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Salí de la cafetería sintiéndome lo que yo solía ser en aquel entonces: un trozo de carne sin futuro.

No me hizo falta dar más de dos pasos para que una lluvia pulverizada bañara todo el cielo.

Me quité las gafas y las guardé en el bolso, porque prefería ver borroso a ver puntos de miles de colores.

Caminé con pies pesados por la acera, acorralada en una orilla, dejándome criticar, mirar y juzgar por la gente. Todo me daba igual de todas maneras. No había forma de que yo me viera peor que en aquel momento.

Llegué a un parque donde todo parecía silencioso hasta que un niño pequeño que no tendría más de siete años, entró chapoteando en los charcos.

Sus botas hacían unos sonidos muy graciosos, así que mis ojos fueron inevitablemente a aquella figura pequeña que deseaba jugar en aquel parque.

—Kyungsoo, no te alejes mucho.

Miré unos metros detrás del niño y di con la persona que acababa de decir aquello.

Un hombre de voz ronca, alto y envuelto en su chubasquero azul marino.

Se dio cuenta de que lo estaba mirando, así que clavó sus grandes y saltones ojos en mí. Me hubiera sentido amenazada o intimidada si no hubiera sido porque la mirada de ese hombre se parecía a la de mi ex-pareja.

Aquella mirada resentida, agotada, vieja. Era como ver a un hombre de noventa años en los ojos de un joven de veinte.

Ambos nos quedamos mirando a Kyungsoo, que se tiraba por el tobogán como si no le importara que estuviera lleno de agua. El niño acabaría enfermo si seguía jugando bajo la lluvia, pero al hombre no parecía importarle.

—Perdone —dije, acercándome a él. Este no quitó la mirada del niño, así que insistí en hacer contacto visual pasando una mano frente a su cara—, su hijo enfermará. Debería llevarlo a casa.

—No enfermará. —dijo, tajante. Yo fruncí el ceño. No era doctora, pero era bien sabido que el frío y el sudor no eran muy buenos compañeros.

—Mi primo pequeño enfermó muy gravemente debido a esta situación, así que creo que—

—Usted cree mal, eso es todo.

¿Cómo alguien podía ser tan terco con algo tan importante como aquello?

—Escúcheme —dije por última vez, poniéndome delante de él—. Es muy pequeño aún, su cuerpo es delicado.

—Le diré una cosa —contratacó él, y una de sus manos fue a mi hombro, hundiéndome ligeramente en el barro que había bajo mis pies—. Su cuerpo es seguramente mucho más fuerte que el de usted, tan solo mírese.

Miré mis piernas desnudas, pálidas, delgadas y débiles. No llevaba la ropa adecuada para un día de lluvia, pero tampoco era conocedora de que ese día el temporal decidiría arruinarme más todavía la vida.

—Pero da igual si yo enfermo. —le contesté.

—¿Tanto odia su vida como para desear eso?

—No deseo enfermar, señor.

Me sorbí la nariz sutilmente y contuve mis lágrimas, que aparte de innecesarias, también serían inapropiadas.

—Deseo morir.

El hombre no apartó la mirada de mí. Ni siquiera apartó su mano de mi hombro. No hizo nada, se quedó allí, quieto, inmóvil.

Fue por eso que me eché a llorar.

Chanyeol ➼ CycloneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora