Ninguna historia comienza comiendo una ensalada, la de él no sería una excepción, iba por el décimo vaso de vodka y un dolor de cabeza terrible.
Si no fuera porque el barman se empeñaba en decir que su nombre era Charlie Jones, él no tendría idea ni de quién era, mas la única certeza de su presencia en el bar era Emilia, ¡oh Dios!, su dulce Emilia, sus brillantes y dorados cabellos serían agarrados por otro, Charlie sólo quería que Emilia sea feliz por más hipócrita que sea, si Emilia era feliz sin él no podía contradecirle, no tenía derecho a meterse en su vida.
Eran las 10:34 pm, tenía un agobiante dolor de cabeza y sólo el recuerdo de que Dios se le apareció en sueños diciéndole que Emilia le había olvidado.
—Señor Jones, se acabó el vodka—. Le avisó al Barman.
—Deme cervezas, que sean cinco y un café negro— ¿Qué haría ahora? Aún sostenía el anillo entre sus dedos, miraba con desprecio aquella baratija. El escenario era lluvioso por fuera del salón, perfecto para el despecho de un amorío de dos años y para que la dama se acerque a él.
Charlie volteó lentamente quitándose su saco y extendiéndolo por sus rodillas, una dama entró al bar sosteniendo solo un bolso mientras el cabello enmarañado de la dama le revelaba miles de enigmas a Charlie y el vestido negro que tapaba la mitad de los muslos de la dama le resultaba finamente atractivo; el compás con el que la dama movía sus piernas atrajo mucha atención.
Se sentó al lado de Charlie y los labios carnosos de la dama hicieron movimiento diciendo:
—Una botella de cerveza.
Charlie la miraba de reojo, dando castos sorbos a su cerveza, la piel de la dama se erizaba al tomar la cerveza y el sonido más fuerte era cuando ella ponía la cerveza en la mesa, él sólo tenía opción a contemplarla y ver algunas pecas tatuadas en la espalda que le permitía ver el escote.
—¿Qué fue hombre? ¿A usted también le dejaron?
Charlie no le respondió, solo la observaba; el ojo celeste de la dama era —es muy vibrante—y cálido como una marea dispuesta a acechar en cualquier momento.
—Si no respirara podría jurar que estoy muerto—. Fue lo único que le dijo. La dama colocó uno de sus mechones rebeldes de su cabello detrás de su oído, le miró fijamente a Charlie y le extendió su mano derecha para que bailaran. Charlie aceptó.
La melodía de la canción era testigo de lo cálido que resultaba el cuerpo de la dama en compañía de Charlie y lo frío que eran los largos dedos de ella que sintió al agarrar sus manos, sus uñas estaban pintadas de negro, que maquiavélico.
Le dio tres vueltas enteras y el vestido se abría como un plato en cada girar y estallaban sublimes risas por parte de ella, cuando atrajo a la dama hacia él al finalizar la vuelta sintió el aroma de su cabello que le hizo volar hasta el cielo.
Ambos se sentaron en sus respectivos asientos pero Charlie aún agarraba la mano de ella, era tan fría, parecía que ella estaba muerta, si fuese así, era la muerta más bella.
Le entregó la dama una tarjeta de navidad muy alegre que Charlie no la rechazó, la guardó en uno de los bolsillos de su saco.
El cabello de ella seguía mojado y eso provocaba que el vestido se pegara mas a su cuerpo y se refleje las perfectas partes de su minúsculo cuerpo.
—No me importa como él sea, ni cual sea nuestra edad, ni cuantos hijos tenga. Yo seguiré esperándole.
Charlie miró a ella y le extendió un cigarrillo a lo cual ella se negó; es que la dama era una moda que daba señales de que ella era una moda dispuesta a no cambiar, que no quería verse ahora como una dama seductora que sostenía un cigarrillo y luego ser una anciana con dientes amarillos, ella era la más fina dama del bar .
–Hubiera asesinado sólo por ver sus ojos felices–. Le volvió a decir la dama, Charlie tomó su brazo izquierdo y daba castos besos y sólo se detenía para respirar; logró hacerla gemir, sin importar cuanto disfrutaba esto la dama, ella se fue.
Pero la dama no se fue enfurecida, se fue con miedo al recuerdo de su prometido.
Charlie vio la tarjeta de navidad, en letras góticas estaba escrito:
"Por si hay alguna oportunidad de volvernos a ver."
Menuda tipa que disfrutaba engatusando a hombres, confundiéndoles con el aroma a vainilla y sus labios rojos provocativos, cuantos corazones habría mordido ella, pues sólo recordaba que sus labios eran de un rojo sangre.
Charlie quería lograr sólo parpadeando volver a tener a ella y rechazar su habla para pensar en Emilia.
¿El chico se habría alejado de Emilia después del golpe que Charlie estampó en la cara del muchacho? No creía.
Volvió a abrir la tarjeta y al borde estaba escrito un número telefónico, despedazó cada parte de la tarjeta con excepción el borde donde estaba el número, despedazar cada recuerdo infeliz.
No la llamó, sollo sostenía el número, ella le dejó hipnotizado con el celeste de sus ojos que proclamaba libertad.
No importaba, Emilia sería la única que pudiese ver cuan arrugada quede la piel de Charlie.
Eran las doce y ya cerraban el local, en el bar que él vivió todo con ella, cualquier cosa le recordaba a Emilia, cualquier aleteo de un ave le recordaba a la dama.
No sostuvo el teléfono para llamar a alguna mujer, eran profanas, mujeres que se deleitan siendo la tentación más avara del caballero, mujeres que se deleitan engatusando las almas de los transeúntes del valle del amor o de las sombras.
Solo sostuvo la botella de cerveza y al hombro su saco, salió del lugar y en las gradas, al frente del bar, en un polvoriento edificio que sólo recibía adornos de plantas herbáceas, estaba la dama, con su mismo vestido, con una sonrisa que hacía que aparezcan comillas entre la sonrisa, sin maquillaje estaba ella y se observó Charlie en las ojeras de ella, ahí sería el costado perfecto para Charlie, ese sería su abismo perfecto.
Entre párpados y párpados ambos entraron al edificio, Charlie peinaba el cabello de ella, ella quedaba muda y el único grito que salía por parte de ambos en el ascensor era el de los átomos de ambos que vibraban juntos para unirse y una confesión de dolorosos pecados que se haría con la iluminación de una nueva mañana, de una nueva dama en la vida de Charlie.
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Aquella Noche...
Short StoryNinguna historia comienza comiendo una ensalada, la de Charlie Jones no fue una excepción.