MURRIETA

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Era de noche y el viento golpeaba fuertemente las ventanas. Los árboles mecieron las ramas con el aire y los búhos que se posaban afuera de la casa graznaban sin cesar. Por alguna razón la colonia permanecía silenciosa, y las sombras en las paredes de varios gatos que yacían en las calles atemorizaban mucho a los presentes a esa hora.

Alma, una mujer anciana y de cabellos plateados y alborotados, y de expresión fría, le contaba una pequeña historia a su nieta.

Murrieta era una niña singular de cabello negro azabache. Sus ojos azules no solo mostraban el valor que poca gente en el mundo tenía, sino que además; su expresión pálida y peculiar indicaba respeto y orgullo.

––¡Murrieta, ven acá! ––gritó la anciana mujer con voz misteriosa desde la sala––. Deja que termine de contarte la historia, o al menos déjame contártela.

Ambas escucharon ruidos adustos y enérgicos en la casa.

Murrieta algo perturbada por el golpeteo en la pared y por los sonidos de las aves nocturnas, se acercó a ella con sigilo y procuró no mostrar miedo alguno. Las sombras le provocaban escalofríos y los ruidos los tomó como si fuera una advertencia.

––¿Sucede algo, abuela? ––preguntó Murrieta con curiosidad, al menos porque la vio preocupada en la sala. Así que se acercó y esperó atentamente frente a ella, viéndole un rostro demacrado y hostil.

La mujer se sentó a un lado de Murrieta, junto a la sala, en una silla pequeña y de madera, se sirvió una taza de té de la mesita de en medio y dio unos cuantos sorbos mientras le prestaba atención. Estaba a punto de narrar la misma historia de cada noche, aquella con la que siempre intentaba asustar a la pequeña. Tal vez no tenía otras historias que contar, o al menos esa le gustaba más ya que iba insistirle en que la creyera. Nadie lo sabría entonces.

––Es la misma historia sobre esas criaturas, ¿no es así? ––Murrieta hizo un puchero absurdo aunque tomó asiento después de oír otro golpeteo en la ventana. Los búhos parecían inquietados.

Se escuchó un sonido diferente al anterior y entonces todo se apagó. En todas partes la luz se había ido. Estaban a oscuras, apreciando la negrura de la estancia. Sin embargo, podían verse a los rostros. Ambas, mostraron preocupación e impotencia. Eran dos mujeres que no sabían qué hacer mediante a esa situación. Debían esperar hasta entonces.

Los búhos ulularon tenebrosamente, extasiados.

––¡Abuela! ––gritó Murrieta, asustada.

Sus ojos no pudieron ver nada más. Solo escuchó los golpeteos y a las aves nocturnas graznar impacientes.

––Tranquila, niña ––le dijo la anciana apaciblemente mientras daba un último sorbo a la taza––. Solo se ha ido la luz. No es para tanto. Estás aquí conmigo.

Murrieta asintió relajada. Le temía a la oscuridad, más no a los monstruos. No creía en ellos.

––¿Y si nos pica una araña? ––chilló de miedo––. Esos insectos me asustan ––luego volvió la mirada hacia abajo. Solo vio el suelo y oyó el crujir de la duela bajos sus pies.

––No creo que haya arañas en la oscuridad, eso te lo puedo asegurar ––la voz de la mujer sonó cruel y tan curiosa.

––¿Ah, no?

––No. Arañas no ––prosiguió––. Aunque los Moreth quizás puedan aprovecharse mientras estamos en l oscuridad.

––¿Los Moreth?, ¿te refieres a esas criaturas de las que tanto me mencionas?

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2016 ⏰

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La noche de MurrietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora