La pesadilla se convirtió en un mal recuerdo en forma de cicatriz que perseguiría a la joven Sayra durante el resto de sus días. Pero aquella cicatriz no era física, no era visible. Esa cicatriz no se encontraba en su cuerpo y no era capaz de verse sin ver su corazón, su alma. Su carrera universitaria dio un giro de 180 grados. De ser una estudiante brillante y prometedora con un futuro en el mundo de la medicina pasó a verse obligada a dejar sus estudios para sacar adelante a su familia. Su madre, la única familia que le quedaba y quien todavía no había sido capaz de superar la pérdida de su marido, tenía que elegir entre mantener un techo sobre sus cabezas o pagarle un futuro a su hija.
-Dejaré los estudios, mamá-decidió Sayra para librar a su madre de aquella carga-. Juntas podremos salir adelante, te lo prometo-juró aquella misma tarde cuando regresaron a su casa. A la semana siguiente del atentado las clases volvieron a transcurrir con normalidad, pero Sayra jamás volvió, aunque no por miedo como pensaron algunos de sus compañeros.
La exestudiante recorrió la ciudad entera en busca de un empleo para poder ayudar a su madre con las facturas que se avecinarían después del entierro de su padre. Tras media semana de infructuosa búsqueda, el único puesto de trabajo que le ofrecieron fue de camarera en un bar. Su salario era demasiado pobre y su trabajo no era para nada gratificante, pero no tenía ninguna elección. Aquel era el único lugar donde podían contratarla sin experiencia y casi sin estudios. Menos que aquello era nada, y trabajar nueve horas diarias, descansando solamente los domingos, acabaría dando sus frutos.
Durante dos meses estuvo sirviendo mesas casi sin descanso, llevando vasos, tazas y platos de un lado para otro sobre una bandeja metálica redonda que tardó un tiempo en aprender a manejar. En sus primeros días le fue imposible evitar que a veces se le cayera la bandeja, causando la rotura de algunos vasos. Aquellos accidentes trajeron como consecuencia que se descontaran de su salario aquellas pérdidas y, por lo tanto, que percibiera poco más de la mitad de su sueldo el primer mes. Por suerte aprendió rápido a controlar la bandeja y las pérdidas no fueron a más. Incluso el segundo mes consiguió cobrar su salario por completo.
De todas formas eso no era lo único que la angustiaba. Cada día tenía que soportar alguna impertinencia por parte de los clientes, sandeces que soltaban de sus bocas, ordinarieces con respecto a su físico, incluso alguna que otra palmada en su trasero que irritaba de sobremanera a la chica. Y ella solo podía responderles con una sonrisa forzada para asegurar su puesto de trabajo y no ser despedida. Afortunadamente eran pocos los clientes que la sacaban de quicio. Incluso, a veces, eran reprendidos verbalmente por otros clientes que saltaban a defenderla inmediatamente. Era en esos momentos cuando su sonrisa era sincera.
En una de esas ocasiones se trataba de un soldado quien reprendía a un hombre de mediana edad que había bebido en exceso. Y no era nada extraño encontrar soldados relajándose en los bares para desconectar de sus agotadores turnos. Al fin y al cabo la ciudad se encontraba invadida por ellos ante una posible amenaza terrorista. El gobierno había decretado la alerta de seguridad máxima y, desde ese momento, la policía y el ejército trabajaban codo con codo. Cada día y en cualquier esquina podía verse a varios soldados patrullando las calles portando armas automáticas en sus manos. Y siempre iban en grupos de no menos cinco militares juntos. Aquella medida se había tomado con el objetivo de tranquilizar a la población, o eso se suponía. Pero el efecto que había causado resultó ser totalmente opuesto al que estaba previsto.
Y era normal que los habitantes estuvieran tensos viendo a personas armadas cada día rondando delante de sus trabajos y de sus hogares. Por más tiempo que pasaba, era imposible acostumbrarse a aquella vida, donde la presencia de tantos efectivos militares solo podía significar una cosa: que el peligro acechaba por todas partes y que, en cualquier momento, podría volver a ocurrir nuevamente otra tragedia como la que vivieron Sayra y Anara.
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Un futuro negado [Cancelada]
AksiTodos conocemos las clásicas historias bélicas de valerosos soldados luchando por su patria. Siempre nos han pintado la guerra como si fuese algo heróico luchar por tu país. Pero, como todo en esta vida, la guerra tiene dos caras. No vengo a relatar...