Desesperanza

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***

Moría, literalmente, de ganas darle un abrazo a alguien. No sé cómo llegué a este estado tan lamentable donde mis compañeros de vida son la televisión y una botella alcohol. Mi padre me había sacado de casa, la preparatoria me expulsó en mi último año y desde allí, ninguno de mis amigos quiso continuar en el camino difícil conmigo. Además, el derecho de ser héroe ya era otra parte del pasado. A mis dieciocho años, Chat Noir, era un maldito recuerdo.

Me daba cuenta día a día que un sólo error me había costado la vida. ¿Y perdí todo por qué?, por amor. Porque me dijeron que para amar debía ser un idiota y estúpidamente actué. Ladybug, ésa que se robaba mis sonrisas y agitaba mi corazón, conoció al chico detrás de la máscara y yo la conocí a ella. Pero no hubo un final feliz ni nada similar.

—Bueno... Ahora que nos conocemos podemos ser buenos amigos— recuerdo haber oído esas hirientes palabras saliendo de su boca —¿No es genial?

No, no lo era. Esperaba amor u odio, me preparé psicológicamente para cualquiera de esas opciones, pero no para una propuesta tan complicada como esa. ¿Cómo podía ser amigo de la chica que tanto amaba? Me sonaba irracional. Con Ladybug, viví sus mejores momentos y con Marinette pasé algunos de los peores en su historia. ¿"Amigos"? No quería serlo. Pero mi tímida y buena mentalidad de los quince años sonrió y soltó un tembloroso "está bien".

Un año aguanté esa tortura llamada amistad. Toda la preparatoria se sorprendía de nuestra cercanía y la falsa confianza que nos teníamos. Podía abrazarla, podía hablarle sin problemas, pero simplemente no era suficiente. Lo que yo deseaba era que ella me dijese que me quería, que me mirara a los ojos y me transmitiera cariño, por más tonto que sonara.

En medio de una desesperación por verla, partí en pleno día sábado en dirección a su casa. Gentilmente, al verme, su madre me invitó a pasar y sin cuidado subí a la habitación de Marinette. Lo que no esperaba era topármela en medio de un desesperado llanto. Al preguntarle preocupado qué pasaba, su respuesta fue como una puñalada al corazón.

Un amor no correspondido— habló fingiendo estar bien.

Aprovechándome de nuestra cercanía, le pregunté quién era el estúpido y entre una forzada sonrisa salió un "tú" de sus labios. Labios que segundos después, con un cúmulo de emociones adorados en la garganta, me atrevería a besar para demostrarle que estaba equivocada.

Pero ella, creyendo que yo actuaba por caridad, rechazó mi beso y dio un grito capaz de alertar a sus padres, los cuales al verme creyeron que yo abusaba sexualmente de su hija. Así de simple. Fui sacado de su casa, la preparatoria por seguridad de Marinette me expulsó, mis amigos me llamaron monstruo, mi padre me prohibió entrar a casa por ensuciar su apellido y Plagg no volvió a aparecer. Terminé solo, por cometer el crimen de amar. Y en ese momento no me sirvió la fama, las clases de chino o el arte de la esgrima.

Hoy eso me sigue pesando cada mañana y me olvido de ello bebiendo cada noche en un frío y vacío departamento. Sólo que no esperaba que esto trajera problemas a mi salud, por más lógico que fuera. Mi destino me obsequió nada menos que un paro cardíaco.

***

Era un grande y blanco hospital donde los lamentos se oían a distancia. Ahí desperté, con una extraña sensación de calor en mi mano derecha. Al voltear dificultosamente el rostro, me encontré con unos cristalinos ojos celestes.

—Despertaste— susurró con notorio alivio —Por fin...

Pero en vez de reír, dejó ver lágrimas resbalándose por sus coloradas mejillas mientras apretaba mi mano con fuerza. La última vez que estuve consciente un frío inaguantable consumía la ciudad y al mirar la ventana abierta, había un radiante sol. Yo, casi consciente de por qué me encontraba ahí, le dediqué una simple sonrisa e intenté limpiar sus lágrimas. No sabía por qué ella me acompañaba, pero me hacía feliz.

—¿Qué sucede?— pregunté, dándome cuenta de lo ronca que estaba mi voz.

Sus ojos recorrieron con nerviosismo la habitación, dándome cuenta de que al mismo tiempo mordía con fuerza su labio inferior.

—Hace un rato, antes de que despertaras, vino el doctor y dijo que tu corazón está muy mal— me respondió queriendo llorar —Necesitas un trasplante, pero no hay donantes...

Como si ya nada importara ese instante, le dediqué una de las que podían ser mis últimas risas y le dije que era lo que me merecía, morir. Nadie me quería a su alrededor, y siendo ella el último rostro que vería, irme de este mundo era la mejor opción. Sabía que siguiendo cerca la dañaría. No me sentía bien como para sujetar su mano, así que simplemente la aparté y le di la espalda.

Sin decir nada más, ella permaneció el resto del día conmigo sin siquiera darme sus razones. Al llegar la noche y el término del horario de visitas, tristemente se levantó y decidió irse sin decir siquiera adiós. Pero yo, viendo como otra vez una oportunidad se me escapaba de las manos, grité que se detuviera antes de cerrar la puerta.

—Te amo, Marinette— dije sin piedad alguna, aprovechándome de la situación, aunque ella fingiera no oírme.

Tal como vi a mamá irse por las puertas de la casa para no volver jamás, hoy, la veía a ella. Irónicamente, por intentar que se quedase conmigo algún día, terminó yéndose.

***

Sin quererlo, al día siguiente desperté sintiéndome mejor que nunca. Pero esta vez, más máquinas permanecían en mi habitación, el dolor de mi pecho se había alivianado y no había ninguna chica a mi lado cuidándome.

La primera persona que vi entonces, fui a quien un día llamé mi mejor amigo. Vestido con un traje negro, vino a darme la peor noticia del mundo.

—Marinette... Corazón... Trasplante...— fueron las palabras que a penas capté, además de un pequeño papel que me entregó en la mano.

Entonces fue cuando me levanté precipitadamente de la camilla y sin importar nada corrí por los pasillos del hospital buscando la salida como un loco. Corrí y corrí intentando convencerme de que esto era una farsa, hasta que mis pies me llevaron al lugar donde una lápida llevaba escrito su nombre.

La gente de allí me miró mientras yo, llorando, pasaba entre todos para abrazar nada más que una fría tumba. Ella dio la vida por mí, mientras que yo no di nada por ella y me dejé llevar por lo fácil. Mi mente y todo me traicionó hasta llegar a ese resultado. No me conformé con lo que el destino me dio y ahora me hallaba abrazando con todo mi ser un objeto sin vida, en vez de abrazarla a ella.

El papel que antes me había entregado Nino, terminó de romper todo lo poco que quedaba de mí. Marinette lo había escrito entre lágrimas antes de suicidarse a escondidas de todo París para que se cumpliese su voluntad, darme su corazón. En tan pocas palabras, pudo entregarme lo que siempre quise, pero que sin ella aquí no servía de nada. Era un condenado papel que deseé haber leído mucho tiempo antes para romper mis miedos e inseguridades.

Un papel que entre dobleces y una temblorosa letra decía: "Yo también te amo, Adrien".

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El abrazo de la cruel desesperanza ||Miraculous Ladybug|| ||One-Shot||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora