La prometida del espectro

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El Castillo de Hernswolf, a fines del año 1655, era el centro de la moda y la alegría. El barón del mismo nombre era el más poderoso noble en Alemania, e igualmente celebrado por los logros patrióticos de sus hijos, y la belleza de su única hija. El Estado de Hernswolf, que estaba situado en el centro de la Selva Negra, le había sido otorgado por la nación en reconocimiento a uno de sus ancestros, y pasado de mano en mano con otras posesiones hereditarias a la familia del dueño actual. Era una mansión almenada, de estilo gótico, construida acorde a la moda de la época, en el más grandioso estilo arquitectónico, y consistía principalmente de oscuros corredores ventosos, y habitaciones tapizadas en forma de bóveda, magníficas en su tamaño por cierto, pero que poco satisfacían las necesidades de confort, dada la circunstancia extrema de su lúgubre magnitud. Un oscuro bosquecillo de pinos y fresnos de montaña rodeaban el castillo por todos lados, y proyectaban un aspecto tenebroso alrededor de la escena, la que rara vez era animada por la alegre luz del sol.

Las campanas del Castillo repicaron en un alegre tañido ante la cercanía del crepúsculo invernal, y el guardián se apostó con su séquito en la galería de almenas, para anunciar el arribo de los visitantes que habían sido invitados a compartir las diversiones que reinaban entre las paredes. Lady Clotilda, la única hija del Barón, recién había cumplido sus diecisiete años, y se había invitado a un brillante auditorio para celebrar el cumpleaños. Las grandes habitaciones abovedadas habían sido abiertas para la recepción de los numerosos invitados, y el alborozo de la tarde apenas había comenzado cuando el reloj de la torre comenzó sus repiques con solemnidad inusual, e inmediatamente un forastero alto, vestido con un traje negro, hizo su aparición en el salón de baile. Se inclinó cortésmente a uno y otro lado, pero fue recibido por todos con la más estricta reserva. Nadie sabía quien era ni de donde venía, pero era evidente por su apariencia, que era un noble de primer rango, y aunque su presentación fue aceptada con recelo, fue tratado por todos con respeto. Se dirigió particularmente a la hija del Barón, y era tan inteligente en sus comentarios, tan jovial en sus salidas, y tan fascinante en su discurso, que rápidamente interesó los sentimientos de su joven y sensible oyente. Finalmente, luego de alguna vacilación por parte del anfitrión, quien, con el resto de los visitantes, era incapaz de acercarse al extraño con indiferencia, fue invitado a permanecer unos pocos días en el castillo, invitación que fue alegremente aceptada.

Cuando cundió el silencio de la noche y todos se hubieron retirado a descansar, la monótona y pesada campana se oyó oscilando a uno y otro lado en la torre gris, aunque era apenas un aliento para mover los árboles del bosque. Muchos de los invitados, cuando se encontraron la mañana siguiente en la mesa del desayuno, aseguraron que hubo sonidos de la música más celestial, mientras que la mayoría persistieron en afirmar que habían oído ruidos horribles, provenientes, al parecer, de la habitación ocupada en aquel momento por el extraño. Este pronto hizo, sin embargo, su aparición en el círculo del desayuno, y cuando se hizo alusión a las circunstancias de la noche precedente, una oscura sonrisa de significado inexpresable jugueteó en sus lóbregas facciones. Y luego recayó en una expresión de las más profunda melancolía. Dirigió su conversación principalmente a Clotilda, y cuando habló de los diferentes climas que había visitado, de las soleadas regiones de Italia, donde los simples hálitos de la fragancia de las flores, y la brisa del verano suspiran sobre una tierra de dulces, cuando le habló de esos países deliciosos, donde la sonrisa del día se hunde en la blanda belleza de la noche, y la hermosura del cielo nunca es oscurecida ni por un instante, provocó lágrimas sentimentales en su hermosa oyente, y por primera vez ella lamentó nunca haber salido de su hogar.

Los días se sucedieron, y a cada momento aumentó el fervor de los inexpresables sentimientos que le inspiraba el extraño. El nunca habló de amor, pero se veía en su lenguaje, en sus maneras, en los insinuantes tonos de su voz, en la suavidad de su sonrisa, y cuando comprobó que había tenido éxito en infundir en ella sentimientos favorables, una mueca del más diabólico significado apareció por un instante, y murió luego en su oscuro semblante. Cuando la veía en compañía de sus padres, era al mismo tiempo respetuoso y sumiso, y era únicamente cuando estaba solo con ella, en su paseo a través de los oscuros recovecos del bosque, que asumía el aspecto del más apasionado admirador.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2016 ⏰

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