¡En serio! – contestó el Doctor, riendo como su compañera.

– Simplemente sigues siendo tú – dijo Yenna cogiendo una mano del Doctor y estrechándola entre las suyas –. Puede que algo perdido, puede que desorientado, pero eres tú, siempre deseoso de aventuras, de descubrir cosas nuevas, o de mostrárselas a alguien. Eres el Doctor...

– El Último Doctor...

– El Último Doctor... – repitió Yenna, copiando la tonalidad usada por el Doctor – Tampoco suena tan mal; tiene incluso un hálito de misterio que me gusta... Sí, el Último Doctor, el Doctor que yo he conocido, el Doctor con el que me quedo, y al que trataré de ayudar como sea en aquello que pueda.

– Ten cuidado con tus promesas, Yenna – contestó en tono serio el Doctor –. Nunca sabemos a dónde nos podrían llevar...

– Hablaba de tu memoria. No sé si podré ayudarte a recuperarla...

– ¿O si estará permanentemente dañada hasta una próxima regeneración? – interrumpió el Doctor.

– Quizás, pero... ¿Tan importante es? ¿Tanto te preocupa el desorden en tus recuerdos? Nunca olvides esto, sólo hay dos cosas verdaderamente importantes: tú, y aquello que haces.

– ¿Y qué se supone que tengo que hacer?

– Para empezar, ¿qué te parece pagar la cuenta antes de que nos vayamos a otra parte? – contestó Yenna, guiñando pícaramente un ojo.

La Estratagema Del Silifante (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora