La tarde se acababa cuando los amigos llegaron a la vieja casona. Esta estaba rodeada de una frondosa arboleda. Marcel, que tenía las llaves, entró primero. La estancia le pertenecía a su padre, un viejo francés al cual le sobraba dinero. El chico le pidió prestada la casona, que durante el verano permanecía desocupada, para quedarse allí unos días con sus amigos.
En la noche se cocinaron ellos mismos y cenaron. Hubo copas y música. Rememoraron el paseo de la tarde y jugaron a un viejo juego de mesa que permanecía de antaño en la casona. Luego, quizá por efecto del malbec francés que destaparon, les pareció gracioso hacer bailar al gatito que merodeaba la casa. Apenas tenía unas semanas de vida y se asemejaba a un budín de vainilla y chocolate. Solía dormir en la casa del personal, siempre presente.
Se sentaron en los sillones de la sala. Acariciando al gatito en su falda, Marcel dijo;
―Le llamaremos Chaton. Que duerma con nosotros.
―Entonces Toby deberá dormir afuera ―dijo Juan desde el otro sillón.
Por la tarde los animalitos habían tenido unos encontronazos, era arriesgado que duerman los dos bajo el mismo techo.
―No hay problema, hay una cucha aquí fuera ―respondió Marcel apuntando hacía el patio.
Uno de los hombrecillos casi muere al ver que lo señalaban a través de la ventana.
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Cuida tus Meñiques
ParanormalToby no estaba loco. Si Marcel hubiera conocido las consecuencias de visitar el pozo aquella extraña tarde de verano, sin dudas lo habría esquivado como a la muerte. Después de aquel día se volvieron taciturnos y melancólicos. Marcel tenía una vaga...