Capítulo 3.

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Se nos pasó la tarde escuchando música, y habíamos acordado elegir una canción cada uno. Hablamos de las bandas que nos gustaban, de la escuela, de tantas cosas... Las horas pasaban rápidas entre risas y patatas fritas y, cuando quise darme cuenta, ya había atardecido. El cielo teñido de anaranjado era inspirador, y no era un mal momento para dibujar. Pero antes, ya que era mi turno, elegí una de mis canciones favoritas, titulada Castle of Glass del último álbum de Linkin Park, que se titulaba Living Things. Mientras sonaba la canción, Logan y yo nos miramos en silencio, simplemente sonriéndonos el uno al otro. Me dejé llevar por la melodía e, inconscientemente, cerré los ojos y comencé a cantar mientras tomaba mi bolso para buscar mis cosas:

Take me down to the river bend

Take me down to the fighting end

Wash the poison from off my skin

Show me how to be whole again

Fly me up on a silver wing

Past the black where the siren sing

Warm me up in a nova's glow

And drop me down to the dream below

Cause I'monly a crack in thiscastle of glass

Hardly anything there for you to see

For you to see

De repente, la música se había detenido sin explicación alguna, y yo había seguido cantando. Dejé las cosas a un lado, bajé la vista, y pude ver que había sido el pelinegro quien la había parado. Pensé en replicar, pero me llamó más la atención su expresión de sorpresa.

—¿Qué? —pregunté con una extraña combinación entre intriga y fastidio.

—Tienes... tienes una voz muy bonita Em. —Me dijo sin rodeos y con una sonrisa, y yo me volví a ruborizar por octava... no, novena... bah, ya ni recordaba cuantas veces me había sonrojado desde que estábamos allí. Había perdido la cuenta.

—No hablas en serio. —respondí incrédula, sin poder ocultar el rojo de mis mejillas.

—De veras, me gusta mucho. —Rió.

—G-Gracias. —Fue todo lo que pude articular.

—Casi tanto como me gustas tú. —Agregó al final sin dejar de mirarme a los ojos con esa sonrisa ganadora que tanto me gustaba. Ahora sí que estaba roja como un tomate. Y en cualquier momento de seguro me iba a poner morada. No respiré, no pensé, no hice nada. Sólo me quedé allí, a unos 200° C. Probablemente estaba sudando como un esquimal en Hawái, y de seguro que parecía como si me hubieran echado un balde de agua en la cabeza. El corazón me latía 397 veces por segundo, y probablemente iba a salirse corriendo por mi garganta, alejándose tanto como fuera posible. Me derretía como un cubo de hielo al sol sin dejar de contemplar ese par de ojos color gris niebla, que cada vez estaban más y más cerca de los míos. Cuando caí en la cuenta de que no eran sólo sus ojos los que se acercaban, los doscientos grados y mis latidos se doblaron, porque era su boca la que estaba más próxima de la mía. Se acercó tanto que perdí el equilibrio, o al menos eso quise creer yo, y caí hacia atrás con mis brazos alrededor de su cuello. Él pareció estar igual de atento que yo, y había puesto su mano en mi cintura, dejándose caer y quedando sostenido únicamente por sus brazos y piernas, dejándome sin escapatoria. Aunque claro, yo no tenía deseo alguno de escapar de él. Podía hasta sentir su perfume, un aroma que me estaba haciendo perder la cordura, y veía más de cerca que nunca esas bellas facciones, apreciando cada detalle.

Perdidos y sin rumbo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora