Un Salto de Fe

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La fuerza del viento golpeando su rostro le impedía abrir bien sus ojos, aun así podía ver cómo pasaban velozmente uno a uno los pisos que componían el edificio donde había trabajado los últimos 2 años. Tenía una ambigua sensación de pesar y alivio. De alguna forma estaba sorprendida de la rapidez con que había decidido saltar al vacío. Apenas unas horas atrás se había despedido de su hermana con un portazo en pleno rostro, ya ni siquiera recordaba el motivo del disgusto, estuvo a punto de llevar su mano al bolsillo de su pantalón en busca de su celular pero la ridiculez de la idea la devolvió a la realidad.

Ahora el tiempo se había vuelto desesperantemente lento. Sara no comprendía cómo una caída de más de 80 pisos se podía tardar tanto, su cerebro razonaba que aquello era absurdo, pero su cuerpo experimentaba otra cosa. Desde su perspectiva el suelo se iba acercando, pero lo hacía como si jamás fuera a alcanzarla... no, más bien ELLA se encontraría con el piso tarde que temprano. En su viaje de cuando en cuando veía los rostros angustiados de otras personas que estaban ante el mismo dilema que ella experimentase momentos antes y que de algún modo ya había resuelto. Se preguntó qué diablos estaban esperando, elegir entre morir rápidamente lanzándote desde un piso 85 o esperar a que el fuego queme cada célula de tu cuerpo no parece una decisión difícil. Al menos eso creyó cuando saltó... ya no estaba tan segura.

Esa mañana de septiembre estuvo a punto de faltar a su empleo como ejecutiva en la Compañía Aseguradora para la que laboraba en la Torre Norte del World Trade Center. Su hermana Rebeca seguía insistiendo en abandonar sus estudios y casarse con Drew. A Sara no le desagradaba el novio de su terca hermana, lo que no entendía era la prisa, en su experiencia eso sólo podía significar una cosa: bebé en camino. Como un relámpago vino a su mente el recuerdo,... la causa del disgusto: Rebeca no se había presentado a sus clases desde la semana anterior. Tendría que tomar medidas con esa niña,... bueno, lo habría hecho si no fuera porque ahora se desplazaba a 100 kilómetros por hora en plena caída libre.

En una fracción de segundo casi le pareció ver a través de los cristales un número: el 70,... "¡¡Increíble,... apenas el piso 70!!", pensó y experimentó algo parecido al fastidio. Se sintió tentada a estirar sus brazos para tratar de introducirse a uno de esos pisos inferiores donde todo parecía seguro y no como el infierno que había dejado arriba. Cuando recibieron la noticia de que, aparentemente, una avioneta se había estrellado en la Torre Sur todos en su oficina supusieron que se trataba de un accidente. Hubo quien preguntó si alguien había firmado algún seguro contra colisiones de avión en el WTC. Después de todo si trabajaban para una empresa de seguros a alguien debería habérsele ocurrido. Aunque consideraban inútil la orden de evacuación se aprestaron a llevarla a cabo, sin embargo recibieron indicaciones del Ejecutivo en Jefe de cerrar adecuadamente todos los sistemas. Nadie imaginó ni por un segundo que otro avión haría blanco unos 30 pisos debajo de ellos. A pesar de la altura el fuego los alcanzó en cuestión de minutos.

La respiración se le dificultaba ya, cada bocanada de aire le costaba un gran esfuerzo, era como respirar de frente a un motor de jet, la fricción del aire contra su cuerpo la aplastaba como una mano gigantesca. De pronto se vio en su salón de clase en high school, el sr. Reed trataba de hacerles entender el concepto de velocidad terminal. No recordaba del todo el fenómeno, solo sabía que un cuerpo que cae de una gran altura acelera en función de la fuerza de gravedad, este proceso tiene un límite, mismo que se presenta cuando la fricción del aire impide que la aceleración aumente. Quizás eso era lo que estaba pasando, tal vez su frágil cuerpo había entrado en un delicado equilibrio,... flotaba como una hoja al viento. Posiblemente se quedaría suspendida para siempre.

Pero el piso seguía acercándose, no flotaba,... seguía cayendo,... "Dios,... ¿Cuánto más,... cuánto?",... Logró girar su cuerpo para ponerse de espaldas a la madre tierra, ahora eran las crestas de las dos Torres las que se alejaban de ella. Respiró profundamente ahora que podía hacerlo y se sintió extrañamente cómoda. Por un momento pensó que esta debía ser la mejor sensación de toda su vida. El cielo por encima de ella era de un azul impresionante (aunque el humo de los incendios lo manchaba de una forma tan triste), se preguntó qué hora sería, deseó poder calcular la hora de su propia muerte. ¿Cuántos tienen en el mundo ese privilegio?

"¿Hermana, qué harás cuando te enteres?,..." pensar en Rebeca la distrajo del breve momento de confort en el que estaba, deseó profundamente que ella siguiera dormida en casa y no viviera la angustia por saber de su paradero. Se despidieron enfadadas,... la peor manera de decirle adiós a un ser amado. En fin,... ¿quién se iba a imaginar que esa hermosa mañana 2 aviones se estrellarían en el corazón económico de los Estados Unidos? Se tomó un segundo para preguntarse a quién habría hecho enojar tanto el gobierno: ¿A los islamitas, a los judíos, a los rusos? Peor aún,... se preguntaba qué culpa tenían ella y las miles de personas cuyo único pecado había sido levantarse e ir al trabajo ese día.

Calculó que ya había rebasado el piso 50,... de pronto le asaltó una duda: ¿Cuál sería el juicio de su Creador por haber saltado? ¿La condenaría por quitarse la vida? ¿O comprendería que Sara solo había tomado una decisión que no cambiaría en absoluto su destino? Ya no estaba tan lejos de averiguarlo, casi se dibujó una irónica sonrisa en su rostro cuando pensó: "¿Y si no hay nada ni nadie esperándonos allá?". Pero no, su fe era todo lo que le quedaba en esos escasos segundos de vida que aún tenía, decidió poner esa fe en lo que más amaba y elevó una plegaria final: "Señor,... cuida a mi hermana". Cerró los ojos y esperó el impacto.

Sin embargo la conclusión se le seguía negando,... levantó la mirada y ahí seguía la cima de ambos edificios, aquello debía de ser un sueño,... llevaba una hora cayendo, al menos eso le parecía. Se giró nuevamente, la avenida estaba ahora sí bastante cerca. Estaba por terminar. Recordó la época en que su madre las arropaba a ella y a Rebeca, cada noche le decía que cuidara a su hermana pues ella pronto tendría que irse. Ahora sentía una frustración enorme, ya no podría cumplir el encargo de su madre, Rebeca se quedaría sola,... la desesperación hizo presa de ella, por primera vez en esa eterna caída el miedo y la angustia la dominaron. Intento gritar pero el viento no se lo permitió. Quiso morir en pleno camino a la muerte. Su mente ya no podía más con todo aquello.

"Duérmete ya hija",... Lo que faltaba, ahora estaba alucinando,... sintió la cálida mano de su querida madre en su rostro dándole consuelo. "Hiciste un excelente trabajo,... ya puedes descansar,..." Sara ya no luchó más,... solo esperó que no hubiera una pobre alma en el piso sobre la cual cayera. En los últimos instantes se preguntó si no sentiría nada o si podría percibir el crujido de todos y cada uno de sus huesos,... aunque ya no le inquietaba la respuesta. "Cuando salí no le dejé el desayuno a Rebeca,... seguramente tendrá hambre." Sonidos, luces y sensaciones se apagaron con el último bombeo de sangre a su cerebro,... todo su universo se desvaneció.

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En un suburbio de las afueras de New Jersey Rebeca apenas se levantó de su cama. Desde que Sara se había ido se encerró en su cuarto no sin antes desconectar el teléfono y apagar su celular. Tenía algo de hambre,... pensó en su hermana a la que tanto amaba y admiraba a pesar de sus constantes diferencias,... deseó poder hacer las paces con ella,... se llevó ambas manos al vientre que asomaba bajo su blusa y que había disimulado durante la última semana,..."Cuando vuelva le diré que mi niña se llamará Sara,..."

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