Como siempre, allí se encontraba él, sosteniendo con su mano derecha una botella de whisky a medio beber. La otra mitad de la botella ya reposaba en su estómago.
No se movía.
Pensaba, recordaba, sentía aquella noche. La noche en la cual su vida se fue a la mierda.
Llevó la boca de la botella a sus labios y bebió un trago. Luego otro, y otro más. Cuando la botella estuvo completamente vacía la tiró al suelo, junto a sus numerosas compañeras que ya llevaban allí algo de tiempo.
Inconscientemente tomó otra de las botellas que tenía en la mesita de su izquierda, la abrió y volvió a tomar otro trago. Seguía pensando. Él ya pertenecía a otro mundo.
Era una noche de verano perfecta, no estaba el calor agobiante del día y el aire fresco era agradable. Esto hacía que la pareja de 20 años se sintiesen completamente libres. Acababan de salir de una fiesta. Una fiesta cualquiera, organizada por el amigo de un amigo suyo. El alcohol se sentía por todos lados, tanto en las mesas donde se servía como en el aliento de los presentes.
Siguió bebiendo, siguió pensando, como en un trance, como un hábito más del día a día.
Los dos reían, se lo habían pasado genial. Bailaron, bebieron, volvieron a bailar, se devoraron a besos.
Le empezaron a escocer los ojos. Para calmarse, volvió a tomar un nuevo trago.
Al fin llegaron a su coche. Él se puso al volante, ella a su lado. Se besaron de nuevo y mientras reían, él arrancó el coche. Ella no vivía lejos del lugar de la fiesta, pero decidieron irse por otro lado, escaparse; no querían tener problemas con los padres de ella. Fueron hacia la montaña, donde usualmente pasaban el fin de semana juntos en la casita de guardabosques abandonada al lado del lago.
Cerró su puño libre, intentando evitar sus repentinas ganas de pegarse un puñetazo o de terminar con sus días. Siempre se preguntaba en qué estaba pensando cuando decidió irse a aquella casita.
La ruta montañosa para llegar a la antigua cabaña de guardabosques no era difícil de recorrer. Unas pocas curvas de las que preocuparse realmente. Obviamente, los dos jóvenes se encontraban borrachos como una cuba y no sentían el peligro que les acechaba. Vivían en un mundo en el cual eran invencibles, en el cual era imposible sucumbir ante ningún obstáculo.
Volvió a cerrar los ojos, permitiendo que las lágrimas que se asomaban por sus ojos pudiesen al fin rodar tranquilamente a lo largo de sus mejillas.
Él iba conduciendo mientras le contaba a ella una anécdota que había vivido con sus amigos el verano anterior, en aquella fiesta donde celebraban el haberse graduado tras un largo año de mucho esfuerzo. Iba tan ensimismado en su historia que se olvidó por completo dónde se encontraba y el peligro que había el recorrer una ruta montañosa durante la noche y estando borracho.
Mientras volvía a tomar otro trago, rememoró el choque contra la barrera de seguridad y la terrible sensación de volar. Rememoró aquella caída que parecía eterna pero que terminó súbitamente, sumiéndolos a los dos en un vacío oscuro.
No podía abrir del todo sus ojos. No sabía dónde se encontraba, todo estaba oscuro. Escuchó un fuerte rugido que le taladró la cabeza y dejó escapar un gemido, o eso le pareció a él. Escuchó cómo el rugido se acercaba y se posaba en algún lugar de su derecha.
Se llevó la mano a sus sienes, como si volviesen a taladrarle el cerebro con ese estruendoso sonido.
Sentía que unas manos le tocaban la cara, le abrían los ojos y por un momento lo vio todo blanco, antes de volverse a sumir en esa oscuridad de la que empezaba a acostumbrarse. Sabía que sus oídos captaban el sonido de unas voces. "...hacer nada... sus piernas... una fallecida... rápido...".
Empezaba a marearse. Fue a dejar la botella en la mesita, pero se le escurrió de las manos y cayó estrepitosamente, formando un río de alcohol y de trocitos de vidrio.
De vez en cuando sentía un potente y caliente haz de luz sobre él. Más voces: "...no lo conseguirá... rápido... busca al doctor D..."
Buscó algo en su bolsillo, pero cuando al fin consiguió asirlo, esta se escapó también de sus manos.
"Bip...bip...bip...". Cuando pudo abrir los ojos completamente, se vio en una habitación blanca con un monitor a su derecha. De su brazo izquierdo salía una aguja de intravenosa. Estaba en un hospital. Cuando le explicaron todo lo sucedido él volvió a sentir que caía.
Unas horas después, unos conocidos fueron a visitarlo para ver cómo se encontraba: lo encontraron muerto rodeado de botellas de whisky. Vieron la cara de desesperación de él, una cara blanca como el papel y unos ojos negros que ya no veían. Su mano se encontraba cerca del suelo, a diez centímetros de lo que parecía una foto. En dicha foto podía verse una joven pareja de enamorados tomados de la mano. Él, sonriendo, esconde su nariz en el cuello de ella, haciéndola reír. Ya no son nada más que recuerdos.
Esto es un pequeño one-shot. Espero que os guste.