Capítulo 1.

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No tenía la más mínima idea de donde estaba. Sólo sabía que no me quería ir. Allí, en la oscuridad, me sentía a gusto. Como si ese fuera el lugar a donde pertenecía ¿o con quién pertenecía? Debía ser, porque no me encontraba sola. Había alguien, un joven alto y de cabello corto y negro, a quien por más que intentaba, no había logrado reconocer. Lo único que sabía era que lo amaba. Me tomó por la cintura y me acercó hacia él. Sus labios se acercaron a los míos, y pude ver sus ojos de color gris. Era... Beep, beep. Sonó mi condenado despertador. Lo miré con desprecio al tiempo que me restregaba un ojo y me sentaba en la cama, y lo apagué con bastante brusquedad. Eran las siete en punto, mi hora de levantarme para ir al colegio. Ahí empezaba otro tonto y aburrido día en el Instituto Rosefield. Afortunadamente ya era viernes, así que no parecía tan malo. Me levanté y busqué en mi caótico armario mis jeans azules ajustados y una playera. Encontré una camisa a cuadros roja y negra que solía ser de mi hermano Peter, pero que nunca había usado. Él era unas dos tallas más grande que la mía, pero había logrado entallarla un poco luego de un par de puntadas, y me quedaba bastante bien. Por último, decidí usar mis botas militares negras. Fui hasta el baño, me delinee mis ojos color miel, cepillé mis dientes, peiné mi cabello, me perfumé con mi fragancia favorita y salí. Me dirigí a la habitación de junto a la mía, donde mi hermano dormía muy tranquilo, respirando sonoramente y enredado en la ropa de cama. Sonreí enternecida, porque a pesar de tener veintiún años recientemente cumplidos, siendo mayor que yo por cuatro, parecía un niño dormido.

—Oye Pete, despierta. —dije sacudiéndolo levemente.

—¿Qué quieres Em? —preguntó abriendo levemente sus ojos color miel, que estaban cubiertos por su cabello castaño del mismo tono que el mío.

—Debes llevarme al colegio. —respondí.

—Oh, ¿Qué hora es? —inquirió él, más quejándose que otra cosa.

—Siete veinte. —Mi hermano volvió a apoyar su cabeza en la almohada—. Si no te levantas traeré un vaso de agua fría y te la echaré en la cabeza.

—¡Ya! Ahora me levanto. —se apresuró a decir, recordando que yo ya le había hecho aquello en otra ocasión. Sonreí y me dirigí a la cocina. Tomé dos tazas de una de las estanterías de la alacena y las dejé en la mesada. Puse pan en la tostadora y le preparé un café amargo y muy espumoso a mi hermano, justo como a él le gustaba. Para mí, preparé un café con chocolate y leche, porque en realidad, no adoro el café. Pero es la única manera en la que puedo mantenerme despierta durante la aburrida mañana en el instituto. Afortunadamente, ya estaba en el último año. Peter bajó las escaleras justo en el momento en que yo terminaba de servir el desayuno y se sentó en la mesa.

—¡Está horrible! —exclamó él muy serio, empujando levemente la taza hacia el centro de la mesa. Mi hermano es un artista nato, con un increíble talento para el drama y el teatro. Desde niño le ha gustado actuar, el problema es que no sabe cuando parar.

—Ya cállate Pete y bebe tu café. —dije yo con una sonrisa, y él me la devolvió. Luego se dispuso a terminar de desayunar. Una vez que terminamos, tomé mi suéter y mi bolso mientras él tomaba el suyo y descolgaba las llaves de su auto. Salimos por la puerta que daba al garaje, y yo me subí a su BMW negro con detalles en plateado, al tiempo que mi hermano abría la puerta del garaje con un interruptor que había en la pared. Entonces, el también subió. Arrancó el deportivo y utilizó el botón de un control remoto para que la puerta se cerrara. Mi hermano y yo vivíamos solos desde hacía cuatro años, ya que nuestros padres habían fallecido en un accidente de avión mientras hacían un viaje de negocios. No había sido fácil para nosotros, pero habíamos encontrado la forma de salir adelante. Tuvimos que vivir un tiempo con unos tíos, pero una vez que Peter pudo hacerse cargo del dinero de nuestros padres y consiguió un trabajo, volvimos a casa juntos. No ha sido fácil, pero hemos logrado salir adelante. El viaje en auto no era demasiado largo, y apenas eran las siete y cuarenta y cinco cuando llegamos al instituto.

Perdidos y sin rumbo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora