Debí suponerte en el norte, más allá de los límites, en una región apartada; un país diferente y extraño con otro dialecto y costumbres exóticas de las cuales jamás había oído hablar. Y decías estar feliz en ésta tu nueva condición de migrante no forzada. Habías conocido a un tipejo destartalado oriundo de allí recorriendo el mundo, y por azar te lo habías topado en un semáforo haciendo morisquetas por unas monedas. Seguro fue amor, bien te conocía yo esa condición de enamoradiza; amabas lo diferente y su fugacidad; te derretías por el encanto de una tez estrafalaria sin más, sin prorrumpir en explicaciones de ningún tipo, con un saludo para ti bastaba. No fue exactamente así que yo te conocí, bueno tú me viste y viniste jadeante antes de que partiera en mi bicicleta nueva roja de cambios y sólo dijiste tu nombre dos veces para permanecer estática y agitada esperando respuesta. Jamás conocí chica alguna de modo más inaudito, sé que poseo algunos encantos irresistibles como mis ojos pero hasta ahí; lo tuyo fue exageración, me veías como un bote salvavidas, ya me conocías de antes porque me veías por doquier en la Universidad con mis tenis gastados y los pantalones rotos dándomelas de muy pijo.