Tres son multitud

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Bárbara:
Los primeros días en Madrid no habían sido fáciles, no solo había tenido que lidiar con un país totalmente nuevo y muy diferente al mío, sino también con la indiferencia de Santos. Aunque vivíamos juntos en un pequeño apartamento de dos habitaciones que Santos había alquilado cerca del centro, casi no nos hablábamos, parecíamos dos extraños. Yo me presenté a varias entrevistas de trabajo, pero en ninguna me cogieron, por lo visto, no daba el perfil o no cumplía los requerimientos y ya comenzaba a desesperarme, a frustrarme, a deprimirme. Finalmente, en una hípica en las afueras de la ciudad tomaron en cuenta mi experiencia con los caballos y me contrataron como profesora de salto.
Santos:
La situación se estaba volviendo insoportable, llevábamos solo un par de semanas aquí y yo solo quería volver al Arauca, alejarme de Bárbara, volver con Marisela. Ella era mi tranquilidad, mi bálsamo calmante y en cambio, con Bárbara estaba siempre en tensión, siempre preocupado, sobre todo desde que consiguió ese trabajo en la hípica. Había probado suerte en muchos lugares y en todos la habían rechazado, ya me había hecho a la idea de que tendría que mandarla dinero todos los meses, ya que transferirle todo el oro que había dejado en El Miedo hubiera sido como dejarles un camino de miguitas de pan a los policías, pero desgraciadamente le salió una oferta de ese lugar, con ese compañero. En un principio no me había dado cuenta, creía que el cambio de actitud de Bárbara se debía tan solo a la felicidad que le producía haber encontrado trabajo y a que comenzaba a adaptarse a Madrid, pero enseguida me di cuenta de que se trataba de algo más. Una tarde estaba yo haciendo la compra cuando empezó a llover fuertemente, así que decidí ir a recoger a Bárbara, quien acababa su turno a esa hora. Cuando llegué, me la encontré en la puerta de la hípica hablando con él, sonriendo y jugando con su pelo. Era obvio que quería algo con él y por su lenguaje corporal, deduje que él también y es más, si no se lo impedía, iba a conseguirlo. ¿Por qué Bárbara era siempre una chica tan fácil? ¿Tan... Promiscua? Y lo más importante, ¿Por qué me molestaba? Ya le había dado bastantes vueltas a eso y había llegado a la conclusión de que muy en el fondo, seguía queriendo un poco a Bárbara, pero me había convencido de que con el paso del tiempo me iría olvidando de ella, sobre todo cuando regresara al Arauca a reunirme con Marisela. Sin embargo, en ese momento, estaba tan celoso que tuve que hacer algo para llamar la atención de Bárbara y alejarla de ese chico, así que pité un par de veces y enseguida ambos dirigieron sus miradas hacia mí, se despidieron rápidamente con un par de besos en la mejilla, demasiado cerca de la boca para mi gusto y ella corrió hacia el coche, en el que entró con una sonrisa de oreja y yo solo la miré fijamente hasta que ella se sintió intimidada y adoptó una expresión más seria.
— Como estaba lloviendo, pensé que sería buena idea pasar a recogerte— le dije para romper un poco esa tensión que se había apoderado del ambiente.
— Sí, muchas gracias— me respondió y otra vez reinaba el silencio. No es que entre nosotros hubiera habido siempre mucha comunicación, pero antes los silencios nunca eran incómodos.
— Y... ¿Qué tal en el trabajo?
— Bien, la verdad es que me gusta mucho. Poder compartir mi pasión por los caballos con otras personas y enseñarles a montar... Me gusta que me pagen por hacer algo que disfruto.
— Me alegro mucho por ti— dije y otra vez nos quedamos callados.
Bárbara:
Yo ya daba mi relación con Santos por perdida, por imposible. Si bien es cierto que cuando llegué a España, tenía la esperanza de que las cosas con Sangos mejoraran y que volvieramos a ser lo que alguna vez fuimos, en seguida me di cuenta de que eso era poco probable. Así que me resigné y en un principio preferí centrarme en mi trabajo y olvidarme de los hombres por un tiempo, pero cuando menos lo esperaba, apareció él. Guillermo era mi compañero en la hípica, un chico guapísimo y todo lo que tenía de guapo lo tenía de atento e inteligente... Era un poco más joven que yo, pero eso no importaba, con él sentía que mis problemas desaparecían y que había esperanzas para un futuro mejor... En resumen, me gustaba y me gustaba mucho. No era el mismo tipo de pasión-obsesión que había sentido por Santos la primera vez que le vi, pero solo hacía falta ver cómo había salido... Guille era diferente y eso era justo lo que necesitaba. Además, a él también parecía gustarle yo.

