XIV

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– ¿Y bien? – preguntó Yenna una vez hubieron alcanzado su destino.

El Doctor abrió los ojos y miró al monitor; no contestó inmediatamente, pero la expresión de su rostro fue lo suficientemente indicativa. Se dirigió corriendo a la puerta para abandonar la TARDIS mientras Yenna observaba la pantalla y descubría que seguían exactamente en el mismo lugar.

– No, no, no, no... ¡NO! – se escuchaban los gritos del Doctor desde el exterior de la TARDIS.

– ¿Crees que nos hemos movido en el tiempo? – preguntó Yenna desde la puerta.

– No lo sé, pero tampoco me importa; no pienso quedarme aquí para averiguarlo.

– ¿Qué ha podido salir mal?

– No lo sé... Quizás no estaba lo suficientemente relajado, quizás mis pensamientos aún están demasiado anclados a este sitio, no tengo ni la más remota idea, pero da lo mismo. Lo único que quiero es largarme de aquí.

Repitieron el proceso con idéntico resultado. Después del segundo intento hubo un tercero, luego un cuarto, y después un quinto. Antes del sexto, el Doctor giró el monitor para no tener que verlo antes de salir, en el séptimo fue Yenna quién bajó la palanca, y en el octavo, el Doctor ya no estaba en la consola central, sino que tenía las manos y la cabeza apoyadas en la puerta de la TARDIS, ansioso por salir una vez se detuvieran los motores.

Cuando abrió la puerta confirmó que se habían desplazado tanto en el espacio como en el tiempo, aunque el resultado no había sido el deseado. Frente a él, la calavera dibujada en la pared del altar del templo, un altar que ahora aparecía ante sus ojos completamente vacío de instrumentos.

Había sido derrotado. Con la mirada fija en aquella calavera que parecía estar observándolo, el Doctor comenzó a caminar muy despacio, arrastrando los pies como si cada pierna pesara toneladas, mientras comenzaban a brotar lágrimas de sus ojos en una sensación abatimiento. Cuando llegó al altar, cayó de rodillas y extendió los brazos.

– Yo... – dijo entre sollozos – Yo... Yo me... Entrego... Entrego mi cuerpo y alma...

– ¡DOCTOR! – gritó Yenna a sus espaldas.

Aquel grito sacó al Doctor de su ensimismamiento. Con los ojos abiertos como platos y respirando a grandes bocanadas mientras sus dos corazones latían desbocados, fue plenamente consciente del gran error que había estado a punto de cometer.

– ¿Sabes? – dijo el Doctor, mientras miraba sus manos aún temblorosas – Él me dijo que lo haría. Me dijo que volvería y lo aceptaría como mi Amo, Señor y Creador...

– Pero no lo has hecho – contestó Yenna, abrazándolo suavemente por la espalda –. Al final, esto es lo que importa...

– ¿Y bien? ¿Qué hacemos ahora?

– Parece que estamos atrapados, ¿verdad?

– Mientras el Silifante exista, me temo que sí.

– Eso no nos deja mucho margen de actuación. ¿Tienes alguna idea de cómo destruirlo?

– No...

– Entonces ya sabemos cuáles van a ser nuestras tareas; la tuya, encargarte del Silifante, y la mía, vigilar que no vuelvas a perder el control.

– ¿Y si no se me ocurre nada?

– En tal caso, supongo que nos quedaremos encerrados aquí hasta la muerte... No entraba en mis planes, pero me alegra saber que estarás conmigo en mis últimos momentos – dijo cogiendo la mano del Doctor y mostrando su sonrisa más sincera –. Sólo lamento no haberte podido ayudar más.

La Estratagema Del Silifante (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora