05 | Sorpresa.

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Días después, Viviana reanudó su actitud normal. Lo hizo lento, para que yo no notara el cambio, pero lo noté.

Todo ese día habíamos estado decorando la cafetería. Era domingo, no teníamos que trabajar pero William nos pidió que fuéramos para poder colocar los adornos de navidad. Era costumbre, según dijo nuestro jefe, que lo hicieran el primero del último mes.

Estaba afuera, subida en una silla colocando las guirnaldas en los marcos de las ventanas. Desenredé el cable de la pistola de silicona, tiré del percutor y salió de la punta silicona líquida, la pegué a la ventana y luego presioné la punta de la guirnalda. Luego, me bajé de la silla y la arrastré medio metro hacia la derecha e hice lo mismo hasta terminar de pegar la parte superior de la ventana izquierda.

Me pasé a la puerta y tiré de la silla. Entré en la cafetería y saqué de la caja de decoración la guirnalda roja con pequeños artilugios pegados en ella. Fui afuera de nuevo y me subí a la butaca. Jalé el percutor otra vez y pegué el decorado a la esquina superior izquierda del rectángulo que era la puerta. Bajé el pie izquierdo para correr la silla y pisé el otro extremo de la guirnalda, tirándola con la mano por inercia y haciéndome trastabillar para posteriormente perder el equilibro y caer de la silla. Agradecí mentalmente al Todopoderoso que ese día haya decidido ponerme medias veladas bajo el vestido.

Dos brazos fuertes me sostuvieron en el aire, impidiendo que cayera al suelo. Miré al hombre que me había salvado, haciendo que el corazón se me detuviera por un mili segundo. Una sonrisa afable de boca cerrada fue lo primero que vi. Luego la boca se abrió, aún con la sonrisa fácil y dijo:

—Hola. —En un murmullo terso.

Brinqué haciendo que Mario me soltara y me apoyé sobre mis dos pies. Él estaba vestido con su uniforme de motocross verde con negro, pero estaba limpio. Vi su moto un poco más allá y estaba limpia. Él iba hacia la pista apenas.

—Vanesa... La primorosa—Dijo de nuevo y yo arqueé las cejas.

—Eso no rima—. Dije subiéndome en la butaca de nuevo.

—No, pero suena bien ¿No crees?—Después de reírse por un par de segundos se tronó los dedos y luego ladeó la cabeza en varias direcciones, desentumiéndose. Sacó de uno de sus bolsillos traseros sus dos guantes y se los puso— ¿Irás a verme?

—No puedo, tengo que decorar la cafetería. —Terminé con la decoración de la puerta y fui a la ventana derecha. Katerine salió con unas luces navideñas y una silla, la apoyó frente a la ventana izquierda y se dispuso a adherirlas sobre las guirnaldas.

— ¿Y luego de terminar? Anda, vamos a estar practicando todo el día.

—Dame una buena razón y te juro que iré—. Me atreví a decirle y terminé con la primera parte, me fui a la siguiente.

—Soy tu cliente número uno. —Dijo seguro y se cruzó de brazos. Casi vi a Katerine alzar las cejas con disimulo.

—Sólo has venido cuatro veces. —Me burlé y él me dio una de sus más grandes sonrisas.

— ¡No es verdad! He estado viniendo toda esta semana. —Espetó defendiéndose y agregó —Y la anterior y la anterior a esa.

—Está bien, es cierto. Pero estaré ocupada...

— ¿Irás a correr?—Preguntó Viviana, saliendo con un vaso de plástico lleno de un jugo natural. Lo tendió en mi dirección y yo lo tomé. Era refrescante, mucho más de lo normal con este sol de las nueve de la mañana.

—Así es, ¿Por qué?—Mario preguntó algo receloso, casi que se me salió la pregunta del por qué pero me mordí la lengua, devolviéndole a Viviana el vaso vacío.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora