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— ¡Espera!, ¡María!... —habían salido ya de clases, estaba siguiendo a María porque no habían quedado en nada relacionado con las clases de apoyo, ella iba un poco apurada y tenía puestos los auriculares, por lo que él estaba corriendo tras ella

— María, María, por fin te alcanzé —tenía la respiración agitada así que se inclinó un poco para recobrar el oxígeno, cuando sintió sus pulmones llenos habló— No me has dicho nada acerca de las clases, supongo que cuanto antes mejor, y creo que deberíamos o mejor dicho deberías decidir el lugar y las horas que te vengan bien.

Ella le miraba fijamente, no sabía qué decir, supuso que el se encargaría de todo, estaba tan acostumbrada a que la gente decidiera por ella que no se molestaba en opinar.

— Si no quieres darme las clases lo entiendo ¿eh? No te preocupes ya buscaré a otro, de todos modos gracias, hasta luego —la sonrío tímidamente y se dio la vuelta en un intento de irse por donde había venido.

— ¡No!, digo sí. Sí,... Te daré las clases, lo siento, no sabía que teníamos que empezar hoy. ¿Te parece en mi casa a las cuatro? —tenía la vista pegada al suelo, no le quería mirar a la cara, más por miedo a ponerse más nerviosa de lo que ya estaba

— ¿No puede ser ahora? así terminamos más temprano y tendrás el resto del día para ti, digo, si puedes claro

— Claro, ¿por qué mejor no te vienes con nosotros y así empezamos? —él asintió con la cabeza, ella comenzó a caminar en dirección al coche y él iba tras ella en silencio.

Cuando llegaron a la casa se sentaron bajo el porche que había en uno de los jardines, ella ya se había cambiado el uniforme pero él seguía llevando el suyo.

— Bueno.... No sé, es la primera vez que hago esto así que dudo que lo vaya a hacer bien, de todos modos lo intentaré...

— Lo intentaremos —la cortó— ¿Sabes? Esta no es la primera vez que tomo clases  de apoyo, pero sé que no será lo mismo, ya que nunca me ha tocado tener a una chica siendo la profe de apoyo.

— Eso ha sonado machista —dijo ella frunciendo el entrecejo, el sonrió al ver su expresión y negó con la cabeza

— Para nada, lo que digo es que no sé cómo serán las clase, pero bueno eso es lo que vamos ha saber ahora. Pasemos a tomar las clases señora profesora María —sonrió por la manera en la que había sonado todo eso junto.

— Sí, claro, tienes razón. Empecemos, y prefiero que me llames María o Ana, o las dos cosas, no sé pero no me llames profesora por favor. —tenía la mirada gacha. Suspiró liberando el oxígeno que tenía retenido en los pulmones debido a los nervios que tenía.— Bueno, en primer lugar decirte que usaremos este libro —le dijo mostrándole un libro— no es el mismo que usamos en clases pero es un buen libro, ¿quieres que repasemos todo en general? o sólo lo que no entiendes —era la primera vez que lo miraba a los ojos directamente, se olvidó de pestañear porque se había perdido en sus ojos, los tenía de un color negro, un negro que la transmitía tanta paz que ella no se lo creía— ¿Eeh? —se sobresaltó cuando se dio cuenta que él la había estado hablando y ella no le había estado escuchando porque estaba perdida en su mirada. Sintió una vergüenza horrible— Perdón, ¿puedes repetir?

— Decía que prefiero que estudiemos las matemáticas de forma general

— Eeh... sí, empezaremos con los número Enteros, el conjunto de esos números se forman por enteros positivos y enteros negativos...  [...]

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De la nada empezó a sonar un teléfono, supuso que era el suyo porque ella no tenía.— Perdón, tengo que contestar es mi madre —acto seguido se levantó, se alejó un poco de ella y descolgó la llamada. Mientras él hablaba por teléfono ella le miraba detenidamente, sus gestos, sus movimientos, todo, no sabía que la pasaba con ese chico pero no le podía dejar de mirar, era como si él fuera un imán y ella un metal.
Cuando él dejó de hablar ella aparto la mirada rápidamente prestándole de nuevo la atención al ejercicio que estaba resolviendo.

— Me tengo que ir, perdón, se me olvidó que tenía que salir con mi madre después de clases. No te molesta ¿verdad?

— No, no pasa nada. Ya seguiremos en otro día.

— Gracias, eres la mejor —sintió un cosquilleo en el estómago cuando él pronunció esas palabras. Pero se sintió algo decepcionada cuando se dio cuenta que no lo había dicho en el sentido en el que ella creyó.

Cuando él se fue ella se quedó sola, sentía un vacío, la verdad era que se lo había pasado muy bien. Se suponía que sólo iban a ser clases particulares de matemáticas pero contando con todas las risas que había soltado parecía que era una sesión de risoterapia, Roberto era muy encantador, muy buena persona.

Estaba tumbada sobre su cama mirando el techo, necesitaba un teléfono, quizás así podría hablar con Roberto seguidamente y no aburrirse como siempre o estar en su burbuja todo el rato.
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— Buenos días profesora María

Sonrió al escuchar esa voz— Buenos días Roberto y no me llames profesora María —tenía una sonrisa estúpida en el rostro de tan sólo verlo.

— ¿Por qué no si lo eres? —estaban en los pasillos del colegio dirigiéndose a su clase

— Déjalo, no sé ni por qué insisto —se río

Cuando llegaron a la clase cada uno se sentó a en su sitio y no hablaron más porque sonó el timbre y comenzó la rutina.
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— ¿Hoy a qué hora?

— ¿Ahora te parece bien?

— Ya sé, ¿por qué mejor no quedamos en mi casa? —ella abrió los ojos demasiado, nunca nadie la había invitado a su casa y menos un chico.

Lo meditó un poco y aceptó, sabía que eso la traería consecuencias malas con su tía pero en ese momento no quiso pensar en nada que la arruinara el momento.

— Bien vamos.

— Vamos.

El Sonido Del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora