La Salvación de Ulises

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Cuando Ulises Calvo, tras meses de larga agonía, dejó de existir en el mundo mortal, su alma ascendió al más allá, como suele ocurrir con todos los hijos de Dios, quieran ellos o no.

Con asombro, contempló las nubes espesas que revestían el paisaje, iluminado por astros gigantes, desconocidos en la tierra de los vivos, que transmitían una indescriptible sensación de paz a los recién llegados. A lo lejos, divisó un inmenso portón de oro, con los más bellos grabados jamás vistos por el hombre.

<<Justo como lo imaginé>> pensó Ulises, mientras se aproximaba a la entrada del reino de los cielos. Allí, un hombre mayor, con largos cabellos y traje anticuado, le esperaba con una mirada serena y amable.

-Bienvenido hermano. –Le saludó aquel hombre, sonriendo levemente.

-Buen día, señor. –respondió, el recién fallecido, con solemnidad. –Usted es San Pedro ¿Cierto? El de las llaves.

El santo, cansado de que en los tiempos modernos, las personas le conocieran más por ser el portero de los cielos, que por el resto de su impecable trayectoria, lanzó una sonrisa forzada. –Algo así, hermano. –Respondió. -También soy el primer Papa y el humilde apóstol de Cristo, nuestro señor.

-Sí, sí, por supuesto.

-Bueno Ulises, supongo que después de tanta agonía querrás descansar. Así que te abro las puertas del cielo. ¡Feliz vida eterna!

-¿Qué? Pero, no es posible, señor. –Replicó Ulises. - Yo he pecado mucho en vida.

-Lo sé, hermano, pero durante tu enfermedad, te dedicaste a buscar a Dios y encontraste su gracia.

-Sí, pero yo tuve muchos malos pensamientos, hasta deseé la muerte una vez... También le fui infiel a mi mujer y... bueno, hice otras cosas, que no quisiera discutir ahora. El hecho es que, no estoy seguro de poder entrar aquí.

-Ulises, llevo siglos en este trabajo ¿Crees que no sabría si debes entrar o no?

-Sí señor, pero un error lo comete cualquiera. Le ruego que revise una vez más su lista, por favor. No quisiera tener problemas con nuestro padre.

-No tengo una lista. –dijo Pedro, intentando no perder la paciencia. –Tienes que confiar en lo que te digo.

-¿Cómo que no tiene una lista? ¿Está seguro? Porque creo que aquí hay una irregularidad y comprenderá que por honor, no aceptaré un privilegio que no me he ganado.

-Estoy seguro de lo que digo. Te has ganado el cielo y ahora debes entrar. –Afirmó el santo, una vez más.

Ulises quedó pensativo. Durante el tiempo de su enfermedad, había pasado muchas horas preparándose para el castigo que merecía, pues, aunque había buscado a Dios, no había logrado arrepentirse de sus pecados, y según las lecturas, ese era un serio impedimento para tener la ansiada salvación.

-Ulises. –dijo Pedro, sacando de sus reflexiones al hombre, que cada vez estaba más confundido. –Debes entrar ya.

Pero Ulises, se negó una vez más, y frunciendo el entrecejo, para hacer notar la seriedad de su conflicto, exigió lo único que podría hacerle cambiar de parecer. –Necesito hablar con su superior.

-¿Cómo dices? –preguntó el santo, sin dar crédito a lo que oía.

-Lo que escuchó, caballero. No ingresaré a ningún sitio, sin que un superior suyo me certifique la legalidad de su veredicto.

-Pero... ¿Te has vuelto loco, hombre? ¿Cómo puedes dudar de mi palabra?

-Un superior suyo, señor. –Insistió Ulises. –Es lo único que pido para descansar en paz.

La Salvación de Ulises (Cuento Breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora