Capítulo 2

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El conde de Summerfield se levantó de su silla aburrido de tantas entrevistas a mujeres que solo iban a coquetear con él. Y algunas seguramente tenían la esperanza de que el conde se casaría con ellas. Pero no, Percy no era así. Era un picaflor, un don Juan, un mujeriego. Nunca se entregaría a una sola mujer en el caso de que estuviera en su mano poder elegir casarse.

Esos eran sus pensamientos hasta que Winny entró en su despacho con una enorme sonrisa de oreja a oreja, casi saltando de la alegría que le produjo encontrarse a tal jovencita en la puerta.

Winny le obligó a recolocarse la corbata, a asearse el pelo despeinado y a dejar la copa de whisky que recién se había servido. La última mujer que lo había visitado en busca del empleo, se había tomado demasiadas libertades.

—Si es otra mujer que busca el empleo dile que continuaremos mañana — le dijo acomodándose en el silloncito de cuero de su escritorio.

—Señor, si despide a esta chica, se arrepentirá el resto de su vida — le reprendió obligándole a levantarse.

A veces era increíble cómo Winny le obligaba a hacer algunas cosas. ¡Él era el jefe! ¡Él daba las órdenes! Pero se dejaba manipular por aquella mujer y sus hermanas porque la quería como si fuera su madre. En verdad, era como su madre, ella le había criado y el resultado era aquel.

Se levantó con desgana y se dirigió al saloncito rojo, donde dijo Winny que estaría. Lo que no esperaba encontrarse era a aquella mujer de cabello castaño y ojos verde bosque. Apenas pudo apartar los ojos de ella durante su breve presentación, no podía. Era hermosa, su forma de hablar cortés y elegante, pero algo en su interior le decía que no se fiara de ella, que le traería muchos problemas:

—Pasemos a mi despacho y hablaremos más tranquilos — ella asintió con una sonrisa sincera y se encaminó hacia el despacho del conde.

Éste se encontraba en un pasillo detrás de las escaleras, escondido entre algunos cuadros y diferentes puertas en distintos colores.

Phoebe siguió al conde durante su corta travesía hasta el despacho masculino, donde reinaba el negro y el azul marino. Había varios cuadros colgados en las paredes, un enorme escritorio con papeles ordenados, unos tinteros, las plumas, la arenilla, algunos sellos y un papel a medio doblar. Dos sillas de madera tapizadas de color azul con un bonito bordado blanco se situaban frente a la mesa. Un armario para guardar los licores con sus respectivos vasos, un ventanal que ocupaba media pared, unas cortinas oscuras y una enorme chimenea. Toda la habitación emanaba la palabra «hombre». Phoebe se sentó donde el conde la indicó, él lo hizo tras el escritorio.

Se sentó, miró la copa de whisky y se la bebió de un trago, lo que hizo que la castaña abriera los ojos como platos. El licor comenzaba a quemarle la garganta por la rapidez con la que había bebido, hasta que vio cómo la señorita Authbrey esperaba con impaciencia a que terminara de hacer lo que quisiera que estuviera haciendo para poder hablar.

Cuando ya el escozor de su garganta finalizó, él la miró a los ojos, carraspeó y abrió la boca para comenzar a hablar:

—Dígame, madame Deer, ¿qué es lo que busca una dama como usted en un sitio como este? Aunque me apuesto lo que sea a que está en busca de un empleo — dijo cruzando las manos delante de él.

Aquel tono que utilizó la hizo querer retroceder en su propósito, pero recordó que no estaba en condiciones para negarle nada a nadie si tenía la oportunidad de ganar dinero de forma honrada. Eso la hizo molestarse, pero recobró la compostura y alzó el mentón de forma desafiante:

—No se equivoca, milord, he visto el anuncio a un par de calles de aquí, y estoy interesada — explicó — Si me permite el atrevimiento, ¿cómo es que un conde como usted no tiene varias modistas mas elegantes que yo en la puerta? ¿Tan desesperado está? — el tono de su voz invitó a Percy a enfurecer, pero se guardó su contestación.

—Mi anterior modista tuvo que abandonar Londres por cuestiones de salud, ya sabe, el aire contaminado de Londres no es bueno para una anciana — dijo con una lacónica sonrisa — Me urge prisa encontrar una modista o una sirvienta que sepa coser porque dentro de unos días mis hermanas y yo nos marcharemos a mi casa de campo, ya que la Temporada de primavera ha pasado, además, necesito a alguien que cuide a mi pequeña Belladona, por eso necesito a alguien que haga multitarea — dijo levantándose.

Estaba claro que ella no había comenzado con un buen pie. Había fastidiado todo por su curiosidad y su atrevimiento, y estaba dispuesta a intentar arreglarlo cuando de repente se abrió la puerta del despacho, dejando entrar a una pequeña de no más de seis o siete años, de pelo rubio, ojos azules y piel pálida. Corrió riendo por todo el despacho perseguida por un pastor alemán hasta que llegó a los brazos del conde de Summerfield:

—Percy, Abel me está persiguiendo — dijo con fluidez.

—Sabe que eres su dueña, por eso te sigue — dijo acomodándola en su regazo.

Y la niña se fijó en ella. Phoebe sonrió y fijó la mirada en el canino, que tenía la lengua fuera y jadeaba hasta sentarse en sus traseras y ponerse firme.

—Mi hermana menor, Belladona, o Bella o Dona — la besó la cabeza y volvió a mirar a Phoebe — Ella es Madame Deer, estábamos en una reunión Bella, sal y luego hablamos.

—¿Es usted modista? — ella asintió con su sonrisa de siempre — ¿Va a ser nuestra modista, madame Deer?

Phoebe se sonrojó, pero no dijo nada. Percy apenas pudo formular palabra cuando ella se sonrojó. Bajó a Belladona al suelo y espero a que saliera, pero no lo hizo, se quedó frente a él y cruzó los brazos sobre su pecho:

—Quiero que ella sea nuestra modista — dijo con la típica rabieta infantil.

—Pues yo no — la voz de otra niña de un poco más de edad les hizo volver la cabeza a todos.

—¿Por qué no, Angy? ¿Quieres que sea como madame Boudrois?

—No, solo quiero que no le saque la fortuna a mi hermano. Ya muchas lo han intentado, a usted no le servirá, seguro que es una sacacuartos — dijo brusca entrando a la habitación.

—Angy, ese no es un lenguaje adecuado para una dama — la contradijo otra rubia entrando a la habitación con tres libros en las manos — Lamento haberte interrumpido, Percy, pero Angy y Bella se me escaparon de la clase de matemáticas. — dijo haciendo un intento de agarre hacia sus hermanas pequeñas.

—¿Me permite un momento? — preguntó Phoebe levantándose y dirigiéndose hacia la rubia alta que aún poseía sus libros — Su corte está pasado en el escote. Necesitaría algo parecido a esto — cogió unas tijeras que tenía en el bolsillo e hizo unos cortes a las telas que tapaban en pecho en exceso y unos encajes que apenas pintaban algo en el vestido. Cuando finalizó, la muchacha se miró en un pequeño espejo que había en el pasillo y abrió la boca de la sorpresa.

Ahora parecía más natural. No se tapaba ni mostraba nada en exceso, estaba hermosa. Volvió al despacho y abrazó a Phoebe, que sonreía. Bella tiró de su falda y la mostró una manga demasiado larga para ser primavera.

—Quiero que sea nuestra modista.

—Ni de broma — dijo Angy volviéndose a cruzar de brazos, enfadada.

—Percy, ¿tú qué opinas? — preguntó la rubia.

El joven conde observó a la mujer que tenía frente a él. La estudió con meticulosidad y dejó caer los brazos al levantarse.

—Winny le enseñará sus habitaciones. Mientras tanto, ellas son mis hermanas menores: Celine, Angelica y Belladona.

—Un placer conocerlas — hizo una pequeña reverencia y guardó sus tijeras — Llámenme madame Deer o señorita Authbrey.

—Igualmente — todas se saludaron con un beso en la mejilla, aunque Angy lo hizo de muy mala gana. Cuando se terminaron las presentaciones Celine se llevó a sus hermanas para las lecciones con su institutriz.

—Supongo que deberá ponerse a trabajar. Dentro de dos días partiremos — Phoebe asintió y salió del cuarto cuando él la dio permiso. La señora Winnifred le enseñó su habitación personal y se fijó que en ella había un escritorio largo, preparado para la costura. Debió de ser de la anterior modista.

Y supo entonces que ella debía comenzar a actuar para ganarse el sueldo. De la maleta sacó sus patrones, su metro de costura, alfileres e hilo y su dedal. La máquina de coser la tenía en el taller, por lo que tendría que mandar ir a por ella por la tarde para poder comenzar cuanto antes.

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