Esta es la historia de dos niñas; dos niñas de mundos completamente diferentes.
Sophie y Ally.
Sophie vivía en una casa enorme, con jardines verdes perfectamente cortados, amplia y con muebles de lujo.
El techo de madera de la casa de Ally parecía que en cualquier momento caería.
Sophie tenía tres perros, dos gatos, cuatro aves, diez peces y, pronto, un hurón.
El oso de peluche desgastado de Ally era todo lo que ella podría soñar.
La familia de Sophie era refinada, educada y formal.
Los padres de Ally rara vez conseguían darse una ducha.
En definitiva, ambas niñas eran de pies a cabeza, diferentes. Pero, lo que tenían en común, era que ambas eran muy inteligentes. Disfrutaban de la lectura, eran muy curiosas, y querían descubrir cada vez más cosas.
Un día, mientras Ally saltaba jugando hacia su casa de vuelta de la escuela, no vio su camino y se topó con un cuerpo parecido al suyo.
―¡Oye, qué te pasa, niña! ¿Qué no ves que estoy usando mi vestido favorito? ¡Lo arrugaste! ―chilló la niña rubia frente a ella, sus ojos azules celestes llenos de furia viendo hacia su dirección.
―Discúlpame ―Ally dijo con voz serena―, pero fuiste tú la de la culpa.
La boca de la desconocida niña se abrió con sorpresa e indignación―. ¿¡Cómo te atreves!? ¿Por qué dices eso?
Ally se encogió de hombros―. Bueno, yo estaba jugando en donde se supone los niños juegan ―señaló un dibujo hecho en tiza en la acera, donde ella antes estaba saltando―. ¿Ves?
La niña se quedó viendo a aquel dibujo con confusión. Siempre veía ese tipo de dibujos en las calles y, cada vez que le preguntaba a su madre sobre la razón de su paradero, su madre respondía con lo mismo: "No te conviene saber. Eso sólo lo hacen los niños sin buena educación."
―¿Eso... eso es para jugar? ―pregunto anonadada, sin poder despegar la vista del dibujo.
―Sí, lo es. ¿No lo sabías? ―la chica rubia dirigió su mirada a la morena, y negó con la cabeza― Si quieres puedo enseñarte. Pero antes, tengo que saber tu nombre para que dejes de ser una desconocida y no desobedezca a mi mamá. Soy Ally. ―la chica ofreció su mano hacia la rubia, la cual la estrechó amistosa.
―Dime Sophie.
La niña de piel morena sonrió y se dirigió hacia el dibujo, para luego enseñarle cómo jugar. Una vez Sophie aprendió, no dejó de saltar de un cuadro a otro, de inventar nuevos retos con Ally, de reír y de disfrutar, por primera vez, de su infancia.
Las niñas, luego de eso, se volvieron las amigas más inseparables alguna vez vistas. Aunque estudiaban en distintos establecimientos, siempre se juntaban en aquella acera que marcó el inicio de lo que sería una amistad perdurable.
Los padres de Ally, aunque ya estaban enterados de la nueva amiga de su hija y estaban felices porque ella era sociable, no pudieron evitar sentirse preocupados al enterarse de la familia de la que provenía la niña. Decidieron entonces, como la mejor opción que pudieron considerar, comentarle eso a la pequeña infanta de nueve años de edad.
―Ally, querida ―llamó su madre desde el comedor―, queremos hablar contigo un minuto. ¿Puedes venir?
Ally dejó su amado oso de peluche en el suelo y obedeció, caminando unos pasos hasta llegar al comedor, donde sus padres la veían con ternura.
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El valor del dinero [OneShot]
Short Story"El dinero tiene un valor en las personas inimaginable." Zara agregó. "Si nos hubiéramos dejado llevar por lo que teníamos o no, seríamos solo dos personas desconocidas; una de ellas con familia, y la otra, con dinero."