ADLER COOPER 1 : y el Misterio de la Espada Desaparecida

1. La Verdad y la Gasolinera

    Adler Cooper era un mago. Desde niño supo que lo era, eso estaba claro. En general su vida era mágica, ya que a parte de la gran cantidad de cosas extraordinarias y anormales que podía hacer durante un día corriente para cualquier otro niño, Adler había vivido toda su vida con un verdadero mago: su tío. Adler pertenecía a una familia de magos, aunque a decir verdad solo conocía a dos de sus familiares, a su tío Frank y a su abuela Mary (el hermano y la madre de su padre) con los que vivía desde que era un bebé. El joven mago siempre se había preguntado qué habría pasado con sus padres para que desde niño hubiera tenido que vivir con su tío y su abuela, pero Frank y Mary siempre evitaron las preguntas que el pequeño Adler les hacía para poder contarle la verdad sobre sus padres cuando fuera más mayor.

    Los tres habitaban en un pueblo del norte de Irlanda llamado Monaghan, de seis mil setecientos diez habitantes. La pequeña casa de dos pisos de esta familia de magos estaba en una urbanización llamada "Cluain Lorcain", asentada bajo la sombra de la gran catedral gótica de "San Macartan". Esta urbanización estaba formada por muchas casas pegadas unas con otras, todas de diferentes colores, y que formaban un gran óvalo en el centro de la calle en el que se había construido un pequeño campo de fútbol y un parque para los niños pequeños. Allí creció el joven Adler toda su vida, rodeado de amigos no magos y obviando siempre que fuera posible sus dotes mágicas, que solo eran conocidas por su tío y su abuela y por su mejor amigo, Ryan Gretsch, cuya amistad seguía creciendo desde que ambos iban juntos a la guardería. Sus tíos no quisieron que Adler fuera a una escuela de magia cuando este aún era pequeño porque pensaron que sería mejor que su sobrino y nieto viviera la vida como una persona normal, es decir, como toda la gente que le rodeaba día a día, y no como un mago.

    Al cumplir los dieciséis años, Adler descubrió lo que realmente ocurrió años atrás con sus padres. Su tío Frank se lo dijo días después de cumplir los dieciséis. Su tío entró en su habitación un sábado por la mañana, se sentó en la cama de su sobrino y dijo:

    -Adler, tenemos que hablar...

    Y hablaron. Adler no se podía creer lo que estaba oyendo, lo que su propio tío le decía. Incrédulo, hizo jurar al hombre que había sido como un padre para él que si todo lo que le había dicho era cierto. Frank, dejando caer una lágrima por su severo rostro, asintió con pena. Adler dio las gracias a su tío por habérselo contado y no pudo esperar mucho tiempo para decírselo a su mejor amigo, con el que había quedado aquel sábado por la mañana en el portal de su casa. No fue capaz de desayunar después de oír lo que Frank le había dicho, pero su abuela Mary le obligó a comerse una manzana.

    -¿Te ocurre algo, hijo? -le preguntó su abuela al ver la cara apenada que tenía Adler.

    -No. Solo estoy cansado...

    Desganado, Adler abrió la boca y se comió la manzana antes de que el timbre de casa sonara estruendosamente por todas las habitaciones.

    -¿Quién puede ser? -preguntó Mary mientras dejaba de fregar e intentaba mirar a través de los cristales de la ventana de la cocina a la misteriosa persona que había llamado.

    -Es Ryan, he quedado con él -contestó Adler yéndose de la cocina a toda rapidez.

    -¡No vengas tarde, hoy comemos a la una! -había gritado su abuela antes de que Adler cerrara la puerta de golpe.

    Cuando el chico ya se encontraba en la calle, Frank entró en la cocina con unas grandes ojeras bajo sus vidriosos ojos. Se sentó sin ganas en una de las sillas de la mesa de comer y dejó la mirada perdida en alguna parte de las baldosas que formaban el suelo de la cocina.

    -¿Tú también estás cansado, hijo? ¿Nadie ha dormido bien esta noche? Porque yo he dormido como un lirón... -dijo con una sonrisita en la boca Mary mientras acariciaba los mofletes sin afeitar de su hijo Frank.