Capítulo 9: El regalo

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Aquella noche, Lyra visitó a Sansa Stark.

La encontró en los bonitos aposentos que habían preparado para ella en la Torre de la Mano, comiendo unos pastelillos de limón y leyendo una novela romántica que Lyra había aborrecido cuando su madre la obligó a leerla. Llamó suavemente con los nudillos en la puerta abierta y la muchacha se volvió.

Llevaba la bonita melena pelirroja suelta sobre la sencilla túnica rosa, y la luz plateada de la luna de Desembarco del Rey la hacía parecer muy hermosa a pesar de ser todavía una niña. Lyra sonrió.

—¿Puedo pasar? —Sansa asintió, despacio, y se puso en pie.

—Por supuesto, mi Señora —Lyra dejó escapar una suave carcajada.

—Llámame Lyra, por favor —Sansa asintió de nuevo y un silencio incómodo se instauró entre las dos.

—Sansa... —comenzó, dudosa; se aclaró la garganta— Realmente lamento lo que sucedió en el castillo de los Darry. Sé cuánto amabas a Dama —había preguntado a Robb el nombre de la loba, esperando así sonar más cercana—, y lo lamento muchísimo. Intenté que mi madre se retractara, pero fue imposible. Y Robb es mi prometido, de modo que... —se cortó, sin saber cómo continuar.

El rostro de Sansa se contrajo en una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero no engañó a Lyra. Avanzó cuidadosamente hacia la niña y abrió los brazos, esperando que Sansa entendiera el gesto. La chica comprendió y la abrazó suavemente; el olor a azahar de su cabello inundó la nariz de Lyra.

—Espero que puedas perdonarme.

—Aprecio mucho la disculpa, mi... Lyra —se corrigió, mirándola a los ojos— Sé que hiciste lo que creíste correcto y por ello creo que no hay nada que disculpar.

Lyra sonrió de nuevo. Aquella niña era un pequeño pajarito, educada para ser bonita, elegante y cortés. Así es como se suponía que debía haber sido ella: delicada como una pluma, fina como la seda y hermosa como las dalias que crecían en su pequeña terraza. Se despidió de Sansa con otro abrazo suave y volvió a su propio dormitorio, donde su tío Tyrion la esperaba con una capa negra arrugada entre sus brazos.

—¿Tío? ¿Qué haces aquí? —preguntó, sorprendida, cerrando la puerta tras de sí.

—¿Recuerdas aquel regalo de cumpleaños del que te hablé la noche del torneo? —Lyra sonrió, comprendiendo, y una sonrisa maliciosa se extendió por su rostro— Pues ponte la capa y vamos. Tu regalo te está esperando.

Lyra se abrochó la capa al cuello, con la capucha cubriéndole el rostro y la gruesa tela ocultando su túnica azul, y Tyrion la condujo por uno de los muchos pasadizos ocultos que plagaban la Fortaleza Roja. Caminaron durante lo que a Lyra le pareció una eternidad, todo el recorrido en silencio, hasta que llegaron a un edificio algo apartado de las calles más pobladas de la ciudad. La puerta se entreabrió y se deslizaron al interior, donde una mujer increíblemente alta y con la piel increíblemente oscura los recibió. Los guió por un pasillo lleno de hombres -Lyra reconoció a algunos de la corte de su padre- y chicas que mostraban libremente sus senos y lucían bonitas campanas en el cabello que tintineaban a cada paso que daban. La mujer los invitó a entrar a un bonito dormitorio decorado con telas y tapices de Dorne, ocupado principalmente por una enorme cama llena de almohadones y sábanas de seda. Besó a Tyrion en la frente y realizó una sinuosa y sensual reverencia ante ella que le erizó el vello de la nuca. El olor del incienso dorniense le llegó a la nariz y sintió un nuevo escalofrío.

—Alteza, mi nombre es Chataya —se descubrió el rostro nada más saber que la habían reconocido, dejando así que los ojos de la que parecía ser la madame de aquello que parecía ser un burdel examinasen su rostro—. Es un honor teneros aquí esta noche. Me he permitido la libertad de escoger personalmente a las jóvenes bellezas que harán de esta la mejor noche de vuestra vida. Si alguna no os gusta o tiene alguna petición particular, no dudéis en decírmelo.

Apenas hubo terminado de hablar se abrió una puerta oculta entre un hermoso tapiz que mostraba el sol sobre un acantilado. No obstante las cuatro bellezas que entraron al dormitorio eclipsaron por completo el tapiz. Eran las mujeres más hermosas que Lyra había visto en su vida, más incluso que Aalis, su criada. La primera en entrar era casi tan alta como Chataya y tenía una larga cabellera negra que le rozaba las caderas, cubiertas por un pañuelo de monedas; sus ojos parecían esmeraldas en su rostro pálido. La segunda era rubia y tenía el cabello recogido en dos trenzas que resaltaban sus ojos almendrados y negros, típicos de las Ciudades Libres. La tercera era también rubia y llevaba el pelo muy corto, aunque no era por ello menos hermosa. Pero la última captó toda su atención. Era igual de alta que Lyra y su piel estaba plagada de pequeños lunares, incluso en las piernas. Una hermosa cabellera pelirroja caía casi hasta el suelo, enmarcando un rostro de facciones delicadas y unos seductores ojos castaños que encendieron algo en el vientre de Lyra.

Tras observarlas unos segundos se volvió hacia su tío y Chataya, que la miraban con una chispa de diversión en los ojos.

—Tío, yo... —tragó saliva, dubitativa; no había nada que desease más que tumbarse en aquella cama de aspecto mullido y descubrir por qué a su tío le gustaban tanto las prostitutas, pero tenía algo de miedo— No sé si...

—Lyra, cariño, insisto —Tyrion avanzó hacia ella y le tomó la mano—. Esta es tu última noche como mujer libre y quiero que la disfrutes. Además, es muy feo rechazar un regalo.

Finalmente, Lyra sonrió y asintió con la cabeza. Chataya y Tyrion se despidieron de ella y salieron de la habitación, dejándola sola con las cuatro prostitutas más intimidantes de los Siete Reinos. La primera de ellas, la del cabello negro, se acercó a ella y le quitó la capa. La del cabello corto y rubio le sirvió vino de las Islas del Verano que bebió con avidez y las otras dos se sentaron en la cama, esperándola.

—Alteza, mi nombre es Fate —se presentó la primera mientras le deshacía la trenza con sumo cuidado—. No estéis nerviosa, sabemos cómo tratar a doncellas de alta cuna como vos...

—Pero yo... nunca he hecho esto.

La rubia volvió a servirle más vino, que volvió a beber a toda velocidad, y comenzó a deshacer los apretados nudos que le sujetaban el vestido.

—No os preocupéis, mi Señora... Nosotras haremos todo el trabajo. Vos, Alteza, relajaos y disfrutad...

Una vez en ropa interior -un sencillo camisón blanco- la tumbaron en la cama y terminaron de desnudarla entre besos, caricias y mordiscos juguetones. El vino seguía endulzándole la boca, al igual que los labios de Syna, la prostituta pelirroja, y de pronto se encontró cubierta de aceite con olor a coco y el cabello cubierto de campanitas y monedas plateadas que sonaban cada vez que el placer la hacía sacudir la cabeza.

Y en ese preciso instante comprendió por qué Tyrion adoraba a las prostitutas y creyó haber encontrado su lugar allí, entre incienso de Dorne, almohadones y muchachas hermosas.

NdA: He creado un blog donde iré subiendo información sobre casas y personajes que he ido añadiendo al universo de Juego de Tronos, a modo de guía: http://thelionheartedeer.blogspot.com . Y nada más, el próximo capítulo será ya la boda entre Robb y Lyra y me gustaría agradecer las más de 170 lecturas, aunque seáis pocos los que comentáis (pequeña indirecta, jajajaja). Bueno, y ya está todo dicho. ¡Saludos!

The Lionhearted Deer | Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora