El móvil de Van vibró. Lo rescató de su bolsillo y revisó sus mensajes.
La única persona que podía hablarle era su madre, eso seguro. ¿Quién más se molestaría?
Decía lo siguiente : Volveré a casa tarde.¿Estás allí?. Completamente predecible. Él respondió que no, porque supuestamente iba a ir al médico por la herida de su espalda. Lo cierto era que prefería no volver a ver un ser humano en lo que quedaba de tarde y haría lo posible por evitarlo. ¿Cómo? En su cuarto solo cabía él.
Cuando entró en casa, vacilante, se encontró un ramo de flores que reposaba sobre la mesita de la entrada, cortesía de su padre. Sabía que era suyo por la inconfundible y cortés tarjeta que vendían en su empresa, que solía acompañar sus regalos. Siendo justos, ¿quién más querría trato con su madre? Sonaba cruel, pero era cierto. Cualquiera que la conociera lo sabría. Aún así, Danniel como pretendiente dejaba mucho que desear. La última vez que se dignó a aparecer por casa, formalmente, claro, Van empezaba primaria. El regalo era como una disculpa que no le iba a llegar a nadie, una manera del ex marido Klassen de hacerse la víctima e intentar granjearse perdón, inspirando pena.
Una vez el asunto del ramo dejó de tener importancia y se convirtió en un mero recuerdo más de los patéticos, las cosas por su nombre, intentos de su padre, fue a tumbarse en el sillón. Estaba el vestido tan caro que Danniel dejó una vez en la recepción de la sede principal del trabajo de Ada. Luego estaban los collares, el resto de ramos con sus flores favoritas, que con los años iban cambiando, y ese viaje a Cancún que Ada rechazó con su respectivas entradas del vuelo e incluso el hotel reservado . El problema de la insistencia no era totalmente culpa de Danniel. Van sabía de sobra que su madre era volátil y le daba esperanzas según el día que hubiera tenido o la temporada. A veces era ella quien le había buscado o tratado de reconquistar, y era complicado determinar qué quería de él o a que jugaba.Van descansó unos minutos, sintiendose agotado, hasta que contra todo pronóstico, se abrió la puerta. Se asustó con la imagen mental que se le formó de un ladrón, violento y robusto. Nunca se había visto en esa situación y en ningún caso deseaba verse ahora. Él no era como esos vecinos que se jactan de haberle tendido una emboscada al asaltante con sus propias manos y sonreían triunfales en la portada del periódico o en la televisión. No sabía artes marciales ni tenía excesiva fuerza física, y menos aún ingenio suficiente en circunstancias de necesidad. Se imaginaba siendo atacado con facilidad, decepcionando al ladrón y sin ser capaz de oponer mucha resistencia.
Corrió a esconderse en la cocina, su refugio habitual, en los segundos que le concedió la tardanza del intruso. Era grande y luminosa, cara, como todo lo que salía últimamente del bolsillo de Ada. Nada podía salir mal cuando estaba allí. No obstante, reconoció la voz del invasor.
-Van, tesoro, ¿estás ahí?-el aludido no se movió. ¡Qué cara más dura, usar palabras amables después de ir dando semejantes sustos! Al no obtener respuesta, Ada avanzó por el pasillo.Eso demostraba que su madre no solo le había mentido- Van aun quería creer que ella estaba allí por una emergencia o un malentendido,y no porque quisiera ocultar nada- sino que quería asegurarse de estar sola. Debió de ver las flores- claveles blancos-, porque profirió un grito y los arrancó de cuajo de su envoltorio.Los estrujó entre los dedos y partió el tallo de un mordisco. Se fue de allí con ello todavía en la mano, blandidos con rabia.
Entró en la única habitación paralela a la cocina: su despacho, como si supiera que estaba siendo observada. Se tomó la libertad de dejar la puerta abierta, con toda la parsimonia del mundo. Van la vio sacar una cajita de un estante, abrirla e ingerir una pastilla. Después, ella gritó. No un grito normal de rabia, sino un chillido histérico en el que descargó todo lo que la carcomía y la estresaba.La pastilla no tenía pinta de ser ningún medicamento. Al rato una expresión de éxtasis e iluminación, tan repentina como preocupante y se chocó contra un mueble desde su ciego. La esquina de este fue lo bastante afilada para hundirse momentáneamente en su carne y crear un hilillo de sangre. Ella no pareció percatarse, o bien le dio exactamente igual. Van se estaba debatiendo en si acudir a ayudarla, asustado, cuando se escuchó otro golpe, claramente identificable. Un plato cuyos restos volaron en todas direcciones. Ada se desplazó y ya pudo verla lanzar el segundo. Recordó la vajilla que decoraba la habitación, concentrada en un solo mueble de puertas de cristal. Salió malparado el marco de un cuadro que estaba cerca. Después, Ada acertó certeramente en la ventana. Por cada lanzamiento descargaba un grito, como si jugase al tennis. ¡No quiero tus estúpidas flores, imbécil!, ¿quién te crees que eres?, ¡déjame vivir!, ¡voy a matarte!
Cuando terminó, con las uñas ensangrentadas como si tal cosa, recogió las esquirlas de cristal y cerámica que habían saltado a sus pies y se dio cuenta de algo. Algunos fragmentos le habían alcanzado en los ojos. Corría sangre por toda su mejilla izquierda y parte de la derecha. A esas alturas Van ya estaba asomado al marco de la puerta de la cocina, muerto de preocupación.
Ada se giró en su dirección, sonriendo, aún bajo los efectos de lo que fuera que se dedicaba a consumir a hurtadillas. Era consciente de que la habían cazado pero no parecía preocuparle. Reaccionaba a cámara lenta, como Neil Armstrong por la Luna.
-¿V-van?¿Cuanto tiempo llevas ahí, cariño?-ni siquiera podía verle con claridad, pero evidentemente, era él, ¿quién sino? Frunció el ceño, tratando de enfocar a su hijo, solo llegando a ver una forma sin nitidez, parada en el pasillo. Su visión acababa de ser dañaba irreparablemente.
-No me llames así -respondió Van, de golpe enfadado- ¿Qué cojones, mamá?Fue la primera vez en su vida que vio a su madre realmente afectada por sus palabras. Ella se desplomó de rodillas. Lloraba sangre. Van tuvo que telefonear a urgencias, a pesar de su pánico a las llamadas telefónicas y a la incómoda situación que suponían. Nadie iba a hacerlo por él, esta vez no.
Fue un día fúnebre.Les dijeron que la herida de la cabeza de Ada, aunque pintase mal, no era lo peor. Una enfermera anunció en nombre del médico, que su vista no volvería a ser la misma, y miró a Ada, con tristeza. La operarían un día después, una vez se hubo resuelto porqué rayos la paciente tenía incrustrado cristal. A Van le costó narrar la historia de la forma más lógica posible, con el presentimiento de que no sería verosímil, aunque los médicos se mostraran amables. Fue una intervención complicada, le avisaron, que precedió a informes psiquiátricos, pastillas recetadas y un permanente seguimiento psicológico de su madre.
Durante su semana de reposo, ella no quiso ver a nadie, ni siquiera a su único hijo. No dio una sola explicación a nadie, orgullosa, y abandonó el hospital con la cabeza muy alta. Aun cuando regresó a su rutina, dentro de la normalidad posible a la que tendría que adaptarse, tampoco le entusiasmó mucho ver a Van.
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Butterfly {El Chico De Cristal}
Ficção Adolescente¿Cuántas páginas harán falta para saber que, pese a la inegable y relativa fragilidad humana, ni siquiera en el más profundo recodo de nuestra esencia estamos hechos de cristal? No eres irreparable. Reconstrúyete. Reinvéntate. Renace las veces que...