Era una típica noche de Halloween, un 31 de octubre, como todos los años se celebra. Los niños disfrazados recorrían las calles, pasando casa por casa para pedir dulces.
Una niña de nueve años, llamada Carrie, paseaba por las calles de su pequeño barrio, alejado de la ciudad. Caminaba, ansiosa por recibir caramelos y demás golosinas, pensando en que era la primera vez que iba sola, sin su hermana más grande. Iba casa por casa pidiendo dulces con el famoso "dulce o truco", pero apenas recibía más de tres o cuatro caramelos por cada hogar.
Fue entonces que la niña se desvió por caminos desconocidos, sin rumbo alguno. Despreocupada en su disfraz de hada, la niña llegó a una mansión alejada del resto. Esta tenía aspecto medio tenebroso, con calabazas de decoración al frente y pinta de estar abandonada. Pero esto no podía ser posible; las luces dentro de la casa estaban encendidas y se lograba oír un leve murmullo que quizá provenía de una radio.
Carrie, con ganas de recibir dulces, se acercó a la puerta principal y tocó el timbre. Esperó unos minutos y nada. Volvió a tocar y esperó pacientemente delante de la puerta con su canasto en manos.
Al ver que nadie salía para atenderla, la niña se asomó por la ventana y observó curiosa. En la sala se lograba ver claramente muebles bien dispuestos a los costados, con fotos encima y algunos adornos. Al centro había un sofá, y delante del mismo una mesita de madera. Pero lo que más le llamó la atención a Carrie fue el enorme tazón de caramelos que había sobre esta. Así que no lo dudó y se dirigió a la puerta, la abrió despacio y entró silenciosamente.
Apenas entró no sucedió nada. Pero en cuanto la niña tocó los dulces las luces se apagaron y el piso bajo los pies de Carrie se deshizo. Ella cayó, cayó y cayó pero no gritó. No sentía miedo alguno.
Todo era suspenso. Por poco pareciese que había quedado suspendida en el aire, cuando por fin dio contra el piso. La pobre niña estaba desconcertada, pues ella solo quería tomar los dulces e irse. Fue entonces cuando la aludida miró a su alrededor.
Al principio no logró visualizar nada, pues estaba todo muy oscuro y solo unas velas ya consumidas casi del todo iluminaban débilmente el recinto subterráneo. Poco después, la luz se fue expandiendo lentamente y Carrie comenzó a divisar rectángulos de cemento dispuestos en fila sobre el suelo; algo parecido a placas con algo escrito. En las paredes de tierra también las había. Todo el lugar estaba repleto de placas por todos lados. Carrie, por su corta edad, no debería de haber entendido lo que estaba viendo. Pero lo hizo. Al igual que debería de estar asustada y no lo estaba.
Lápidas. El sótano, o lo que sea que fuese ese lugar, estaba lleno de lápidas. Era un cementerio. Tan pronto como Carrie se dio cuenta, algo la tomó por los hombros y la hizo elevar bruscamente hacia arriba. Carrie entonces quiso gritar, pero sus labios no se abrían. Lo intentó de nuevo. Nada.
La cosa que la estaba trasladando en el aire la llevó a una esquina del recinto y la dejó caer. La niña ya muy débil se giró. Si hubiese podido gritar lo hubiese hecho. El lugar estaba lleno de cuerpos ensangrentados; manchas de sangre entre las placas. Carrie, con los ojos abiertos de susto, cometió el error de mirar hacia sus pies.
Entre ellos había un nombre y un apellido grabados, junto con dos fechas, y manchas de sangre alrededor.
“Carrie Deathfall, 1883 – 1892”
La niña cerró los ojos. Quería llorar, quería gritar, quería huir. Intentó, pero lo no consiguió. Se llevó la mano a los labios y sintió un fino hilo que le atravesaba todo el contorno de la boca, subiendo y bajando, uniendo sus labios. La tenía cosida.
Impresionada y desesperada, corrió tocando las paredes en busca de una puerta de salida que no existía. Miró hacia arriba, intentando vislumbrar el agujero por el cual cayó. Pero en el techo no había nada. Como si nunca se hubiese caído nadie por ahí.
De repente, Carrie tropezó con algo y cayó al suelo, cubriéndose la cara con las manos. Se levantó y miró con lo que se había tropezado.
Su cuerpo estaba allí tirado. Pero, si su cuerpo estaba allí, ¿Qué era ella?
La niña comenzó a retroceder, esperando chocarse con una de las paredes del sótano. Retrocedió y retrocedió. Y en lo que debería de haber chocado ya con el muro, se hundió en él y fue absorbida por las fuerzas extrañas del infierno.