-Que hará ahora, Majestad?- preguntó Carter, el heraldo de Morrigan -No creo que sea buena idea ir tras Bastet, pero tampoco ir a la guerra- Ambos se encontraban el jardín del Castillo de la Noche. Tenía árboles y plantas con hojas y troncos oscuros, allí habitaban salvajes y crueles criaturas además de cuervos.
Morrigan estaba sentada encima de una de las ramas de los enormes árboles. Tarareaba una canción, la canción de Morrigan. Se decía que era lo ultimo que los guerreros oían antes de morir en una batalla y que todos los que la oían se transformaban en cuervos parar servir a la diosa cuervo.
(no lo tienes que ver todo)
-No, Carter- Anunció la diosa con voz calmada -No haré ninguna de las dos-dijo mientras bajaba del árbol con un ágil salto. -Pero no tiene más remedio, Su Alteza-dijo el heraldo -No puede esperar a que acabe la guerra y luego volver a comportarse como si nada hubiera pasado, debe de enfrentar al enemigo.-
-Escucha bien Carter- Espetó Morrigan, volviéndose hacia él -Nadie me dice lo que tengo que hacer. Yo les digo a todos lo que tienen que hacer. Y ahora te digo a ti que te vayas.-dijo, mientras la diosa se daba la vuelta para entrar de nuevo al castillo.
Caminó por los oscuros pasillos seguida por los Cuervos Temibles, sus tres mascotas preferidas. Eran más grandes y tenían las plumas más brillantes que los otros cuervos, además de ser más inteligentes.
Morrigan paró y se giró hacia la pared. Apoyó su mano en una de las baldosas negras y presionó. Con un crujido, una parte de la pared se despegó y se deslizó para revelar un pasillo iluminado por las antorchas.
Antes de entrar, Morrigan hizo que uno de los cuervos metiera su pico en un hoyo entre dos baldosas. Automáticamente, se oyó un chasquido mientras todas las trampas que había en el pasillo se desactivaban momentáneamente para volverse a activar después de une la diosa pasara.
Después de recorrer el pasillo, Morrigan llegó a una estancia bien iluminada. Había un arcón de madera oscura en una esquina y una ventana abierta en el extremo opuesto, de la cual entraba la luz. Una mesa negra reposaba en medio de la habitación. Encima de esta, había un cofre también negro con diamantes y esmeraldas incrustados. Morrigan abrió el cofre dentro habían doce plumas de cuervo delicadamente depositadas.
¿Qué haría? Había ido hasta allí por las plumas. Decían que brindaban sabiduría a aquel que las tuviera. Y ella era consciente de que las plumas susurraban en un lenguaje mágico que le decía que estaba en peligro.
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Traición-Libro 2
Science FictionGracias a una treta de Bastet, a Morrigan no le queda más remedio que elegir entre quedarse a combatir o huir, pero pronto descubrirá que que ella no será la que tomará la decisión.