6 · Los hombrecillos

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Chaton dormía apañado entre las piernas de Marcel cuando los hombrecillos ingresaron por la ventana. Fue muy fácil para ellos; aquella calurosa noche de verano la ventana estaba abierta de par en par y circulaba una agradable brisa nocturna.

 Fue muy fácil para ellos; aquella calurosa noche de verano la ventana estaba abierta de par en par y circulaba una agradable brisa nocturna

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Cada hombrecillo eligió un joven y palpándole las manos en la oscuridad llegaron hasta el dedo meñique. Lo introdujeron en sus bocas hasta el segundo nudillo y la energía comenzó a fluir hacía ellos sin dificultades. Eran torrentes.

Se saciaron de energía vital. Tomaron cuanto quisieron. 

Una vez hubieron terminado se llevaron algunas pertenencias y se retiraron por donde vinieron. Se alejaron un poco más, hasta unos matorrales, a esperar los efectos.

―Aquí vienen ―dijo uno.

Comenzaban a retorcerse como contorsionistas y con cada movimiento partes de su cuerpo crecían más y más. Durante el proceso se veían horriblemente deformes. Adquirieron poco a poco la altura y los rasgos del joven al cual habían robado la energía vital.

―Qué bello eres, Nicolás ―dijo el hombrecillo Juan.

―Tu también eres hermoso ―le replicó el hombrecillo Nicolás― Busquemos mozas.

Muchachas ―le corrigió el hombrecillo Juan.

―¡Qué par de antiguos! ―Dijo el hombrecillo Marcel―. Chicas; ahora se llaman chicas. ¿Acaso no lo han oído? Por cierto, ¿cómo se usa esta cosa? ―sosteniendo el celular en sus manos.

Se vistieron con las prendas hurtadas y luego salieron a paso firme hacía la gran cuidad, que se encontraba de allí a varios kilómetros de distancia.

Cuida tus MeñiquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora