2 · Los hombrecillos

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Una vez se hubieron ido, el pozo quedó en completo silencio. Oscureció un poco más.

 Del extremo más alto de aquel caño se asomaron unas manos diminutas

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Del extremo más alto de aquel caño se asomaron unas manos diminutas. Se elevó un arrugado hombrecillo de poco más de veinte centímetros. Luego salieron dos más. Bajaron aferrándose del caño con ambas manos. Su piel era como la de una rata sin pelo y el vientre les sobresalía. Lucían débiles y chupados.

El último llevaba una especie de morral. Revolvió y extrajo de este una piedra. Los tres vetustos hombrecillos la rodearon y olfatearon con delicadeza. Su olor los hacía temblar de placer.

―Olor a juventud ―dijo uno.

―¡Por fin! ―exclamó otro.

Y luego se echaron a andar hacia la casona.

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