Siempre me asustó el tiempo. Aunque quizás nunca fue el tiempo aquello que temía, sino todo lo que se escondía tras los sonoros segundos que pasaban en el incesante mecanismo de un reloj. Recuerdo que nunca entendí el miedo fortuito a hacerse mayor. Nunca logré entender el temor de mi madre hacia las arrugas que se formaban en su piel. Pero ahora sé que le temían de la misma manera que yo temía al tiempo. Porque una simple arruga en el rostro puede ser el robo de tu juventud y el último suspiro guardado. Porque hacerse mayor duele, cansa y debilita. Quizás, esto demuestre que lo que realmente tememos no es la oscuridad, sino lo que hay tras ella. Sin embargo, era ahora la luz lo que atisbaba en los ojos de mi abuela. Era un extraño pero cálido destello oculto por el más claro iris. Es curioso como la luz es lo último que abandona el cuerpo cuando el peso de los años obliga a ceder todo aquello que te parecía una promesa. Todo aquello que creías tan vulgar y común... Aunque hubiese perdido los sentidos y el raciocinio, juntamente con la percepción, ella era capaz de hacer algo que ni el más cuerdo ni el más audaz hubiera podido realizar jamás. Hablar con la mirada. Sin palabras. Sin sonidos. Sin nada más que la incandescencia como único lenguaje.
Yo, en cambio, tenía de mi parte el habla y el conocimiento. Y sin embargo, se me quedaron las ganas de decirle que sentía no haber puesto más de mi parte. Que a pesar de no decírselo a menudo la quería. Muchísimo. Que iba a echar de menos su voz, su calidez y, por extraño que pareciese, sus comidas. Que ni teniendo conocimiento de todas las lenguas existentes iba a poder describir el gran aprecio que le tenía. Que me perdonase, porque pudiendo estar no estuve lo suficiente. Que aunque la gravedad de su estado no le permitiese recordarme yo siempre la iba a recordar de la manera que siempre fue. Una gran persona, pero sobretodo una gran abuela.
Pero no le dije nada. En su lugar, me obligué a sonreír y a sostenerle la mano. Mientras ella me miraba y no me recordaba.
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Antes
Teen Fiction"Era extraño. No me dolía nada. Ni siquiera era capaz de oír las sirenas, ni sentir el frío suelo. Empecé a mover los dedos adormecidos e intente con fuerzas inexistentes abrir los ojos." Nunca creí que esto pudiera pasarme a mí. Despertar despu...