Pʀóʟօɢօ

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Afuera se podía escuchar el ruido de las bocinas, por donde pasaba la música que cambiaba constantemente en la fiesta. Muchas risas, gente gritando, festejando. La verdad no entendía el porqué de la fiesta, pero estaba pasando.
Me había encerrado en el baño con la intención de no salir por un buen rato y poder fumar en paz, no me gustaba, detestaba el simple hecho de sentir el humo pasar por mis fosas nasales y el sabor amargo del tabaco, pero aquello me tranquilizaba y me hacía sentir menos miserable de lo que me sentía.
¿Muy depresiva, no? Sí, así era. Desde hacía ya algunos meses así estaba, la muerte de mi madre no era fácil de superar en ningún punto, al menos para mí. Ella me había criado desde que yo tenía cinco años, en compañía de su esposo, el señor Kim (sí, era adoptaba y no creo que mis rasgos americanos coincidieran con un matrimonio coreano). Independientemente de mi padre, mi madre siempre me sacó adelante, me sacaba una sonrisa cuando más triste me sentía y todo el tiempo hacíamos cosas juntas. Estuvo cuando tuve mi primer periodo, y también cuando comencé a sentir cosas por algún chico. Siempre apoyándome. ¿Cómo podía olvidar todo aquello de la noche a la mañana? Me era imposible.
Me volví rebelde a raíz de su muerte. Dejé de ser la niña adorable que todos conocían, cambiándola por una niña más sombría, aislada, atormentada y traumada. Ese semblante lleno de alegría y curiosidad por la vida que podías ver en mi rostro tiempo atrás murió, trayendo siempre dolores de cabeza a mi padre y a mi hermano (hijo biológico de mis padres), TaeHyung. Llegué a tomar alguna vez, pero me arrepentí en cuanto sentí el licor raspar sin compasión mi garganta; me cortaba las muñecas, algo realmente estúpido, pero no me importaba cuando mi único fin era torturame yo misma y, por supuesto, fumaba casualmente.
No quería salir de aquel cuarto que, a pesar de ser un baño, olía bien por el aromatizante a lavanda que impregnaba cada rincón. Me levanté de la tapa del inodoro, la alcé y lancé la colilla de cigarro que era demasiado pequeña. Vi como daba vueltas en el remolino que se formaba en la taza para luego desaparecer por la cañería. Abrí la puerta y salí, para encontrarme con mi padre quien me veía con una sonrisa de oreja a oreja.
—Vaya. Hasta que sales, hija.
—Vamos. No exageres, viejo, sólo estaba en el baño.
—¡Pero te tardabas una eternidad! ¿Acaso estabas con el celular? —negué varias veces con la cabeza—. ¿Entonces?
—Estoy estreñida —mentí.
Las mejillas de mi papá enrojecieron, haciéndolo ver adorable ante la pena que sintió por mi mentira, que creía verdad.
—Ya veo... Entonces no querrás comer la comida que preparó tu tía, porque...
—Claro que quiero, tontito —así me llevaba con mi padre, mucho antes de que las tragedias cayeran sobre mí—. Sabes que amo la comida de la tía Yoon, ella cocina exquisito.
—Ve a decírselo a ella, mejor —me tomó por los hombros y me empujó hacia la mesa donde estaba la mayoría de mi familia sentada—. Yo ya comí, por lo que me iré a conversar con tu tío —me guiñó un ojo y vi como se alejó por la puerta.
Di un soplido y comencé a caminar a la mesa. No estaba muy lejos de mi punto de partida, pero sin duda detestaba el tener que convivir con la gente y no era porque no les quisiera: era una chica asocial. Sí, asocial. Siempre me aislé, me encerré en mi burbuja y me juré nunca hablar con nadie para no sentirme incómoda. ¿Pero no siempre uno puede quedarse en su zona de confort o sí?
Faltaba tan sólo un metro para que me uniera a ese círculo de personas que eran mis primos y sus hijos, pero no sin antes tropezar con el pequeño Joseph, al que le llamábamos "Oso".
—Ey, amiguito, ten más cuidado —su cara redonda cargando una sonrisa de pena me hizo sonreír a pesar de la amargura que me caracterizaba desde hacía algunos meses. Él asintió varias veces, pidiéndome perdón a lo que reí un poco—. No cometiste un crimen, ¿ok? Sólo que debes mirar por donde vas, a la próxima puedes lastimarte tú.
—Está bien —su voz apenas era audible, a pesar de que era un niño de 8 años—. ¿Vamos a comer?
Asentí y tomé su mano. Él se fue a sentar cerca de su padre, mi primo Michael, y yo al otro lado de la mesa, junto a Margarett, su esposa y la madre de Joseph.
—¿Te sirvo salchicha asada? —yo asentí. Veía como con unas pinzas tomaba dos pedazos del embutido partido por la mitad y los colocaba en mi plato para luego ponerlo delante mío y después servirme un poco de refresco—. Espero que te guste, esto lo hizo tu prima Claudia.
Asentí. Comencé a comer y no sabía nada mal. Creo que sus años de soltería le sirvieron de algo.
—¿Cómo has estado?
No quería preguntarlo por una simple razón: odiaba ser yo quien comenzara las pláticas. Pero sabía que era muy egoísta que los demás fuesen quienes iniciaran siempre las conversaciones y tuvieran la iniciativa, así que fui yo quien la tomó.
—Muy bien, supongo. Ya sabes, a veces tengo peleas con Mike, pero cosas normales de pareja, y los niños son unos diablillos pero no pasan de ello —rió—. Tengo una familia, y eso es lo que importa.
Sin que ella lo supiera, había tocado una fibra demasiado sensible que yo trataba de sanar. Pero vamos, cosas como aquello siempre pasan.
Me obligué a sonreír para fingir que nada me afectaba, ni siquiera mi madre.
Mi familia era algo rara en cuestiones de descendencia y rasgos faciales; éramos una combinación de coreanos con americanos, y quizá uno que otro inglés. Mis padres y mi hermano Tae eran coreanos; mi tía igual sólo que su esposo inglés por lo que mis primos salieron algo "exóticos": chicos de ojos rasgados de color azul y cabello rubio y castaño; de ahí venía su generación, unos pequeños niños con ojos menos rasgados de color miel y verde, cabellos ondulados y rizados, todo por causa de las parejas con quienes se habían juntado mis primos. Por último estaba yo, una chica pelirroja natural con un extraño síndrome en los ojos: Alejandría, lo cual causaba que mis ojos adquirieran un color púrpura al poco tiempo de mi existencia. Era una rareza. Una bonita rareza.
Y por lo tanto, Margarett era una hermosa mujer americana, de cabello castaño y muy largo, con ojos grandes de color marrón y piel morena clara. Sus labios era rosados y finos, y cuando sonreía podía transmitir la calidez que habitaba su alma a quien fuese en donde fuese. Mas aparte, su voz era una de esas que siempre te tranquilizaba y te agradaba escuchar por horas.
Sus ojos me miraron con ternura, causando un ligero sonrojo en mi rostro.
—¿Aún sin pretendientes?
No pude evitar removerme en mi asiento, incómoda. Pretendientes era lo que menos necesitaba en ese punto de mi vida; mi madre muerta, mi autoestima por los suelos con mi familia tratando de reconstruirla, y próxima a entrar otra vez a la preparatoria. No, definitivamente no tenía cabeza para ello. Para nada, de hecho.
Pero yo sabía porqué lo decía, y era porque quería que me distrajese, que tuviera algún romance atrevido y le encontrara sentido a la vida. Sin embargo, ese sentido lo había perdido desde mucho antes que mi madre muriera, sólo que aún había un poco de ello porque ella estaba conmigo.
Había pasado momentos difíciles, y Margarett lo sabía. Mi vida no fue fácil desde que nací, mi madre se prostituía para poder ganar dinero y alimentarme, puesto que mi padre no movía su enorme trasero del sofá en todo el día. Sufría violencia doméstica y de paso a mí también me llegaban golpes. Mi padre era alcohólico, así que ta se imaginarán el tormento que vivía a diario en una pequeña pocilga a las afueras de Los Ángeles. Todo eso sufrí hasta que el gobierno decidió intervenir por una llamada anónima y me sacó de ahí. Jamás volví a saber de mis padres y no me interesó.
Por otra parte, estaba herida, no confiaba en nadie. Absolutamente en nadie y fue un problema a la hora de darme en adopción, por lo que tomé bastantes terapias con el psicólogo y chequeos médicos para tener un progreso. Al final, se podría decir que estaba, en mi mayoría, restaurada y que podían intentar de nuevo ponerme en adopción.
El matrimonio Kim se enamoró en cuanto me vio, y no precisamente por esa pizca de belleza física que cargaba. De cualquier forma, fui incluida en su círculo y nos convertimos en familia. Al poco tiempo llegó a nuestras vidas el desastroso alienígena de mi hermano TaeHyung, al cual amaba con el alma.
Después de pensar en mi vida y reflexionar sobre ella, volví a la realidad y tenía que decirle algo a Maggie, como yo le decía.
—Maggie, sabes que no necesito ningún chico en este momento.
—¿Lo dices por Fran...?
—Por él o por quien sea. No necesito de nadie, ¿sabes? Estoy bien así, disfruto de mi soledad. Y sé que te cansas de escuchar lo mismo desde que murió mi mamá —sentí un filo rasposo traspasar mi garganta en cuanto mencioné ese hecho que era muy doloroso para mí—, pero es la verdad. Ella era todo para mí, quien me dio su corazón sin escatimar nada. Ella fue quien realmente me amó. Ella fue quien estuvo allí para mí y más cuando pasó lo del maldito ciego ese. Bueno... Si es que era ciego. Espero que los buitres se coman sus ojos.
—¡Hanna!
El susurro fue lo suficiente audible para que yo solo lo escuchara. No le gustaba que hablase con odio, con rencor, ¿pero cómo puedes expresarte después de haber vivido un infierno al lado de un pervertido que te retuvo en el sótano de su casa sólo para tenerte como su esclava sexual, sólo por tu ingenuidad de querer ayudar a un hombre aparentemente ciego?
—Lo lamento, Maggie, pero es la verdad. Odio a ese hombre y espero que se pudra en la cárcel hasta el día de su muerte —le di una mordida a mi salchicha—. Debe pagar por lo que me hizo... —suspiré. Paré porque sabía que pronto iba a perder la cordura e iba a tener uno de mis ataques de histeria, así que respiré profundamente y cambié rápido de tema—: Dicen que se va a estrenar una película de terror muy buena este domingo, ¿vamos?
Margarett me veía algo confusa, pero entendía. Sus ojos me lo decían, mostrándome la tristeza y preocupación que todo ser con corazón podía sentir.
—Pero a ti no te gustan...
—Puede que esta sí —sonreí—. ¡Oye, qué bueno está! —dije eso para desviar aún más el tema, refiriéndome a la comida de mi prima Claudia. Sabía que no lograba desviar su atención de la pequeña plática que trataba de orientarme a sentirme mejor y que había decidido dar por terminada, pero al menos que fingiera que nada habíamos dicho, en especial yo, me servía de algo.

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Ey ;3 espero que les guste esta historia con nuestro hermoso princeso💙
Gracias a quienes leen y se toman la molestia de hacerlo.

Besos y que Dios les bendiga :D

7u7

Saranghae • SeokjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora