Muchos filósofos y científicos han intentado describir al Señor Tiempo, lo es todo a la vez que es nada, es Yin y Yang, es bien y mal, es crear y destruir, es luz y oscuridad, la balanza que decide el futuro. Uno de los dioses supremos que controlan la evolución, el que nos da muerte, el que nos da vida, la presa y el cazador, el destino y la casualidad. El es la primera vez que respiramos y nuestro ultimo aliento.
Pero el no sería nada sin el Señor Espacio, ellos dos luchan continuamente en una batalla que nunca ganará ninguno. Chocan entre ellos pero son incapaces de vivir el uno sin el otro, comparten un destino inseparable del cual nunca van a alejarse, por que eso significaría su final. Don Espacio, es ríos y montañas, mares y playas, animales e incluso nosotros. Es estrellas y galaxias, universos y agujeros de gusano.
Espacio nos crea y Tiempo nos mueve, nunca deberíamos de jugar con ese equilibrio, por que si se altera lo más mínimo uno de ellos el otro puede cambiar de forma voraz y radical el otro. Lo que significaría que si volviésemos al pasado y moviésemos un objeto de lugar o hablásemos con alguien podría hacer que al regresar el presente este ya no fuese el mismo.
Todo se basa en cadenas de acontecimientos, al mover un acontecimiento de su cadena puede hacer que esta se quiebre, lo cual inmediatamente necesita reescribirse y se reemplaza por otra cadena de acontecimientos distinta a la que ya teníamos. Por eso se habla de mundos paralelos y de que constantemente cruzamos de unos a otros sin darnos cuenta.
imaginemos la vida de esta forma: tenemos un vórtice que absorbe todo lo que va hacia el, de el salen hilos infinitos los cuales nuestra vista no alcanza su final, unos se enlazan con otros según Tiempo y Espacio deseen pero hay fragmentos de ellos que pueden quebrarse y si lo hacen, automáticamente se enlazan a otro hilo. Esos hilos somos nosotros, y en nuestras manos está la forma de llegar a ese vórtice.