1. «Un infierno»

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Zack y George estaban más que ebrios. Su equipo de fútbol había ganado y ahora lo estaban celebrando. Mientras tanto, David, que no era muy partidario de ser un aficionado al fútbol ni de la bebida alcohólica, era el que conducía.
David Hofmann era uno de esos hombres que prefieren pasar la noche viendo una interesante película de acción en su sofá antes que salir de fiesta en fiesta perdiendo la noción del tiempo y... A veces, admitía, la cabeza.
—¡David, David! —gritaba George—, para en ese prostíbulo —decía mientras reía a carcajadas, producto del alcohol en sangre.
—¿Qué? Estás loco si piensas que voy a dejarte allí en tu estado —se negaba él.
—¿Quién dice que vayas a abandonarme? —arrastraba las palabras—. Vas a acompañarme, amigo mío.
—¿Cómo? Oye, creo que has bebido demasiado —se quejaba el conductor.
—Nunca, David. Nunca es demasiado para George Hamilton —se jactaba, mientras reía a carcajadas.
—Mira qué poco hombre es David —se burlaba ahora Zack—, ni siquiera quiere pasar una noche mágica en esa casa de señoritas.
—Poco hombre es quien se aprovecha de esas mujeres —se defendía David.
—Hey, David, ¿es aprovecharse de una mujer el pedir que haga su trabajo? Aprovecharse de una mujer es... No sé, violarla en contra de su voluntad —Comentaba Zack. Éste también arrastraba las palabras.
—Zack, no hacía falta que dijeras "en contra de su voluntad". La misma palabra se define sola.
—¿Y qué coño importa, David? Quiero fornicar. Ahora.
Y así siguieron Zack y George, casi ocasionando un accidente automovilístico, hasta que David no aguantó más, y no hubo otra que entrar en ese dichoso prostíbulo.
—Así me gusta, David, que seas un hombre —alagaba George a David.
Obviamente, David estaba totalmente en contra de aquello, pero no podía dejar a sus amigos solos, en ese estado y tan lejos de casa.
En el mostrador, los chicos saludaron a una mujer muy maquillada, entrada en años y gruesa.
Tras indicarle dónde debían ir, un grupo de mujeres ligeras de ropa aparecieron frente a los chicos.
David pasó sus manos por la cara, avergonzado por el comportamiento de sus amigos, y avergonzado de sí mismo por estar en un lugar como aquel.
David miró a todas aquellas chicas con desaprobación y algo de pena.
Mientras que sus amigos elegían chica, David seguía callado, de pie, sin saber qué hacer. Todas las chicas lo miraban con deseo, pero él seguía mudo y recto. De pronto, apareció un hombre grueso también, con perilla, cadenas de oro y gafas de sol, quien sujetaba a una chica que no debía pasar de los dieciocho años de edad. El hombre le gritaba que se estuviese quieta y que sea una buena niña mientras la posicionaba junto a las demás. La chica no levantó en rostro, estaba acongojada.
Entonces, David supo qué hacer.
—Me quedo con ella —dijo.
La chica, asustada, lo miró con ojos acuosos y rojizos.
Aquella chica y David se fueron a un cuarto y, de repente, ésta empezó a llorar.
—Tranquila, no vamos a hacer nada —habló David.
La chica, sorprendida, levantó la vista hacia David como si hubiese visto a un santo frente a ella.
—¿Lo dices enserio? —preguntó la chica con cierto tartamudeo.
—Sí. Te elegí a ti porque sospechaba que lo menos que querría ahora es... En fin, hacer tu trabajo, aunque no considero esto como un trabajo. Ninguno queremos hacer nada relacionado con lo que debemos hacer.
La chica asintió.
Al ver que aquel chico hablaba enserio, se acercó a él con menos temor.
David estaba nervioso.
—Mi nombre es David —dijo—, encantado.
Aquella chica seguía mirándolo.
David pensaba de aquello algo realmente cómico. ¿Quién en un prostíbulo se presentaba? Aunque, por esa regla de tres, ¿quién en un prostíbulo pagaba a una prostituta sólo para hablar con ella?
Para sorpresa de David, la chica le contestó.
—Mi nombre es Lydia —se presentó también, sentándose en la cama.
David hizo lo propio.
El chico volvió a recordar cómo aquel hombre trató a la chica, y algunas preguntas se le vinieron a la mente.
—Perdona —habló él—, ¿por qué trabajas en esto? Quiero decir, no creo que sea por gusto, pero...
—Traquilo —lo interrumpió—. La verdad es... Que no, no estoy aquí por gusto —antes de seguir hablando, secó las lágrimas que empezaban a resbalar por su mejilla—. Ese hombre que acabas de ver es el hombre que, digamos, me "salvó", aunque me condujo a otro infierno.
—¿Cómo? —preguntó David. Sintiéndose realmente confuso.
—No me importaría contarte algo de mi vida; de todas formas eres el que mejor se ha portado conmigo hasta ahora —confesó, riendo un poco—. Él me sacó de un horfanato donde me trataban fatal, pero me vendió como prostituta.
—¿Eso no es denunciable? —preguntó David.
—Lo es, pero nos tienen vigiladas las veinticuatro horas. Aunque las únicas que no estamos aquí por necesidad es una chica llamada Catherine y yo. Las demás necesitan el dinero o bien para su familia o bien para saldar deudas y todo ese tipo de necesidad del capital.
—¿Yo podría denunciar?
—Bueno, se supone que no debería estar contándote esto.
David se quedó pensativo.
Quería ayudar de alguna forma, pero no había alguna por el momento.
El chico miró una vez más a ésta. Su pelo era negro, su tez ni muy morena ni muy clara, sus ojos eran oscuros aunque no lo podría definir con certeza. De pronto, se fijó en su piel y notó que la chica sentía frío así que, como todo un caballero, le prestó su chaqueta a la chica. Ésta le miró curiosa.
—¿Cómo sabías...?
—Por tu piel.
Entonces, Lydia se sonrojó.
A David le pareció muy tierno el sonrojo de la chica, y se quedó mirándola algo embobado, hasta que se jactó de lo idiota que estaba pareciendo.
David le explicó los hechos y la chica empezó a reír a carcajadas.
El chico se impresionó por aquel gesto, pues al principio la chica estaba en un mar de lágrimas y ahora estaba riendo. Algo le decía a David que hacía bastante tiempo que aquélla chica no reía de esa forma.
—Pobre —le dijo, poniendo su mano en la pierna de David mientras seguía riendo.
Y, una vez más, David quedó encantado por el gesto de la chica.
¿Pero qué le estaba pasando? Aquella chica estaba haciendo que los sentimientos de David florezcan de nuevo, y eso no era lo que él mismo esperaba. David tenía algo claro: iba a dejarse de sentimientos e iba a centrarse en su propia libertad. Aunque le parecía de lo más infantil pues por un mal de amores uno no iba a rechazar todo sentimiento de amor, pero David no había sido víctima de un corazón roto, sino de miles y miles de ellos. Las chicas se aprovechaban de él para así asegurarse su dinero; la riqueza de David era conocida si no bien por todo el país, era conocida por toda la ciudad, y los Hofmann eran muy conocidos por su gran fortuna. Esto hizo que las chicas se acercaran a él por puro interés y no porque realmente quisieran iniciar una relación. Así que David tuvo claro que iba a dejarse de relaciones interesadas... O cualquier relación. Simplemente ya no podía confiar como antes.
—Se puede decir que eres un buen amigo —la voz de Lydia sacó a David de sus pensamientos—. Aunque sospecho que no sólo eres un buen amigo, también eres una buena persona, y créeme que no todos los días puedo conocer a gente como tú.
—Vaya, creí que al menos una vez a la semana un chico te pagaba sólo porque sus amigos quieran visitar sitios como este —bromeó David y aquello hizo que Lydia riera nuevamente.
—¿No habría posibilidad de sacarte de aquí? —preguntó ahora serio David.
Lydia le miró con intensidad.
—¿Realmente quieres sacarme de aquí? —preguntó la chica, una vez más sorprendida.
—Detesto ver como una chica como tú se destruye el futuro de esta forma —contestó—. Tengo que encontrar alguna forma, pero no sé...
—A Damián lo mueve el dinero. Tal vez si me compras... —habló con timidez la chica.
—¿Puedo hacer eso?
—Jane, una prostituta de treinta años, salió de aquí al ser comprada por un hombre que disfrutaba mucho de su compañía. Tal vez puedas...
—Podría intentarlo.
Lydia le sonrió.
—¿Harías eso por mi? —preguntó.
—Te dije que sí. Haría cualquier cosa.
Aquellas palabras sorprendieron a Lydia. ¿Haría cualquier cosa por sacarla de allí? ¿Acaso era él un ángel o algo por el estilo? No entendía bien por qué tanta insistencia por hacer algo así, aunque ya había sido explicada. Era la primera vez en años que ella sentía que había afecto sobre una persona, y ella agradecía de corazón el haberse encontrado con aquel chico.
Lydia recostó su cabeza en el hombro del chico y suspiró. Realmente se encontraba cansada, han sido tantas cosas las que ha pasado por su vida que, si realmente este chico la sacaba de allí, ella sería extremadamente feliz. Tal vez no sabría cómo empezar de cero, pero cualquier cosa era mejor que lo que estaba viviendo.
Tal vez el gesto de apoyar la cabeza en el hombro del chico no fue tan significativo para Lydia, pero sí para David. Sin saber qué hacer, éste pasó su brazo por la espalda de la chica y agarró su cintura en forma de "medio abrazo". Esto, sin embargo, sí fue más significativo para la chica.
—Ahora mismo estoy muy asustada —comentó.
—¿Por qué? —preguntó el chico, arrugando el entrecejo.
—Por esta hora llega Louis —respondió—. Louise... Me maltrata. Siempre me elige a mi y no entiendo por qué, pero parece que disfruta haciendo eso conmigo.
Ambos se separaron un poco, haciendo soltar el agarre.
—¿Cómo que te maltrata? —preguntó David sin poder creerlo.
—Ya sabes, me pega, me obliga a hacer cosas que no quiero... Mira, aquí —señaló la cadera, donde había una cicatriz bastante grande— me arañó con su navaja al negarme a hacer una de sus... Extravagantes ideas. Y aquí —señaló por su espalda— me golpeó contínuas veces por el mismo motivo y por puro placer de él.
David quedó aterrado tras escuchar y ver aquello. ¿Quién en su sano juicio maltrataría a una niña, además de saber que lo pasa mal ejerciendo como prostitutas? A veces la raza humana lo sorprendía.
—Pero si me quedo más tiempo él no podrá tenerte, ¿no?
—Él tiene muchísimo dinero y, por tanto, poder. Si quiere tenerme, va a tenerme —respondió apenada la chica.
Entonces, David se salió de aquel cuarto y fue a buscar a ese tal Damián.
Una vez que lo encontró, no dudó ni un segundo en hablar con él.
—Disculpa —dijo—, ¿podría hablar con usted? ——pidió incluso con respeto.
Damián miró enfurecido hacia el cuarto de donde David había salido.
—¿Te está causando problemas esa chica? Mira que he hablado veces con ella...
—No, no es eso —interrumpió—. Me gustaría saber cuánto quiere por esa chica.
Damián se bajó un poco las gafas de sol, enseñando sus pequeños y oscuros ojos que lo miraban inquisitivos.
—¿Quiere a Lydia?
—Sí —odiaba lo que iba a decir a continuación, pero necesitaba hacerlo—. Jamás he gozado con una chica como lo he hecho con ella, y créame que puedo darle una gran suma de dinero.
Damián sonrió, enseñando unos dientes que han conocido poco un cepillo e hilo dental.
—Trescientos mil dólares —pidió.
—Doscientos mil.
—Doscientos cincuenta y ocho mil.
—Doscientos cincuenta mil.
—Doscientos setenta mil, y no bajo más —quiso finalizar aquel hombre.
—Hecho.
Ambos estrecharon la mano en forma de cerrar el acuerdo, hasta que un grito proveniente del cuarto de Lydia sorprendió a ambos.
Tanto Damián como David se acercaron al cuarto apresuradamente para ver cómo Louis cogía de los pelos a la chica mientra le gritaba cosas.
David corrió hasta aquel energúmeno haciendo soltat el agarre y lo tiró contra un mueble que destrozó a causa del empujón.
—Jamás maltrates a una mujer, ¿me escuchas? Jamás —fue lo único que le dijo, cogiendo de la mano a la chica y llevándola lejos de allí.
Mientras David sacó el talón de cheques y escribía, Damián lo interrumpió.
—Doscientos setenta mil cincuenta dólares —dijo.
David lo miró.
—¿Cincuenta dólares más?
—La mesita que has roto cuenta su dinero —contestó.
David, resentido, apuntó los doscientos setenta mil cincuenta dólares y se los entregó a Damián.
—Espero que ni sea un cheque sin fondo, chaval —dijo, mientras se lo guardaba en un bolsillo escondido de la chaqueta.
—Confíe en mi —y dicho aquello, David se llevó a la chica.
Al salir de aquel lugar, David visualizó a sus dos amigos apoyados en el capó del coche, riendo como niños.
—¡Soy libre! ¡al fin soy libre! —gritaba la chica eufórica— y todo gracias a ti.
Entonces, Lydia abrazó a David, quien le correspondió el abrazo.
Mientras ambos se acercaban al coche, Zack empezó a silbar.
—Mira quién se lleva a una pu.ta, el que estaba totalmente en contra de todo esto
David decidió no escuchar a ninguno de sus amigos y todos se pusieron en marcha.

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⏰ Última actualización: Jul 08, 2016 ⏰

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