Capítulo 1

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Cuando Phoebe vio su taller siendo clausurado por las autoridades, sintió que una tímida lágrima rodaba por su blanca mejilla.

Solo Dios sabía lo que había sufrido para poder abrir ese local y sacarlo adelante con los pocos recursos con los que había comenzado.

Cuando clavaron el último clavo en la madera de la puerta, ella apartó la mirada. Su prima Greer, ahora princesa de Llanmair, se lo advirtió una y mil veces. Ella era la mayor por dos años, y llevaba casada con Rhoderick desde hacía tres años, año y medio después de Ava. Ahora, la preciosa Cristine, de cinco años, estaba comenzando a demostrar gran talento para la ópera, y su prima y su cuñado habían comenzado a instruirla con clases de música generales. Sin embargo, el hijo de Greer, Anthon, de cuatro años, comenzaba a demostrar gran valía en las matemáticas. Era bastante listo, y muy culto y preguntón.

Su prima se lo advirtió. Le dijo que no jugara a ser la reina entre los clientes, alguna vez podría enfadarlos y provocarlos. Y de mala gana la escuchó un par de veces. Se suponía que era Phoebe la que daba regañinas y consejos, no su prima, de la que había cuidado desde siempre. Pero ahí estaba. Había perdido su taller, lo único que la mantenía a flote después de que su prometido la abandonara, había perdido su licencia de venta y negocio, había perdido su casa, había perdido sus ganancias extras de durante un año, porque uno de sus clientes se obsesionó con ella y, al no poder tenerla, la hundió en la miseria.

Pero aún conservaba su dignidad, su terquedad y su cultura, por lo que no tendría que ir a parar muy lejos para conseguir un trabajo decente como modista o como criada. Había sido así desde el nacimiento de Cristine, cuando decidió que no sería una carga para su familia. Sería una solterona, sí, pero sería independiente y se mantendría. A sus 26 años, había tenido pretendientes, pero no pretendientes que de verdad se preocuparan por su cerebro, sino, por mantener las apariencias. Y eso, solo hasta que conoció a su ex-prometido, que la engatusó y luego se marchó.

Ese era uno de los muchos dones de Phoebe. Sabía leer los más profundos sentimientos de una persona, por muy cuidadosa que fuera en ocultarlos, pero no se podía vivir de aquello.

Recordó el día en que consiguió el local. Se alegró tanto que invitó a su hermana y a su prima, junto con sus esposos e hijos, a la inauguración. Ava se encargó de difundir la apertura en las reuniones sociales, y Greer ayudó unos meses en el almacén de telas, cosiendo con ella, limpiando e incluso ayudándola a los acabados de los vestidos y trajes hechos a medida.

Pero ahora lo estaban cerrando todo. No podría recuperarlo. Se secó el recorrido de la lágrima de un manotazo y se juró a sí misma que conseguiría salir adelante sin la ayuda de sus amigos y familiares. Porque sí, tenía una amiga, Millisent. Ella también estaba casada, y hacía mucho que no la veía, pero sí que eran verdaderas amigas. Tenía un hijo de quince años que estaba estudiando abogacía, como su padre. Le apasionaba ese trabajo, y más de una vez la pidió que le ayudara a estudiar. Ella le hacía preguntas y él respondía, si fallaba, tenía que comprarla dulces, si conseguía hacer una lección bien, ella le daba las golosinas.

Cogió su maleta, la única que poseía, y comenzó a caminar por las calles de Londres hasta llegar al barrio de alta sociedad. Vio unos pocos carteles colgados en las farolas, los leyó y se encaminó a buscar la dirección que señalaba la misiva.

Pocos minutos después de una exhaustiva búsqueda, encontró la calle que ponía en el papel. Estaba todo lleno de mujeres. De todas las edades, pero continuó buscando el número 27. Apenas pasaron unos segundos mirando las señales de la calle cuando vio el número 27 de Enderny Park. Era una casa en la esquina, rodeada de un pequeño jardín delantero cargado de algunas flores, en las que predominaban rosas.

Sus favoritas... se encaminó a paso rápido pero elegante hacia la verja de la casa, en la que pudo ver que salía una mujer furiosa. De poco más de treinta años, alta, rubia pajiza y de cargadas curvas. Pero no se detuvo al ver su expresión. Parecía que acabara de fallar en una empresa, quizás buscaba el mismo trabajo que Phoebe y la rechazaron o la acabaran de despedir, o fuera una de las señoras de la casa...

Phoebe comenzó a hacerse mil y un historias en su cabeza hasta que decidió que no pensaría en eso. Simplemente, era cosa de hacerlo bien y conseguir salir adelante si la rechazaban.

Se aproximó a la puerta y llamó al timbre para arreglarse el vestuario rápidamente, al menos debía estar presentable. Cuando la puerta se abrió, una mujer algo entrada en años, rechoncha, de ojos castaños y blanco pelo, abrió la puerta con cara de pocos amigos:

—Hemos dicho que hoy no la... — la mujer se detuvo al ver a Phoebe en la puerta. No era normal que una mujer como ella estuviera frente a la puerta de la enorme casa. Tan natural, tan bella, y parecía inteligente — responderemos —finalizó — Lamento haberla hablado así — dijo arrepentida y bajando a la cabeza. Si su señor se enteraba, posiblemente la reprendiera con severidad, y no odiaba más que su jefe la llamara la atención. Pero solo recibió una sonrisa amable de aquella muchacha.

—No se preocupe, aunque he de admitir, que nunca me habían recibido con tal temperamento desde que llegué una hora tarde a la cena de mi prima — respondió sincera, lo que hizo que el ama de llaves sonriera y se relajara — Vengo por el anuncio de trabajo — dijo extendiendo el papel hacia la anciana — Oh, discúlpeme, no me he presentado. Me llamo Phoebe Authbrey. Un placer.

—Yo soy Winnifred, pero llámame Win o Winny — ambas estrecharon manos y Winny la permitió pasar al vestíbulo, donde la ayudó dejando la maleta en una esquina junto a los paraguas, la quitó la capa y el sombrero y se los llevó al guardarropa — Si espera unos minutos en el salón rojo... avisaré al señor — Phoebe asintió con la misma sonrisa sincera y esperó en la salita roja, donde Winny la había pedido que esperara.

Apenas pasaron diez minutos cuando un hombre apareció en la sala. Este tenía los hombros anchos, barba de unos días, era alto, moreno, de unos ojos verdes intenso, nariz recta, mentón algo cuadrado y labios carnosos, pero rosados. Phoebe se levantó y caminó con lentitud a la puerta, al igual que el hombre hacia ella. Estrecharon las manos y se quedaron unos instantes mirándose a los ojos:

—Madame Deer o señorita Authbrey — se presentó sin apartar la mirada.

—Percy Hyder, o mejor conocido como el conde de Summerfield. — cuando Phoebe pensó que iba a soltar su mano, él besó su dorso sin apartar su verde mirada de ella.

Un gesto galante, sin dudarlo, pero creía que el conde de Summerfield estaba comenzando a coquetearla, algo que no la iría muy bien en el caso de que consiguiera el empleo.

La ModistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora