Capítulo 1: El extraño descubrimiento

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Aquella tarde la cabaña estaba diferente, daban las seis treinta y algo hacía pensar que lo normal era quedarse en casa. Fuera llovía a cántaros; las ventanas empañadas, la calefacción encendida, el olor a barniz, el aburrimiento.

– ¿Aún no está?

– Nada, que no hay manera, habrás de esperar a que vuelva la señal, es imposible subir al tejado en estas condiciones.- Se escuchó desde lo alto de la buhardilla.

El locutor era Bruno Garnis, padre de Mark (Desde el día mismo de su nacimiento, como solía recalcar a modo de chiste generando más pena que risas) y desde aquel momento técnico especializado en observar antenas de televisión con la impotencia del pintor sin musa. Sujeto más bien bajo, de aspecto desmejorado con un peinado a modo de cortinilla con tendencia a desbaratar cualquier plan de futuro de su hijo. Llevaba casi siempre, por no decir siempre, una camisa de cuadros abierta entre la cual, y no sin dificultad, podía verse asomar una camiseta de Queen, lo que daba una idea de la generación a la que pertenecía; pantalones tejanos, zapatos de piel lustrosos donde los haya.

- ¿Por qué no subes? He encontrado algunos libros y algún que otro artilugio que podría servirte de entretenimiento mientras se soluciona el problema.- Propuso.

- ¿La casa encantada? ¿La pequeña cerillera? ¿El parchís?- Señaló Mark negando con la cabeza en todo momento como señal de que esas cosas no iban con él. Sin embargo, sus ojos se detuvieron un instante en una caja con el título "La caja de los intercambios".

Se dispuso a abrir el misterioso paquete y, al tratarse de su primera vez, decidió que lo más aconsejable era leer las instrucciones. Buscó de manera casi compulsiva por toda la caja pero lo único que fue capaz de identificar debajo de aquella nube de polvo fue una nota en la que se podía leer "Las devoluciones cuestan el doble de lo obtenido". Habría buscado mejor, de no ser por aquel maldito reloj de cuco cuya manía era puntualizar los momentos vividos transformándolos en pura rutina, esto es, daban las nueve y como cada día su padre había dispuesto ya los platos y cubiertos a modo de cena hiperpuntual.

-¿Más pollo, Mark? – Preguntó - Te noto un poco raro últimamente, espero que no se trate de las notas y tan sólo sea aquella niña... ¿Cómo dijiste que se llamaba?

– Nunca dije que hubiera ninguna niña.- Corrigió Mark echando por tierra el inútil intento de su padre de obtener información acerca de su infantil (aunque no por eso menos privada) vida amorosa.

– Desde luego contigo es imposible.- Concedió el aludido.

Desde hace unos años Mark vivía con su padre, en concreto cuatro, tras la maldita separación que tanto había cambiado su vida, la de Bruno, la de Marta. Habían intentado por todos los medios no llegar a ese punto pero la crisis de los cuarenta acusaba al infantil aunque siempre puntual padre y la crisis de los "nadie me entiende" , fase que dura aproximadamente unos sesenta años, se presentaba en todo su esplendor allá donde iba la figura de Marta Ramírez; que si "esto está sin fregar", "el trabajo es duro", "os creéis que soy la chacha", en fin, una combinación explosiva que arrasó con lo que quedaba de la que algún día fue, dentro de lo que el sustantivo vida da margen, una familia feliz.

Marta vivía en Barcelona, vistas al Camp Nou, grandes ventanales, lujo por doquier, marido empresario... pero Mark había preferido en ese entonces que la custodia recayera del lado paterno, tal y como le hizo saber en su día al juez, debido a causas de mayor importancia como son compartir equipo de fútbol, o la misma afición en concreto. La cabaña estaba situada a las afueras de Valencia, ciudad en la que "trabajaba" su padre en la época donde buscar trabajo se convertía mismamente en realizarlo, valga cualquier chapuza como fontanero o algunas tejas descolocadas en casa de un amigo. Paredes de madera y suelo del mismo material al que algunos finos se empeñaban en llamar parqué, ventanas grandes en proporción a la diminuta puerta blanca donde el único y exclusivo lujo era la inmensa televisión, que mantenía entretenido a Mark y evadido de la realidad a su padre.

- ¿Quieres que volvamos a probar la antena?- Propuso el padre.

- A la sexta va la vencida, ¿No? - Respondió el niño, en un tono tan irónico que a Bruno no le quedó más remedio que reír.

La situación en la que se encontraba, tanto familiar como personalmente, había hecho de Mark un niño demasiado maduro para su edad; un niño incapaz de asentir y repetir tal y como hacía el resto de sus congéneres. Así pues también había desarrollado una ironía la cual no era propia de su edad.

Tras la cena subió corriendo las escaleras otra vez antes de que su padre pudiera darse cuenta de ello, cosa que habría ahorrado al pobre Bruno un postre, del cual dio buena cuenta al percatarse de la ausencia de su hijo.

Al entrar cerró la puerta con pestillo, no quería que su padre le molestase, estaba inmerso en su curiosidad, impaciente por conocer las utilidades de aquella misteriosa caja.

Tras abrirla y volver a comprobar su ausencia de contenido recordó que antes había logrado ver una nota, entre tanto polvo, cuyo mensaje era... ¿Qué importaba el mensaje? De seguro no era nada relevante, así que decidió mirar en el armario de detrás, por si acaso pudiera encontrar alguna información sobre la utilidad de aquel objeto.

- Comics, atlas, un antiguo diccionario, un juego de magia al cual le faltan más piezas de las que tiene... nada - Se dijo a sí mismo; cuando de repente pudo ver un papel que salía volando tras mover sin querer el viejo diccionario. "Caja de los intercambios. Manual de instrucciones."

El manual se encontraba en innumerables idiomas, por fortuna uno de ellos era el español, así que se dispuso a leerlo.

"Estimado lector: Debe saber antes de nada que es usted poseedor de la maravillosa Caja de los intercambios, un objeto sin duda increíble y que hará de su vida la historia que siempre deseó."

La cara de Mark brillaba más y más a medida que continuaba con su lectura.

- "Para utilizar correctamente seguir los pasos indicados a continuación:

1º Colocar la caja en el suelo, boca arriba y sin tapa.

2º A continuación escribir en un papel aquello que se desea intercambiar y colocarlo en el interior.

3º Cerrar la caja y esperar un período de tiempo equivalente a la importancia del intercambio (Entre diez minutos y diez días)"

El modus operandi no podía ser más sencillo, pensó, así que sin más preámbulos se dispuso a probar.

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2016 ⏰

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La caja de los intercambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora