Capítulo 3.

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-Hola, Alexander.- No solo su apariencia es aterradora, también su voz. -¿Qué te parece si te doy un tour por la ciudad?-

-¿Ya, tan rápido?-

-Qué te importa a ti.- Uh, eso me ofendió.

-Okay, vamos.-

-Nada de vamos, primero ponte esto.- Me da una correa, quizás me confundió con un perro.

-¿Para qué es esto?-

-Oh, ¿no sabes?- Me da una cachetada. -Es para que te la pongas en el cuello, todas las personas provenientes de la Tierra tienen que usarlas, si no la usan, están en peligro de que otro ser se los robe y los esclavice. Por eso, los jefes del infierno prefieren que nosotros seamos sus amos.-

-¿Amos? El señor Kanewood dijo que sería usted mi madre adoptiva.-

-Ay niñito, eso es solo una mentira, ¿no estás acostumbrado a eso?-

-Pues, en la Tierra mentían.-

-¿Y por qué no moriste de mentiras?-

-Porque aprendí a vivir con ellas.-

-Entonces ya estás acostumbrado.-

-Eso creía.-

-El señor Kanewood me dijo que estás aquí por amor, ¿es así?-

-Yo quería estar en el paraíso.-

-Supongo que ya te explicaron que hacer. Ha habido muchos casos similares al tuyo. Normalmente todas las personas que adoptaron a alguien aquí, dejan ir a sus hijos al paraíso para no tener que cuidarlos. Solo existe una persona en el infierno que no hace eso, para tu mala suerte, esa soy yo. Me gusta ver cómo se descontrola el paraíso con una muerte. Así que te dejaré ir, yo te acompañaré al paraíso, tendrás un límite de un mes para matar a esa Taylor. Pero primero te haré sufrir yo aquí, un par de semanas será suficiente para dejarte traumatizado y así, estar más segura de que morirá alguien. Yo iré contigo pero no estaré a tu lado, te dejaré que convivas con ella y que después, la asesines a sangre fría. Si no lo cumples en un mes, iré por ti, esta vez la correa será de púas que poco a poco irán penetrando tu cuello. Tranquilo, no morirás. Cuando lleguemos al infierno te haré inmortal, para asegurar así, que no te conviertas en ángel intentando suicidarte pero sí, que sufras un siglo en el infierno. ¿Qué te parece?-

-No sé qué decir.-

-Puedes decir que estoy hermosa, o puedes admirar mi belleza.-

-¿Puedo preguntar algo?-

-Solo esta vez.-

-¿Usted era humana?-

-Sí, viví un poco más de dos décadas en la Tierra. Las personas que mueren a esa edad y van al infierno, tienen derecho a poder adoptar a nuevos seres que van muriendo y que en vida, fueron todos unos demonios.-

-Usted, ¿Se casó alguna vez?-

-Pues, la verdad no. Siempre pensé que el amor llegaría en un momento de mi vida, pero esperé cierto tiempo y nunca llegó.-

-¿Tenía a alguien que le atraía?-

-Sí. Todos los humanos tenemos derecho a enamorarnos de algo inalcanzable, de repente damos pasos grandes hacia él y después se alejan aún más. Cuando le mostré mis sentimientos a la persona que no me correspondía, se volvió completamente fría hacia mí. En vez de avanzar, retrocedí. Perdí todo lo que había logrado. Él olvidó todo lo que pasamos. Y lo peor es que... él era mi mejor amigo...

Y lo amaba, sí. Amaba a ese hombre que esperé toda mi existencia para que se fijara en mí, hasta que no aguanté y se lo dije.-

-¿Y qué pasó?-

-Me dej...- Se detiene. -¡A ti que te importa!-

-Solo trataba de ganarme su amistad.-

-No hagas eso. Tengo cientos de cuchillos filosos que pueden desgarrar tus órganos en un segundo ¿quieres eso?-

-Solo quiero ir al paraíso.-

-Mejor vete a tu celda.-

-¿Celda? ¿No tengo cuarto?-

-No, ¿quieres la celda o el calabozo?-

-Prefiero la celda.-

-Entonces pasa y ve hacia ella.-

Entro a su casa, es la misma casa en la que yo vivía. Mismos muebles, misma ventana quebrada, solo que ahora, el color es morado, por dentro y por fuera.

En la pared no hay pinturas ni esculturas, hay cabezas de animales disecados y cuchillos de diferentes tamaños. Las imágenes de los Santos a los que mi madre tenía devoción no están, en cambio, están unos sujetos con un cuerpo diferente al humano, parecen ser demonios. Las fotografías familiares tampoco están, pero si están fotos de la señorita Collings con una persona similar a mí. Me acerco un poco más y, sí soy yo. Tengo el cuello bañado en sangre, la misma ropa que traía el día que morí y justamente la que traigo puesta hoy. Salgo sonriendo con una sonrisa que nunca había visto en mí y en los ojos de Collings se ve la maldad que hay en ella.

-El fotógrafo que tomó esa foto falleció de un paro cardiaco justo después de que la tomó.- Se aparece por detrás de mí la señorita.

No digo nada, solo guardo silencio.

-El cuerpo del fotógrafo está colgado en la pared de tu celda, no te asustes si de repente abre los ojos o si intenta agarrarte del cuello. Comprobé que él no está muerto del todo.-

¿Espera que esté bien con eso?

-¿No puedo sacarlo de mi celda?-

-No, quiero asustarte un poco, o mucho, depende de cómo te portes y al momento, me caes mal.-

Ya no sé qué esperar de ella.

Continúo viendo la casa. Dando paso por paso, lento. Llego a mi habitación. No veo al fotógrafo colgado.

-Karl, es el nombre del fotógrafo.- Dice.

-¿Por qué no lo veo?-

-Porque aparece y desaparece en distintos puntos de las paredes. Quien sabe, quizás de repente tengas sus pies en tu cara.- Comienza a reírse. Tiene una risa muy sádica. Malvada. -Duérmete ya, es tarde.-

-¿Qué hora es?-

-Las vete a dormir ya o si no Karl dormirá contigo.-

-Está bien.-

Tengo unas dos horas aquí y ya me quiero ir. Me acuesto cuanto antes y me hago el dormido para no hacer enojar a Collings.

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Traición en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora