Capítulo 3

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Sorato abrió la puerta con mucha fuerza. Casi la rompe. Estaba envuelto en hielo. Sorato rompió el hielo que se me había formado a mi alrededor, pero yo no podía ver nada. Estaba recordando aquellos días, esos placenteros días en que ella y yo podíamos estar juntos, los echaba realmente de menos. Mis lágrimas se congelaban en medio de la masa helada.

Aimi estaba dando vueltas alrededor. Los dos estábamos al lado del río de Kyoto. Era tarde pero el sol aún brillaba en el este. Ese cielo era uno rojo anaranjado. Era el color favorito de Aimi. Estábamos juntos. El aire procedente del este nos rozaba la cara, el sedoso pelo de Aimi flotaba entre esas ráfagas suaves de aire limpio. Cerró los ojos para sentir la brisa de frente. Entonces sonrió porque sabía que la estaba mirando y eso la hacía feliz. Yo aparté la mirada. Miré al frente. Ella me cogió mi mano.

-        Mira lo grande que está tu mano – sonrió ella – ¿te acuerdas cuando nos conocimos? Era mucho más pequeña...

-        Como podría olvidarlo... – me sonroje yo.

-        Y bien, ¿Qué piensas hacer cuando acabes la escuela? – me preguntó ella.

-        Me gustaría... – empecé a decir yo – Bueno, claro, yo no sé si tu... - tragué saliva y entonces cerré los ojos – Me gustaría poder seguir estando contigo.

Entonces se empezó a reír. Pero su risa me ponía feliz. Le empecé a hacer cosquillas. Los dos caímos en el suelo. Uno al lado de otro.

-        Eres tonto – aclaró ella – Lo sabes, ¿no?

-        Y tú eres tonta – dije yo.

-        ¿Te gustan las estrellas, Tetsu?

-        No – dije yo – Solo me gusta una. La más brillante de todas, y a la que constantemente sigo. Tú.

Ella se sonrojó. Yo también, ciertamente estaba todo rojo. Levanto su espalda y entonces me miró. Yo también la mire, pero luego desvié la mirada. Ella entonces dejo su rostro alegre y se embarcó en otro muy diferente. Ahora estaba triste. Yo levante la espalda. La abrace.

-        Sabes que me iré, ¿verdad? – dijo mientras le caía una lagrima ella.

-        Sí... - afirmé melancólicamente yo – Pero, al igual que las estrellas que nunca dejan de brillar tu nunca te iras para mí. Seguirás en mi corazón hasta que me muera. Y una vez me muera podremos estar juntos de nuevo.

Se puso a llorar. A mí se me cayó una lágrima. Su abrazo cada vez era más fuerte. Y lo notaba mucho más fuerte cada vez. Sentía que me rompía. Pero no dije nada. Prefería romperme en sus brazos que no morir solitario. Entonces Sorato me sacó del hielo. Me desperté y tenía una marca en la cara. La tenía en mi ojo derecho. Arriba y abajo tenía unos cuernos que salían de mi parte inferior e superior del ojo y se acababan en punta en cada uno de los lados. La de arriba era más corta que la de abajo. La de abajo me llegaba hasta la alzada de la boca. Era roja. Más bien como el sol de ese día. Sorato se asustó al verme así. Llamo al Maestro y a todos. Yo seguía inconsciente. Pero seguía notando el abrazo de Aimi, era tan fuerte que era difícil olvidarse de él. No, lo difícil era olvidarse de ella. Entonces el Maestro le dijo a Sorato que era una marca Tobuk que quería decir que eran referenciales a algo, tan bien eran imborrables y salían en los momentos más importantes de la vida de una, marcando un punto clave en la historia de alguien.

Cuando me desperté tenía al Maestro delante. Estaba debajo de la pastelería, en una pequeña sala llamada "la Enfermería". Allí cuidaban a aquellos que tenían algún tipo de problema después de alguna batalla o algún enfrentamiento. Me dijo que había estado unos dos días inconsciente. No me dijo nada de la marca, yo no sabía que la tenía hasta que me la enseño en un espejo. Me dijo que nunca antes había visto una marca tan viva. Las había visto de espadas, de golpes o de daños colaterales, pero nunca había visto nada semejante a una marca después de haber embarcado en un pasado lejano.

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