Salimos un par de veces de fiesta y él me descubrió la noche madrileña, muy distinta a la del Arauca, básicamente porque allí no había

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Salimos un par de veces de fiesta y él me descubrió la noche madrileña, muy distinta a la del Arauca, básicamente porque allí no había. Aunque el consumo de alcohol no resultaba nuevo para mí, sí que lo eran esas refinadas formas de tomarlo o esas mezclas extrañas pero ricas que se tomaban aquí. También me llevó al cine y quedé maravillada al ver las películas en una pantalla tan grande y un sonido con tanta calidad, con el que parecía ser parte de la película. La comida típica de Madrid también la descubrí con él, al igual que los monumentos y los museos. En resumen, todo lo que Santos me prometió que haríamos, lo hice con Guille y no me arrepiento en absoluto. Un día, Santos me anunció que se iría todo el fin de semana a ver a un amigo que vivía en Segovia, así que aproveché la oportunidad para traer a Guillermo a casa. Para ser sincera, me moría de ganas de que pasara algo, lo necesitaba y me hacía mucha ilusión que fuera con él. Primero le cociné la cena, unos gnocchis con salsa de queso que, aunque eran precocinados, me salieron bastante bien y lo acompañé con un vino blanco que, según me dijo la chica de la tienda, era lo mejor para las pastas. No me equivoqué, a Guille le encantó la cena y sobre todo, el vino. Igual bebimos un poco más de la cuenta o era que lo estábamos deseando, pero todo me pareció mágico. Sin embargo, cuando estábamos a punto de ir a por la segunda ronda, se oyó el sonido de las llaves y la puerta se abrió. Ambos nos quedamos mudos.
— Debería salir a ver quién es— le dije a Guille, que me miraba con los ojos muy abiertos.
— Voy contigo.
— Mejor no, a ver si va a ser mi casero. No me gustaría que me viera en esta situación...— argumenté yo y nos reímos. Con Guille todo era gracioso.
— Está bien, Barbie, pero si es cualquier otra cosa, gritas y ya voy yo allí como tu Superman personal.
Cuando dijo esto me reí y nos volvimos a besar, pero el sonido de unos pasos en el pasillo nos hizo volver en sí y me puse un vestido de estar por casa para salir de la habitación. Casi me da un infarto cuando vi una figura humana recostada en el sofá de la que emanaba un fuerte olor a alcohol y en ese momento maldije mi suerte por no tener a mano mi pistola o mi daga. Me acerqué un poco más para verle la cara y casi me caigo el asombro.
— ¿Santos?— pregunté temerosa.
— Bárbara— respondió mirándome a los ojos y sonriéndome.
— ¿Qué haces aquí? Pensaba que...
— Mi Bárbara— Me interrumpió— Te quiero.
Ante esto me quedé sin palabras, no supe cómo responder. Después solo recuerdo que me empezó a besar y yo le correspondí. No sé cómo, pero a la mañana siguiente despertamos los tres desnudos en la misma cama. Prefiero echarle la culpa al alcohol.

Doña Bárbara II: Verdades como puñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora