Capítulo 3

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En la puerta del instituto me encontré con Ali y Elena hablando animadamente sobre una serie de televisión. Ambas discutían cual era el mejor candidato para la protagonista de The Vampire Diaries: Si Damon o Stefan. En mi opinión, un estúpido tema de conversación. Nunca participaba en ellas.

“No puedo creer que elijas a Damon. ¡Es malo! Primero, convirtió en vampiro a Vicky para utilizarla, y segundo, Stefan es mil veces más sexi” Comentó Alison medio desesperada por entender la mente de su amiga.

Ella, Alison Donalty, nos hacía ver al mundo que tenía una personalidad debajo de su cuerpo. Era de contextura gorda, por lo que se defendía más seguido que el resto del grupo. Superficialmente, las opiniones ajenas no le importaban, pero yo notaba que por dentro la destrozaban. En mi opinión, ella era la más débil de mis compañeras. La que más urgentemente ayuda necesitaba.

Dos minutos después, Erin Stampfeld llegó luciendo una pollera demasiado corta y una remera demasiado “exhibicionista”. Ella tenía un cuerpo de infarto, eso no lo podía negar. Pero no me parecía buena la forma en que se vestía, le sacaba toda la dignidad que una mujer debería tener. No aparentaba respetarse, no invitaba a otros a que la respeten. Una pena, siendo una chica tan bonita. Erin se auto titulaba como la líder del grupo por ser, probablemente, la más linda de todas. Otra cosa que me parecía una estupidez. Capaz que entraba en el protocolo de “perfección”, pero eso sólo físicamente. Personalmente era tan vacía, que me parecía que le dieron su figura como regalo de consuelo.

“Holiiiiis” saludó con su típico gesto de alargar la i en su hola inventado. Mis otras dos amigas dejaron de hacer lo que hacían para ponerle atención a la recién llegada, como siempre.

“Holaaaa” respondió Ali. Erin la miró con asco y el pequeño impulso de arrancarle las extensiones escurrió mi cuerpo. Sinceramente, Alison me daba pena.

“¿Saben que le pasó a Joanna?” cuestionó Elena. Joanna O’Neill era otra de las integrantes del famoso grupo. No era normal que llegara tarde a clase, teniendo en cuenta que acababa de tocar el timbre.

“Probablemente tuvo que salir corriendo a comprarse un nuevo pantalón de invierno. ¿Ustedes también notaron lo gigantesco que es su culo? Para mí que come helado de chocolate todo el día para compensar su falta de amor.” Respondió con malicia Erin mientras que caminábamos por el pasillo dirigiéndonos a nuestro curso. Era normal para ella hablar mal de las personas por las espaldas de estas.

“Eso también explicaría la cantidad de granos que tiene su frente. Parece que día a día se multiplican.” Apuntó Ali. Era irónico viniendo de su parte, teniendo en cuenta que su cara se asemejaba a un choclo.

Para no delatar mi desacuerdo, mantuve mi boca cerrada, y parte de mí se preocupaba por la chica a la que estaban criticando. Le tendría que haber pasado algo realmente malo.

Una vez en la clase, me senté en el asiento designado por el profesor Tegen, nuestro tutor. Me ubicaba en unas de las primeras filas, y mi compañero era Joel Tippie, a quien yo consideraba la persona más estúpida del mundo. Ese día vestía una camisa marrón a cuadros con unos pantalones ajustados que le bailaban en sus huesudas piernas. Las zapatillas de montaña le hacían ver el pie diez veces más grandes de lo normal. Hablaba con Molly Ryan, la “tragalibros”. Joel le sonreía con sus dientes amarillos y sus labios resecos. Habría apostado mi pierna a que ambos se gustaban, pero eran tan absolutamente idiotas como para decírselo.

Caí con pesadez en el asiento y ambos me miraron sonriente. Se la devolví con falsedad. Ambos me desagradaban.

“Hola Casey” saludó Molly. “¿Cómo pasaste tu fin de semana?” preguntó amistosamente.

“Normal, ¿y el tuyo cómo estuvo?” Respondí con pura cortesía. No se me hacía normal hablar con ellos.

Y, luego de esa pregunta, fue cuando me arrepentí de ser cortés. La chica me empezó a contar que luego de salir del colegio el viernes, su padre y ella se subieron a un auto y recorrieron todo el estado con tan solo una lata de berenjenas enfrascadas de alimento. Explicó detalladamente su experiencia con el puma salvaje que se le atravesó en el camino, que tuvo que correr 15 kilómetros para distraer al animal y así sobrevivir. “Sólo 3 de cada 20 personas sobreviven al encuentro con un puma” comentó como si fuera la gran cosa.

No me enorgullecía de mi falta de interés al resto del mundo, pero era algo que simplemente no podía evitar. Si la historia no era realmente cautivadora (no cómo la historia de Molly, por ejemplo), era muy poco probable que yo haga algún comentario o de alguna señal de estar escuchando mientras la persona hablaba.

En algún momento en el que estaba perdida en mis pensamientos, el odiado profesor Tegen ingresó al aula. Su pelada brillaba ante la luz del sol que se colaba por entre la venta. Era flacucho y larguirucho. Sus movimientos, un poco espásticos. Se había divorciado hacía 13 años y seguía sin superarlo. Se rumoreaba que todos los domingos asistía a charlas de Alcohólicos Anónimos.  Pero de esto último no estaba muy segura, por lo que no quería juzgarlo por ello.

“Buen día alumnos” dijo dándonos la espalda mientras escribía la fecha en la pizarra y el título Frankenstein. Todos los adolescentes siguieron hablando. Ni se inmutaron que el maestro comenzaba la clase. “Mjm” Se aclaró la garganta “Buenos días” saludó esta vez en un tono de voz más alto y el ruido pasó a ser silencio. “Hoy, como comenzamos la tercera semana de clases, también comenzamos en trabajo que continuarán el resto del trimestre.” Se enderezó, sintiéndose el rey del mundo. Si tan sólo supiera lo patético que parecía. “Este consistirá en leer y analizar la famosa novela Frankenstein, escrita por Mary Shelley en el siglo diecinueve. Esto se hará en grupos.” Deseé con todo mí ser que mi compañero sea alguien aceptable. Sabía que era mucho pedir que me tocara con el chico malo de mi clase y así terminaría enamorándome, cómo en esas novelas malas. Era lógico que no iba a pasar, por que 1) no había chicos malos. 2) me parecía lo más patético del mundo.

Como era de esperar, me tocó con la persona menos normal que existía. Una chica extremadamente pálida con demasiado maquillaje negro en la cara. Unos 5 o 6 piersings le terminaban de dar el look de chica-que-escucha-heavy-metal, nunca estuve segura de cómo clasificar a esas personas. Así que cuando el profe dijo “ a partir de hoy se sientan con su pareja”, no supe si ponerme feliz o tener miedo.

Al final resultaba que, como la chica se ubicaba en el extremo final de la clase, tuve que ser yo la que se mude. Pero el verdadero problema apareció cuando teníamos que entablar una conversación. A juzgar por su expresión, ella no estaba interesada en abrir la boca, y la verdad es que yo tampoco, pero era por un bien común hacerlo.

“Emmm…” Comencé intentando que apartara sus ojos de su carpeta y que dejara de dibujar en su cuaderno. Me ignoró. “Disculpa…” continué, pero siguió dibujando. “Tenemos que ser compañeras por el resto del trimestre. Y para ello necesitamos hablar. Si estas decidida a ignorarme, avísame desde ahora, para que de esta manera pueda ir a hablarlo con el viejo Tegen”. Esperé literalmente cinco minutos para que se digne a dirigirme una palabra. Antes de decir cualquier cosa, me miró muy fijamente, como si pudiera ver mi interior.

“Quiero hacer el trabajo contigo” su tono de voz era neutro “Soy Barbara Pettinghill. Llámame Barb.” Su nombre desconvinaba totalmente  con su imagen. Las chicas llamadas Barbara suelen ser o coquetas o sensibles.

La miré con desconfianza. Esperaba que ella no fuera el resultado de un grito de ayuda sin ser escuchado. Igualmente, la estaba juzgando. No la conocía, no sabía por todo lo que tuvo que pasar. Tal vez haya tenido una infancia terrible, o capaz no. Tampoco era que me interesaba.

Y en ese momento, como de la nada, comencé a preguntarme cómo me veían los demás. No sabía si miraban a la chica feliz y radiante que mostraba, o si hablaban con la chica triste y cargada de problemas a la que le costaba mantenerse despierta y tenía una mente sumamente negativa. Me parecía extraño imaginarme que nunca me podría  ver. Conocía a la chica del espejo, pero nunca iba a descubrir la forma en que el resto me contemplaba. 

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