VI

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Con la TARDIS viajando a través del Vórtice del Tiempo, el Doctor se permitió el lujo de relajarse, dejándose caer al suelo y apoyando la espalda en la consola central mientras cerraba los ojos y respiraba profundamente. Yenna, que no se había movido de la puerta, decidió que era el momento para acercarse al Doctor y dejar de ser una mera observadora.

– ¿Qué te ha pasado, Doctor? Nunca te había visto de esta manera...

– Si de repente – contestó el Doctor con la mirada aún perdida – descubrieras que el monstruo que te aterrorizaba de pequeña es un ente real, ¿cómo reaccionarías?

– Entonces, ¿eso ha sido todo? ¿Un terror infantil?

– Esa es la respuesta simple; en realidad, es mucho más...

– ¿Qué es el Silifante, Doctor?

– Es una vieja leyenda de Gallifrey. Un monstruo devorador que fue derrotado y expulsado del tiempo y el espacio por un Señor del Tiempo. Suele usarse para amenazar a los niños cuando no quieren irse a la cama...

– ¿Algo así como el Coco, o el Hombre del saco?

– Algo así... "Vendrá el Silifante para llevarte con él..."; de pequeño me aterrorizaba.

– Y de adulto...

– De adulto me aterroriza la posibilidad de que algo así pueda existir.

– Pero has dicho que fue expulsado del tiempo y el espacio. Si es así, ¿cómo puede ser real?

– Curiosa paradoja, ¿verdad? Pero esta vez no pienso quedarme para resolverla...

– ¿Y qué consigues escapando?

– Consigo la posibilidad de vivir un día más. Consigo tener tiempo para prepararme por si alguna vez el Silifante y yo llegáramos a cruzarnos.

– ¿Y ellos?

– Ellos harán su elección en base a sus prioridades. West tiene su planeta imposible para investigar, Carter sus tierras raras en grandes cantidades, Crowley y LaVey su investigación... Yo ya les he avisado; el resto ya no depende de mí.

– ¿Y yo?

– ¿Tú? Tú eres mi responsabilidad, Yenna... Y mi brújula. No quiero meterte en ningún peligro, o al menos, en ninguno del que no sepa cómo sacarte.

– ¿Eres consciente de que también puedo ser libre de tomar mis propias decisiones?

– ¿Y qué es lo que pretendes? – replicó el Doctor en tono irritado – ¿Hubieras preferido quedarte allí? ¿Con ellos? ¿En peligro?

– ¡Doctor! – contestó ella, sorprendida ante aquella brusquedad.

– Lo siento... – dijo cambiando súbitamente a un tono de disculpa – Lo siento, Yenna, no quería hablarte así... ¿No lo entiendes? Te necesito... Sin ti sólo soy un montón de piezas de puzle tiradas por el suelo.

– Doctor...

La voz de Yenna ahora era dulce. El Doctor seguía sentado en el suelo, aunque ahora estaba hecho un ovillo sobre sí mismo, con las manos sobre la cabeza y ésta sobre las rodillas, gimoteando. Yenna se arrodilló a su lado y comenzó a acariciar suavemente su cabeza como quién acaricia a un cachorro desvalido.

– Estamos juntos en esto, Doctor...

– Lo sé...

– ...y no te pienso dejar, suceda lo que suceda – dijo para después coger las manos del Doctor y besarlas suavemente.

– También lo sé... Gracias, Yenna.

– ¿Te sientes mejor?

– Un poco más rejalado, sí.

– Eso es bueno. ¿Qué te parece si ahora detenemos la TARDIS y comprobamos lo que nos depara nuestro futuro?

– Me parece una idea genial.

Aliviado de la tensión anterior, el Doctor se incorporó y sacó a la TARDIS del Vórtice del Tiempo. Una vez hubieron aterrizado, volvieron al procedimiento habitual, dejando que fuera Yenna quien abriera la puerta y saliera al exterior, aunque esta vez el Doctor se quedó esperando en la consola, ignorando la información mostrada en los monitores.

– ¿Doctor? – dijo Yenna desde el exterior –. Esto no va a gustarte nada...

La Estratagema Del Silifante (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora