Capítulo 10: La boda

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NdA: Bueno, aquí está el décimo capítulo a pesar de que a penas hubo respuesta a la nota que dejé hace unos días. Espero que lo disfrutéis. Dedicado a harryandcrazy por sus votos en todos los capítulos.



Amanecía ya cuando llegaron de nuevo a la Fortaleza Roja.

La ciudad despertó a medida que los dos encapuchados la cruzaban, Lyra quitándose una a una todas las campanitas y monedas que todavia decoraban sus cabellos y deseando que nadie los reconociese. Descubrieron los rostros antes de entrar al castillo, simulando volver de un largo paseo matutino y, cuando se encontraron ante la puerta de los aposentos de Lyra, Tyrion depositó un beso suave sobre la frente de su sobrina.

—Te cases con quien te cases, lleves el apellido que lleves, recuerda siempre quién eres. Lyra de las casas Baratheon y Lannister —su tío la miró a los ojos con intensidad, muy serio—. Siempre serás mi pequeño ciervo de corazón de león.

Le dio otro beso suave, aquella vez en el dorso de la mano derecha, y se alejó renqueando por el pasillo. Lyra suspiró, intentando mentalizarse por primera vez de que iba a casarse con Robb Stark de Invernalia y de que no volvería a ver a Myrcella y Tommen hasta el día de sus bodas, y entró en su dormitorio.

Dentro, para su sorpresa, la esperaba Sansa en compañía de sus doncellas.

—La reina me ha enviado a ayudaros —se explicó, gentilmente.

Lyra compuso una pequeña sonrisa, preguntándose los motivos de su madre sin llegar a una respuesta convincente, y se dejó hacer.

Siempre la habían relajado los cuidados de sus doncellas. La lavaban, le desenredaban el cabello, lo lavaban y la perfumaban para después vestirla con telas suaves y trenzar su larga melena cuando al fin se secaba. Pero aquel día no. Aquel día, cada vez que Aalis frotaba su piel con suavidad y jabón de rosas sentía que su corazón se agitaba un poco más. Cada vez que pasaban las manos y las telas por su cabello para secarlo una gota de sudor frío se deslizaba por su nuca. Y, cuando al fin la detuvieron frente al espejo y le deslizaron por el cuerpo con aroma a rosas el vestido de novia, sintió que el corazón se le detenía.

Era un vestido hermoso, sin duda. Habían replicado el que lució su madre cuando se convirtió en Señora de los Siete Reinos, cambiando los colores al blanco, el azul y el plateado que tanto parecían favorecer a Lyra. Los hilos de plata y azul decoraban el bajo y los hombros del vestido creando delicadas flores que se enredaban entre sí. Sentía la fina brisa acariciándole los brazos desnudos y las clavículas, la única parte de su pecho que quedaba completamente al descubierto.

La sentaron frente al tocador y comenzaron a trenzarle el pelo en un moño que ocupaba toda la parte posterior de su cabeza y apenas dejaba unos cuantos mechones libres enmarcando su rostro. Por último le colocaron una pequeña corona plateada, con las astas del ciervo Baratheon, para recordar que siempre sería princesa de Poniente.

—Estáis muy hermosa, Lyra —susurró Sansa, que había ideado su peinado.

Lyra suspiró de nuevo -no había dejado de hacerlo en toda la mañana- y abrazó a la niña, que se excusó para ir a prepararse ella misma para la ceremonia.

Deseando unos minutos a solas despachó a sus doncellas pero, a los pocos segundos de tranquilo silencio, alguien llamó a la puerta y abrió sin esperar respuesta. La reina se detuvo en el centro de la estancia, donde los rayos del sol que se colaban por el ventanal arrancaron destellos de oro tanto a su cabello ingeniosamente trenzado como a su vestido, rojo Lannister. Se miraron a los ojos unos segundos durante los cuales Lyra pudo ver un poco de ese cariño que, muy de vez en cuando, su madre le profesaba.

The Lionhearted Deer | Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora