Las luces se apagaron a las once de la noche. Los árboles danzaban al compás de la suave brisa. Por un momento, meditó en la libertad de aquellas rítmicas ramas y se dejó llevar por la melodía que sonaba en su cabeza, sonreía, lo estaba haciendo bien, entonces se percató de lo húmeda y fría que estaba su ropa por lo que intentaba mantener alejado su cuerpo de aquellas anchas telas, así mantendría el calor mucho mejor o eso creía.
Él, que la observaba a pocos metros de distancia, deseó tocar su piel, podía hasta sentir como su mano se posaba en su delicada cintura, el calor que desprendía recorrería todo su cuerpo calentando hasta las puntas de sus dedos. Sus ojos brillaban al mirar los suyos en un incansable baile de salón en medio de un oscuro bosque.
Ella no sabía bailar, agotada dejó caer sus rodillas en el barro, algunas gotas salpicaron su ropa. Cabello mojado, ropa sucia, olor rancio y al fin lágrimas.
Él se acercó más, se agachó, entrecerró los ojos, apartó algunas ramas que le causaron algún que otro rasguño, no le importó, logró verla. Sí, estaba llorando, intentó recordar cuando fue la última vez que la había visto llorar, podría pensar durante mil años, nunca la había visto llorar. ¿Soy yo el motivo de tus lágrimas? Susurró.
Sintió vergüenza, su ropa estaba sucia, sus piernas llenas de lodo, sus ojos hinchados, temblaba, no soportaría mucho tiempo más la helada noche. Le consolaba saber que nadie podía verla en aquel decadente estado, nadie se atrevería a ir al bosque de noche tras el toque de queda, nadie excepto ella. De repente recordó su rostro, el dolor inundó su pecho, intentó ignorarlo pero sus esfuerzos eran inútiles.
La hora se acercaba y él sabía que debía marcharse, apreció el momento de cercanía, quizá nunca más estaría tan cerca de ella. Pensó en huir, llevarla entre sus brazos, perderse en el denso follaje, vivir junto a ella hasta el fin de sus días. Ella no se negaría. El cerebro ordenó el movimiento de sus pies, no hubo respuestas entonces el amor fue más fuerte que el deseo. No saldrá bien.
Decidida a despedirse enjugó sus lágrimas y aceleró sus pasos.
El día más gris se originaba en sus cabezas.
Las miradas se cruzaron, ella observó su uniforme, el color le recordó a los árboles con los que había bailado la noche anterior, a ella le hubiese gustado bailar con él esa noche, él se alegró de haberla visto cuando nadie la veía.
Se movía con lentitud, no quería dejar de mirarla, no apartó la mirada de sus ojos. El vehículo estaba completo, él sonrió con ojos tristes, ella lloró calmadamente.
Ella lo veía en los árboles, Él la veía danzando con los árboles.