En todo el trayecto mantuvo el volante del auto sostenido entre sus manos aplicando fuerza. Estaba desesperado, descompuesto y aturdido con lo ocurrido en la residencia de los Valencia. Ni por lo más remoto de su subconsciente le pasó la posibilidad de que Álvaro fuese un hombre presa de la situación, así como se auto describió.
Realmente aún dudaba de la credibilidad en ese tipo, no obstante algo le decía que debía hacerlo, debía creer, porque ese hombre al que durante tanto tiempo odio con fervor; resulto no ser lo que esperaba.Sacudió la cabeza por enésima vez cerrando por milésimas de segundo los ojos para evitar distraer su visión del camino. Lo más importante en estos momentos, lejos de ser o no cierto la inocencia de Álvaro Valencia. Era ella, Dulce.
Lo último que supo fue que salió del lugar, que nadie la había visto a excepción del vigilante que relató haberla advertido con los ojos abotagados, contrariando lo evidente.
Desde antes de que salieran de la casa en donde vivían juntos, la noto extraña, distante y podría jurar que incomoda. Como si algo le molestara, cuestión que no pudo descifrar de qué se trataba pero que ahora mismo le calaba las entrañas.
Antes de girar el volante de su auto, Ricardo miró titubeante el portón de acceso principal a su casa. Él estaba consciente de lo absurdo que era imaginar que Dulce pudo haberse ido a refugiar al hogar que compartía con él, cuando lo más probable es que ya lo odiara al saber la verdad.
Resopló con fuerza al recordar ese punto, ese maldito punto que nunca imaginó posible.
Jamás planeó una salida alternativa, nunca tramó algo adecuado a proceder una vez que Dulce se enterará de los verdaderos motivos por los cuales se casó con ella. A decir verdad, últimamente llegó a pensar decirle, confesarle todo. Más cuando la veía tan sonriente, cuando la encontraba riendo con Carmencita o preparando la cena muy animada. Ahí en esos momentos en los que todo lo demás pasaba desapercibido, en esos instantes donde ella borraba cualquier mal, inmundicia o dolor del mundo para convertirlo en felicidad.¿Cómo diablos se le ocurrió engañarla?, ¿Por qué a ella?, ¿Por qué tuvo que haberla conocido?
Esas preguntas y muchas más se comenzaron a formular en su cabeza. Una jaqueca tremenda lo aprisionó sin darle tregua, para esta instancia ya había apagado el motor del auto y este mismo estaba bien alineado en el parqueadero de su cochera.
Con la esperanza de hallarla en casa y poder hablar con ella buscando la forma de recibir su consideración, se apeó de su usual medio de transporte.
Subió las escaleras y mientras lo hacía sin dejar ni un solo segundo de juguetear con el juego de llaves que traía entre las manos, hizo algo que nunca antes había hecho. Elevó una plegaria muy breve. La culpa corroía su ser, se sentía miserable, se odiaba así mismo por todo lo que había ocasionado cegado por su sed de venganza.
— ¡Ricardo! ¿Por qué han vuelto tan temprano?, creí que la fiesta de tus suegros demoraría más tiempo. Disculpa si me encontraste llegando pero me tome la libertad de salir un momento a buscar una tienda cercana para comprar una soda. No quise molestar hurgando en la cocina —anunció Daniel quien iba entrando por la puerta principal y se encontró a Ricardo de frente, cuando este pasaba por ese lado de la casa.
— Dani, por favor dime que has visto a Dulce. Que la viste llegar a casa y subir a su habitación o que te la topaste antes de salir... ¡Dímelo! —exigió saber Ricardo con una mano encima de la nuca y otra aferrada a su cintura al tiempo en que caminaba desesperado de un lado a otro sin quitarle la mirada a su amigo. Daniel observó esa visible inquietud y concluyó que algo no andaba bien.
— No, Ricardo. Lo último que supe de ella, es que se marchó contigo a la ceremonia de sus padres. Solo eso, te lo prometo —aseguró Daniel elevando la palma de la mano—. Pero dime, cuéntame, ¿Qué pasó hermano? ¿Por qué luces tan angustiado? —inquirió su amigo encaminándose hacia la sala de estar y dándole un empujoncito a Ricardo por la espalda para invitarlo a continuar a su lado.
— Soy un estúpido, Dani. No he sido más que un miserable poco hombre que jugó con los sentimientos de una mujer que no se lo merecía. Soy aberrante, peor que ese desgraciado infeliz al que creí culpable de la muerte de mis padres —Ricardo tomó asiento en el sillón más largo de los tres en el salón de estar, casi desplomado sobre este mientras su mirada se mantenia fija al suelo y sus manos encima de la nuca, con un gesto de negación incesante.
Daniel por su lado endureció un poco las facciones al escuchar a su amigo mencionar aquello de los sentimientos. Aquello del sufrimiento de Dulce, allí supo que ella seguro estaría destrozada. No era para menos.
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Dulzura Destruida ©
RomansaRicardo Zambrano solo tiene una cosa en mente; acabar con todo aquello que le ha impedido ser feliz desde hace tantos años. Creció con la firme idea de encontrar a Álvaro Valencia y destruirle la vida como él destruyo la suya. Para hacerlo primero d...