"...Y dígale también, que solo junto a él yo puedo respirar. No hay brillo en las estrellas, ya ni el sol me calienta, y estoy muy sola aquí, no se a donde fue ¡¡por favor dígale usted!!..."
Isla de Jeju, Corea del Sur, dos días después.
—¿Iker? —pregunto y alargo mi mano, mientras mi amigo el gallego duerme en una pequeña cama que está situada a los pies de la mía.
—Gallego, ¿qué pasó? —inquiero por segunda ocasión y él empieza a desperezarse de a poco; sus pintas son terribles, se ve como si una aplanadora le hubiese pasado encima.
—¡Buenos días, mi niña! —Exclama con felicidad y algo de pereza y, cuando nota que soy yo la que le llama, salta de modo veloz de la camita hasta incorporarse por completo—. Dime, ¿cómo te sientes? —pregunta.
—Me siento extraña, Iker —declaro con sinceridad. No tengo ni una pizca de fuerza—. ¿Qué pasó?
—Muchas cosas, mexicana —apostilla él y yo asiento con la cabeza—. El cielo y la tierra se cayeron sobre nuestras cabezas, pero aun así, no te dejé ni un instante sola, guapa.
Recuerdo el peso en mis palabras. Recuerdo cuando se las dije a mi gallego favorito, también recuerdo que ambos juramos nunca abandonarnos de un modo deliberado, pero no entiendo en realidad porque las trae a colación ahora. Con exactitud, ¿qué pasó en mis sueños?:
—Cuando dices que el cielo y la tierra se cayeron sobre nuestras cabezas, ¿con exactitud a qué te refieres, gallego? —indago.
Rascándose la cabeza, nervioso, Iker piensa durante unos minutos y mientras lo hace, yo caigo en la cuenta de que estoy recostada en una cama de hospital.
De mi mano izquierda pende una manguerilla delgada que da directo a una bolsa con suero intravenoso, y mi dedo índice está prensado con una pequeña pinza que contabiliza mis pulsaciones y signos vitales. A pesar de no saber cuánto tiempo ha pasado, observo mis manos y las noto más delgadas de lo normal y me asusto. ¿Qué hago en un hospital? ¿Qué ha querido decir Iker con sus palabras?
El vapor de una maquinita impacta sobre mi cara y me sofoco del todo cuando entra con mucha violencia a través de mis fosas nasales y, mientras me decanto entre respirar con apacibilidad o prestarle atención al gallego, éste se altera y me incorpora un poco de la cama para que mi cuerpo pueda coger más aire:
—Eso, así, mexicana... inhala, exhala. Despacio, guapa, tómate tu tiempo.
Sonrío sin saber con exactitud porqué, pero sigo las indicaciones de Iker hasta que mis pulmones se sienten fortalecidos del todo, entonces, sentándome con más seguridad en la cama, tomo la mano de mi gallego favorito y pregunto:
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ES LA HISTORIA DE UN AMOR...
RomanceTodo sucede en un momento. Todo transcurre en un instante. Cuando conoces al amor de tu vida, ni siquiera el propio tiempo puede hacer que de ti se aparte... Hoy, sentada frente a la sala de espera del aeropuerto internacional de Incheon, en Seúl, e...