Corrió revólver en mano los dos vagones de distancia que lo separaban del camarote. A su paso, se topó con varios pasajeros que abrían espantados las puertas de sus dormitorios tratando de entender qué sucedía. Pues a juzgar por los disparos estaban a punto de ser asaltados, no era tan difícil de entenderlo, pensaba Warren a cada paso. Ingresó a su camarote y cerró la puerta tras él. Sir Collins permanecía de pie junto a su litera en ropa interior. Por poco casi se muere de un infarto ante el brusco ingreso del norteamericano.
—Señor Warren, no me diga que...
— ¡Oh sí, señor Collins! ¡Están asaltando el maldito tren! —Exclamó Oliver al tiempo que a toda velocidad bajaba su pesado bolso del portaequipaje. Colocó aquella maleta cilíndrica en su cama y abrió el cierre en un movimiento frenético.
— ¿Pues qué vamos a hacer? Estos bárbaros incivilizados son capaces de cualquier cosa, señor Warren —decía Sir Collins abriéndose de brazos.
— ¡Usted, escóndase bajo la cama! —Exclamó el norteamericano extrayendo de su bolso un rifle Winchester—. ¡Malcolm!
— ¡Aquí estoy! ¿En qué lo ayudo, señor Warren?
—Para empezar salga de las sombras. ¿Sabe disparar?
—La verdad que no, no sabría...
—Pues es muy simple, ya está cargado, solo apunte a lo que trate de ingresar por esa puerta y jale del gatillo, ¿está claro? —Sentenció Oliver Warren y le entregó el fusil a Malcolm quien lo tomó con dubitación.
— ¡Espere, señor Warren! —Exclamó el viejo—. ¡¿A dónde va?!
— ¡A poner en marcha este maldito tren antes que lo aborden! ¡Métase debajo de la cama!Para su tranquilidad todavía seguían escuchándose disparos afuera, por lo que los británicos debían seguir en pie defendiendo la formación desde los techos. Pero era solo cuestión de segundos para que fuesen avasallados, pensaba mientras corría por los pasillos de los vagones rumbo a la locomotora. Los gritos alarmantes de los pasajeros ya le estaban quebrando la calma, pues a cada vagón que cruzaba, se topaba con sujetos que se dirigían a él con preguntas como si fuera el maquinista de la formación. Solo los eludía y seguía camino con su revólver apuntando hacia arriba. La oscuridad de los vagones le obligaba a dar pasos cautelosos, ya que cada tanto se llevaba puesto algún bulto que entorpecía su marcha.
Al tanto que avanzaba en dirección a la locomotora repasaba mentalmente las hipótesis de lo que sucedía. Pues si el tren se había detenido y no arrancaba para dejar atrás semejante balacera podía ser por tres básicas opciones. Número uno: hay un obstáculo sobre las vías, algún animal muerto o las mismas vías dinamitadas. Numero dos: el maquinista fue ejecutado por un derviche que se hizo cargo de la formación y activó los frenos. Número tres: el maquinista es un cómplice del atraco y/o un derviche. Tan solo esperaba que se tratase de la hipótesis número uno, pues en ese caso solo era cuestión de encender la locomotora marcha atrás.
Finalmente llegó el momento de comprobar la verdad. Warren amartilló el revólver dejándolo listo para disparar. Respiró profundo al tiempo que observaba hacia fuera. No le pareció ver a nadie. Abrió la puerta de aquel primer vagón y dio un brinco hacia la locomotora. Caminó de costado por el andén del vagón repleto de carbón, hasta que finalmente vislumbró el interior de la locomotora. No le pareció ver ni al maquinista ni a nadie más. Dio un brinco y se introdujo de lleno en la máquina. Caminó atravesando las calderas y tapándose el rostro del inmenso calor. El reinante silencio sepulcral le trastocó su habitual calma, los derviches ya debían de haber abatido a los soldados y de seguro estaban abordando el tren. Finalmente, apresuró su paso hasta dar con la sala de conducción tratando de hacer el menor ruido posible. Enseguida confirmó una de sus tres hipótesis.
El maquinista y los dos fogoneros, permanecían de rodillas con sus manos entrelazadas por la espalda. Un sujeto de largas túnicas oscuras y con su rostro tapado, les apuntaba con un viejo rifle por detrás. Warren no lo dudó. Se acercó a sus espaldas con lentos y fríos pasos apuntando el caño de su revólver en dirección a la nuca del forajido. Sin embargo, el sonido evocado por su cinturón de munición lo traicionó. De repente, alertado por el ruido, el derviche se dio vuelta de inmediato apuntando su rifle hacia él. No tuvo más opción. Sin dudarlo, Oliver Warren jaló del gatillo de su Colt produciendo un disparo que se tradujo en un impacto limpio sobre el pecho del forajido. El arma tronó en el silencio y tras un resplandor de luz los corazones de todos los presentes se detuvieron por un instante, a excepción del forajido, pues claro, el disparo de la Colt .45 le quitó la vida de inmediato.
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EL SECRETO DE LOS PRÍNCIPES
AdventureEl reconocido arqueólogo británico, Sir Richard Collins, emprende una expedición hacia el Egipto colonial de 1891 con el objetivo de hallar a su hija y obligarla a regresar a Londres. En su viaje repleto de peligros imprevistos, contará con la ayud...