Mi primer sueño húmedo lo tuve con una chica de perfumería de cierta tienda departamental.
No recuerdo su rostro, ni su piel. Pero recuerdo el uniforme. Recuerdo perfectamente el traje sastre, azul oscuro, perfectamente entallado a su cuerpo delgado; las medias negras y ese tejido que las recorre a lo largo de la pierna; y los zapatos altos de charol que acentuaban los gluteos de la dama. Recuerdo el piso encerado y aquella fantasía de ver en el reflejo del suelo un algo más de lo que las faldas permiten entrever.
El sueño fue corto pero intenso.
Me recuerdo recorriendo la suavidad de unas medias de seda: con la nariz primero y con las manos después. Desde la rodilla hacia arriba mis dedos trepaban por debajo de la minifalda deteniéndose donde la humedad y la temperatura se concentraban.
Recuerdo su perfume: Chanel No. 5. Su maquillaje era intenso, impecable, pero no recuerdo su rostro. Recuerdo que ella trabajaba en la perfumería y recuerdo su cuerpo recostándose sobre una mesita de productos y yo inclinándome sobre ella, besándola con suavidad mientras su ropa se desvanecía, descubriendo un sexo húmedo que nunca vi, pero penetré suavemente.
Ella gemía ante cada uno de mis movimientos. Sus prendas iban y venían conforme el sueño avanzaba. Mis manos rasgaban la seda en un momento y al otro apretujaban sus nalgas.
Sentía su respiración sobre mi cuello, su boca en mi oído mordisqueando, su lengua buscando el recoveco donde me ganase la partida. Sus bien proporcionados pechos rosaban el mío cuando sus pezones dibujaban su recuerdo en letras de sal.
Su humedad sobre aquella mesita de productos facilitaba el vaivén de su cara al arremeter contra mi miembro y allí, con un arqueo de su espalda supe que el rito cavernoso había terminado.
Desprovisto del adiós y el hasta luego, el sueño despertó en mi una lujuria departamental que eventualmente acabaría dentro de uno los vestidores...