Todo comenzó un día normal, había quedado con mi mejor amiga para comer, y recuerdo que mencionó que con ella vendrían un par de amigas más. Llegué tarde, como de costumbre, ese es uno de mis defectos. Organizamos la comida en el McDonalds de un centro comercial de Barcelona, nada del otro mundo, simplemente era una comida informal para pasar el rato y divertirnos. Entré, después de llegar tarde tres cuartos de hora y allí estaban ellas, sentadas casi al lado de la entrada posicionadas las tres hacia el cristal para verme en cuanto llegase. Las saludé, dejé mis cosas y me fui rápidamente a por la comida, ya eran las 3 de la tarde y estaba hambriento. Volví a la mesa, me acomodé para comer y al levantar la vista me estabas mirando con esos ojos de caramelo. Yo, timido, me limité a comer y seguir con las bromas que siempre haciamos entre nosotros en el grupo.
Entre risas y carcajadas poco a poco me armaba de valor para mirarte, alguna conexión extraña me unía a ti. Algo pasaba dentro de mi, me asusté por que de repente comencé a sentir algo extraño en el pecho. Mis latidos se aceleraban y palpitaban cada vez con más fuerza, era un nerviosismo, agradable, pero extraño. Cuanto más hablábamos más aumentaba esa sensación en mi, era seductor, pero un rincón de mi corazón lo ocupaba el miedo; miedo a sentir de nuevo, miedo a emprender el vuelo y sin más, volver a caer. Terminamos de comer y decidimos dar un paseo por las tiendas del centro comercial aprovechando de que ese día no había mucha gente. Urgentemente le dije a mi mejor amiga que necesitaba hablar de algo con ella, necesitaba contárselo ya que era demasiado para mi.
Hace tiempo me rompieron el corazón y me acostumbré a estar solo, me sentía como si hubiese estado encerrado en una habitación oscura y de repente se encendiese una vela, vela que me conducía a la puerta de salida de aquel tormento. Me contó que ella también lo pasó mal y que le sorprendió verla tratarme de esa forma, también me dijo que no solía mostrar sus emociones ni ser cariñosa con los demás. Me alegró mucho escuchar eso, saber que no fui solo yo el que sintió esa emoción. Nos reagrupamos con ellas y dejé que mis emociones fluyeran a través de mi cuerpo, de mis palabras, de mis gestos...
Ella era tan bromista como yo, y entre bromas nos comunicábamos. Cualquiera de estas era excusa para mirarnos a los ojos y ver dentro el uno del otro. Un poco más tarde entramos a una tienda de ropa, ellas querían encontrar algún modelito veraniego para lucir estas vacaciones y ella estaba mirando un vestido precioso. Me armé de valor y le dije con confianza;
—¿Por que no te lo pruebas? Seguro que te quedará precioso —asentí con la cabeza y con una sonrisa de oreja a oreja mientras la miraba.
—Tampoco soy tan guapa, pero muchas gracias —dijo modesta y tímida mientras comenzaba a ponerse roja.
—Para mi lo eres ¿No te basta con eso? —le dije seguro de mi mismo poniendo toda mi confianza en ello.
Precisamente llegó mi mejor amiga por detrás, quería enseñarnos una camiseta y pedirnos opinión sobre si le quedaría bien. Y ni corta ni perezosa le preguntó:
—¿Por que estás tan roja? ¿Te encuentras bien? —cuestionó siendo totalmente consciente de lo que pasaba poniendo una pícara sonrisa.
Antes de que respondiese, me había dado cuenta de que no era capaz de contestar estando tan cohibida en esa situación. Así que simplemente le agarré la mano, la atraje hacia mi, la abracé y le susurré al oído:
—Tranquila, no hace falta que respondas —Dije desde lo más profundo de mi corazón y continué—, solo con tu forma de mirarme y sonreírme ya me has dicho muchísimo.
Me volvió a mirar, esta vez con mucha más ternura y acaricié su rostro con toda mi devoción por ella. Aquel día mi auténtico yo volvió a despertar, pensé no sería capaz de volver a sentirme de esa forma, pero aprendí que nunca hay que decir nunca y que hemos de valorar lo que tenemos y cuidarlo lo mejor posible.