Aun recuerdo el día en el que ambos necesitabamos volver a ser niños. Te tomé la mano y te llevé hasta el tejado, ese dónde puse la canción antigua que tanto nos definía. Si, esa de la que nunca nadie recuerda el nombre. Bailamos al son de la música, no sé si por horas, minutos o segundos. Tampoco sé cuantas veces se repitió la canción. Yo sólo me acuerdo de cómo se elevaba al girar la falda del vestido floral que llevabas aquel día. Y que estabas más preciosa que nunca. Tus largos tirabuzones se movían al compás del viento, de forma similar a nosotros con el tema vintage. Tu sonrisa irradiaba felicidad. De la verdadera. Esa que hace que te brillen los ojos y se te sonrojen las mejillas. No parabas de reírte cada vez que te pisaba, cosa que te agracederé siempre. Cuando nuestros pies se cansaron de bailar, nos tumbamos en el suelo, perdiéndonos en el mar de estrellas que se encontraba encima. Les pedimos deseos con nombres y apellidos, porque los principales siempre venían con otros más pequeñitos. Y entonces te miré, y tú lo hiciste también. No sé cómo, pero surgió. Me acerqué a ti lentamente, mientras tu hacías lo mismo y posé mis labios contra los tuyos, primero con timidez, y después con deseo. Perdimos el control, haciendo que todos los nudos se liaran un poco más. Acabamos sobre el colchón, tu y yo al aire libre haciendo el pecado más conocido. Pero que bien se sintió. Creo que te diste cuenta de que tenía miedo de acabar con la noche, porque contaste ovejas para mí, mientras acariciabas mi abundante cabello y yo te rodeaba el cuerpo con mis brazos. Maldita sea, April, cómo te pega el nombre. Llena de perfecciones y con aroma a flores. Echo tanto de menos oler ese perfume todas las mañanas. Por eso te hago esto, para que veas que me arrepiento. Nunca lo he hecho tanto. Así que te pido que vuelvas por favor, no cuesta tanto. Perdón por haber hecho lo que hice. Te necesito.
Con amor:
Ethan.