Espera

311 24 23
                                    


Había pasado una semana, y Albert repetía su ritual de observar la foto de Pablo cada vez que se quedaba a solas o sentía que nadie le estaba mirando. Esa foto que en un primer momento le había llenado de calidez y nervios, y que ahora ya sólo le provocaba suspiros melancólicos. Pablo seguía mirándole desde su cama con esa sonrisa adormilada, y él sólo podía repetirse que era idiota, gilipollas, aunque no sabía si por haberse dejado llevar o por haberse detenido.

Bueno, en realidad sí lo sabía, pero era más ético fingir que no.

Había intentado mantenerse firme en su decisión, prohibiéndose pensar demasiado en Pablo, bloqueando cualquier fantasía que aspirara a continuar con lo que había interrumpido en el baño del Congreso, borrando esa famosa foto... Pero eso último no había sido capaz de hacerlo. Era un placer culpable, pero lo prefería.

Y suponía un deporte de riesgo llevar esa foto de su rival político en el móvil, sabiendo que podían cogerlo su novia, su hija o incluso sus compañeros de partido, ya que tenía esa tendencia a dejarse olvidado el aparato en cualquier parte. ¿Qué podía pasar si alguien llegaba a ver esa foto? Seguramente dependiera de quién la viera, pero que le traería problemas era algo bastante probable. Pero merecía la pena correr el riesgo. No podía renunciar a ese recurrente placer culpable en el que se encontraba inmerso en ese preciso momento, mientras Bea trasteaba haciendo no sabía muy bien qué en la cocina y él permanecía hundido en el sofá, con el móvil excesivamente oculto entre las manos y Pablo en la pantalla.

No se sentía satisfecho con cómo había tratado a Pablo, y esa certeza la tenía aunque no se atreviera a desarrollar el pensamiento. Le había fallado a él, había fallado a Bea y, sobre todo, se estaba fallando a sí mismo. No era eso lo que quería. No quería tener una relación con Bea mientras atesoraba la foto de Pablo y su corazón amenazaba con salírsele del pecho cuando le tenía cerca. No quería enterrar unos sentimientos que le hacían sentir tan vivo para, años después, preguntarse por lo que podría haber sido. Pero no sabía de dónde sacar el valor para actuar, ni tampoco si serviría de algo. Cabía la posibilidad de que Pablo se encontrara en otra situación y ya hubiera olvidado lo ocurrido, incluso podía ser que estuviera ya con alguien más, y aunque la mera imagen le revolvía el estómago, no podía darlo por imposible.

La cuestión es que la pelota ahora estaba en su tejado, si es que había alguna, y odiaba tener que tomar la iniciativa.

Bea apareció en ese momento con dos tazas de café y una sonrisa, y Albert se encontró hablando antes de saber lo que iba a decir.

- Bea, tenemos que hablar de una cosa...

***

Íñigo aquella mañana ejerció de mejor amigo, presentándose con su copia de la llave inesperadamente en casa de Pablo para subirle el ánimo con una bolsa de sobaos antes de acompañarle al Congreso. Pablo llevaba días especialmente taciturno y todos los que le conocían bien se habían dado cuenta, pero puesto que el único que sabía lo ocurrido era Íñigo, había cargado él con toda la responsabilidad del consuelo por extraña que le resultara la situación. En más de un sentido, ya que Pablo no solía pillarse tanto por nadie, pero lo peor era saber quién era el culpable de aquello. Con lo mal que le caía Albert Rivera, no sabía qué le causaba más rechazo, imaginarle con Pablo o el hecho de que le hubiera rechazado y deprimido de aquella manera, pero como Pablo se había negado a hablar mal de él, no había podido utilizar ese recurso y había echado mano de los clásicos: series, mantita y helado.

Aun así, Pablo no esperaba verle aquel día hasta llegar al Congreso, y su aparición le animó un poco. Lo suficiente para decidirse a cambiar el chip. Albert y él no habían vuelto a hablar desde que pasó lo que pasó, ni en persona, ni por whatsapp ni por ninguna parte, incluso habían evitado hablar el uno del otro en entrevistas, y la situación le estaba superando. Una cosa era no poder tener con él el tipo de relación que quería, y otra, no tener ninguna relación en absoluto.

Los polos opuestos se atraen demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora